El Renacimiento: la mente se acota, el cuerpo se ensalza

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El Renacimiento es una tormentosa transformación entre el medioevo y la edad moderna. Prevalecen aún nociones y dogmas antiguos, pero se someten a críticas y análsis antes impensables, aunque aún arriesgados. La resistencia al cambio se recrudece y chocan novedades con tradiciones, en ocasiones de manera trágica, como la hoguera inquisitorial en la que ardió el dominico Giordano Bruno por incurrir en la herejía panteísta de considerar al universo como Dios. En lo que se refiere al problema mente-cuerpo dos personajes renacentistas simultáneos, aunque distantes y disímbolos, ejemplifican tanto los cambios de perspectiva como la resistencia a ellos. Uno tiene que ver con la enfermedad mental en relación a la brujería y el otro con la anatomía y concepción del cuerpo y el cerebro.

El primero de los dos personajes es el médico holandés Johannes Wier, más conocido como Johann Weyer (1515- 1588), considerado el primer psiquiatra por algunos historiadores. Estudió medicina en Francia y regresó a los Países Bajos con un estipendio asignado por el emperador Carlos V. Fue discípulo del médico ocultista Agrippa de Nettesheim y desarrolló una larga averiguación sobre los demonios, abogando por la abolición de las leyes en contra de la hechicería, lo cual le granjeó la enemistad de los inquisidores. En la corte de Cléveris, Weyer publicó De Præstigiis Dæmonum (“Sobre las Tretas Diabólicas” de 1563) donde nombra docenas de diablos, pero defiende que no son tan poderosos como entonces se creía. En una época que abundaban cacerías de brujas, estimó imposible que estas mujeres hicieran pactos con demonios, volaran por los aires o poseyeran poderes para dañar a otros y por estas razones condenó sus juicios como ilegales. Para reafirmar sus argumentos, Weyer diagnosticó en algunas de ellas envenenamientos por belladona (Atropa belladona), una planta tóxica que contiene escopolamina, alcaloide psicotrópico que produce un delirio de tipo febril. Arguyó en conclusión que muchas de estas mujeres no estaban poseídas por espíritus malignos, sino que eran “enfermas mentales”, al parecer la primera ver que se usó este concepto que rebaja a la mente a un ámbito más natural e imperfecto, distinguiéndola del alma platónica y cristiana. Vemos así que Weyer es una figura de transición entre la mente espiritual o sobretaural perfecta y una entidad más humana capaz de enfermar, como enferma el cuerpo.

Pero no sólo el concepto de la mente sufrió una mutación, sino tambien el de cuerpo, pues el humanismo del Renacimiento fue decididamente antropocéntrico. El cadáver cortado, disecado y escudriñado es una muestra palpable de ese interés por el cuerpo humano. El año 1543 figura a veces como el anno miriabilis (año de las maravillas) que dio comienzo a la ciencia moderna. En ese año apareció en Padua De humani corporis fabrica (El edificio del cuerpo humano) de Andreas Vesalio y en Nuremberg De revolutionibus orbium coelestium (Sobre los giros de las esferas celestes) de Nicolás Copérnico. Los dos voluminosos tratados en latín constituyen verdaderas revoluciones conceptuales al corregir modelos inexactos del cosmos y del cuerpo que dogmáticamente habían campeado por más de mil años: la anatomía indisputable de Galeno y el cosmos geocéntrico de Ptolomeo.

Nuestro segundo personaje renacentista es Andreas Vesalio (1514-1564), joven anatomista de Bruselas afincado en Padua, quien se dio cuenta de errores fundamentales en la anatomía oficial fundada en Galeno y tomó la resuelta y arriesgada decisión de redactar e ilustrar una anatomía del cuerpo según la ven sus ojos y disecan sus manos. Se trata nada menos que del requisito empírico de la ciencia: el testimonio de los sentidos debe dominar sobre los dogmas, las doctrinas y las teorías, sin importar que tan venerables sean éstas. El resultado de este proyecto, De humani corporis fabrica y su resumen, el Epitome, representan la irrupción de una espléndida anatomía descriptiva donde arte y ciencia maniobraron para plasmar al unísono el cuerpo humano. Vesalio invitó a miembros destacados del taller de Tiziano en Padua para ilustrar sus disecciones y, en consecuencia, los grabados de corporis fabrica son obras de arte no sólo por su precisión y belleza, sino por mostrar a los cuerpos disecados en poses dramáticas con la poderosa retórica visual del Renacimiento (figura 1).

Edificio del cuerpo humano, Vesalio
Figura de la página 190 del libro “De humani corporis fabrica” (1543) de Andreas Vesalio.

El libro proyecta un anfiteatro anatómico donde se recolectan hechos observables mediante la disección, aunque con frecuencia inmersos en una interpretación heredera de la antigüedad. El concepto central, también plenamente renacentista, fue considerar al cuerpo humano como un edificio (fabrica en latín). En consecuencia, el libro se inicia con el sistema de los huesos, sostén arquitectónico de la edificación humana. Esta costumbre continuó a lo largo de los siglos y aún me tocó en 1960 durante el curso de anatomía del primer año de la carrera de medicina. Luego aparecen en la fabrica los sistemas conectivos que enlazan las diversas partes del cuerpo, como venas, arterias y nervios. A continuación, se tratan los sistemas que impulsan las funciones vitales: los órganos de la nutrición, los sexuales, el corazón y finalmente el cerebro.

En referencia al sistema nervioso, en el primer libro se describen los huesos de la cabeza, tanto la calota como la base del cráneo, y en el cuarto se ilustran los nervios periféricos correctamente definidos como vías para transmitir sensaciones. Como había ocurrido con Herófilo y Erasístrato, los primeros anatomistas de la antigua Alejandría, el hecho que los nervios no se originaran en el corazón sino en el cerebro y la médula espinal convenció a Vesalio de que el centro de las actividades mentales no es el corazón, sino el cerebro. Este órgano es profusamente descrito y dibujado en 17 magníficas ilustraciones detalladamente correctas en el capítulo séptimo (figura 2). En el quinto libro del Epitome, Vesalio considera que la mente está en el cerebro, pero rechaza la teoría cavitaria, pues no concibe que los ventrículos del cerebro puedan albergar las múltiples y diversas actividades mentales. Sin embargo, la sola anatomía no lo faculta para concebir cómo suceden las funciones mentales diferenciadas y acepta los espíritus animales como los elementos responsables de su generación y proceso.

En referencia al cerebro Vesalio dice que “está, a modo de un rey, en lo más alto del cuerpo, y desde allí domina y preside las dos almas concupiscibles…”. El corazón conserva un papel destacado: “afirmaremos sin temor que el corazón es la fuente del espíritu y de la facultad vital, la sede y el ascua del calor innato, el autor del pulso…”. Como se puede ver en estas alusiones metafóricas, junto a la exquisita precisión anatómica, la magna obra aún permanece en la ideología y cosmovisión de su tiempo, muchas veces herederas de Platón.

La fabrica de Vesalio revela que en el Renacimiento del siglo XVI el ser humano en cuerpo y alma adquiere una magnitud histórica que estallará floridamente en el Barroco. La transición entre estos dos periodos está figurada por creadores de la estatura de Shakespeare, Cervantes o Monteverdi, cuyas obras anuncian la toma de conciencia del arte sobre sí mismo y del artista sobre su propio quehacer. Los tiempos están maduros para que en el Barroco del siglo XVII ocurra la Revolución Científica y la expedición de la filosofía moderna. El problema mente-cuerpo adquiere entonces su fisonomía más actual y una vigencia ineludible. Vayamos ahí.

Los contenidos de la columna Mente y Cuerpo forman parte del próximo libro del autor. Copyright © (Todos los Derechos Reservados).

 

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Menuda cátedra, cual no sólo costumbre ya, sino obligada condición de la columna y el autor. El Creador panteísta de Giordano se debió alegrar tanto por su habilidoso “infiltrado” en la limitada y trágicamente imprecisa concepción medieval del hombre y su cosmos, tanto como se ha de alegrar por la “infiltración” de estas reflexiones e ideas, tan exquisitamente ordenadas para su sesuda comprensión, y que da origen al sustancial aumento de la “masa crítica de la Conciencia Global”. El Creador sabe como reinventarse, reinterpretarse, y superarse una y otra vez a sí mismo. Expresión del placer y la recreación del Ser.

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