Durante 15 años de su vida en el siglo XVIII, un menudo, frágil y metódico profesor prusiano, que nunca se alejó de su natal Könisgberg, escribió un tratado de 800 páginas que apareció en 1781 con el intimidante título de Crítica de la Razón Pura. ¿Qué significa esta enigmática frase? Para empezar: ¿qué es la razón pura? Según el magno y denso libro, es un tipo de razón que no surgiría de los sentidos o la experiencia sensorial, pues la mente se muestra como provista de conocimientos que operan a priori, es decir, antes de la experiencia y no después de ella. Los denomina conocimientos trascendentales porque trascienden a la experiencia sensorial y ocurren por la estructura misma de la mente.
La propuesta se puede ilustrar con una alegoría cerámica: la mente no sería como una masa de barro sin forma sobre la que las sensaciones y las experiencias esculpen el conocimiento, como lo pensaron los empiristas Locke y Berkeley, ni tampoco un haz de estados mentales, como lo planteó Hume. No: la mente es un órgano activo que convierte sensaciones en conceptos y transforma la multiplicidad de las experiencias en la unidad del pensamiento y en el edificio del conocimiento.
Un científico contemporáneo bien puede discurrir que ese órgano activo debe atañer al cerebro, el sistema biológico de exquisita textura y gran plasticidad que, mediante una evolución de millones de años, viene provisto con redes de neuronas y pautas articuladas de actividad nerviosa que se consideran fundamentos o correlatos de las operaciones mentales. En particular, el neurobiólogo actual no tendría dificultad en asentir que el cerebro construye el conocimiento usando moldes funcionales que trae inscritos y se aplican para interpretar las señales sensoriales mediante una portentosa capacidad orgánica y orquestal.
La Crítica de la Razón Pura plantea y examina una serie de categorías que no son objetos de percepción, sino presupuestos para construir y comprender el mundo que se percibe. Estas categorías, como el sentido de cantidad, de tiempo, de espacio o de causa, moldean la construcción de los estados y los contenidos de la mente. Otra categoría trascendental es el sentido moral, una preocupación y proclividad para actuar evitando el sufrimiento que denominó imperativo categórico. El formidable empeño del menudo profesor fue el de sustituir la teología por la moral, pues la religión no puede probar la existencia de Dios ni de un código ético fuera de la esfera humana. Esto le acarreó la indignación eclesiástica y el intento de parar la publicación de nuevos textos que socavasen la autoridad de la iglesia y la realeza. Las investigaciones posteriores sobre la evolución humana han puesto una y otra vez este asunto sobre la mesa de las discusiones. La opinión actual más prudente es que hay códigos de conducta pro-social seleccionados por su valor adaptativo en diversas especies gregarias, como la humana, pero no leyes morales innatas y universales.
Además del conocimiento a priori y las categorías, la Crítica de la Razón Pura presenta otras tesis de trascendencia psicológica. Una de ellas es una dualidad entre la realidad y la conciencia. La realidad de los objetos del mundo es denominada noumena y concebida como “las cosas mismas,” en tanto que la mente construye una apariencia subjetiva de ellas que denomina phenomena. El mundo que aparece ante nosotros es una construcción, un producto más o menos terminado, podría decirse manufacturado o incluso neuralizado, con perdón por el altisonante neologismo. Ahora bien, a diferencia de los idealistas metafísicos que niegan la materia, nuestro cuidadoso y astuto profesor es realista y no duda que existe materia independiente de los humanos o de las mentes que la perciben. Pero sí mantiene que no es posible obtener conocimiento directo de ese mundo material, sólo de aquello que se percibe gracias a los sentidos y la razón, una apariencia que permite concebir el mundo y actuar eficientemente sobre él. La estrategia del maestro prusiano invierte el instrumento racional usado hasta su momento para explorar las cosas y lo emplea para enfocar al observador y cuestionar al sistema mismo de razonar y conocer.
Otra noción fundamental es que la mente trabaja usando representaciones, como son los conceptos, las imágenes o las ideas que no son las cosas y objetos del mundo que identifican o señalan, sino que las representan usando diferentes sustratos. Hoy se conoce a esta tesis como funcionalismo y ha sido objeto de una intensa polémica entre diversas escuelas de psicología, filosofía y ciencia cognitiva que visitaremos en repetidas ocasiones. Cuando el menudo profesor propone que las representaciones mentales requieren tanto de percepciones como de conceptos, se advierte una posible reconciliación entre el empirismo de los ingleses, que restringe el conocimiento a la percepción y la experiencia, con el racionalismo europeo que favorece la estructura del aparato mental y de la razón. La posible reconciliación ocurre mediante una doctrina que se ha denominado constructivismo porque el conocimiento se construye con la materia prima de la experiencia gracias a una aptitud particular del órgano mental. Este enfoque incorpora las verdades inherentes a los extremos en controversia, en este caso el racionalismo y el empirismo, considerando que ambos incluyen nociones válidas y complementarias de considerar el conocimiento.
En el marco de este esquema, es muy relevante para nuestra indagación la propuesta que “mente” y “cuerpo” no son dos elementos del mundo, sino dos formas de representarlo: aquello que se concibe como el cuerpo y aquello otro que se concibe como la mente. Esto da origen a una forma de dualismo que no es el de Descartes de dos sustancias en el mundo, una física y la otra mental, sino dos formas de conocer, una en referencia a los cuerpos físicos y otra en referencia a los procesos mentales. Llamaremos a esta dicotomía un dualismo epistémico (del griego episteme: conocer). Dado que no es posible tratar a las representaciones mentales como si fueran los objetos que representan, el problema mente cuerpo vendría a ser un falso problema y por ello insoluble. Es posible que esta fuera la primera vez que se vierte un balde de agua helada sobre una posible respuesta al enigma, pero también que constituya una razón por la que el problema sea tan recalcitrante y refractario a una solución lógica y científica. Ya veremos que este no es un obstáculo infranqueable para otros pensadores.
El nombre del menudo y frágil profesor de Königsberg, cuya titánica obra he simplificado con esperanza de no tergiversarla es, desde luego, Immanuel Kant (1724-1804), figura clave y señera no sólo de la filosofía moderna, sino de las ciencias de la mente posteriores. He esbozado como el constructivismo, el funcionalismo y la diferencia entre el conocimiento de las ciencias físico-biológicas y de las ciencias humanas son doctrinas relevantes al problema mente-cuerpo, sobre las que volveremos frecuentemente. Kant ha revelado a la mente como un aparato articulado de funciones causales que operan en el tiempo y el espacio para dar origen al conocimiento y a la conciencia como síntesis de percepciones y conceptos. Ha elaborado también un método de inferir las condiciones necesarias para que ocurra la experiencia consciente mediante mecanismos mentales que, aunque no son directamente observables, son los más convenientes y adecuados para explicar la conducta manifiesta. Más aún: nuestro empeñoso profesor no pretendió proponer una teoría tan recia sin analizarla concienzudamente y este es precisamente el significado que le da a la palabra crítica como el examen riguroso llevado a cabo por la mente de los procesos de la propia mente. Colosal el intento e imponente el resultado.
Como siempre, una síntesis fantástica, detallada y completísima. Reconozco que puedo tener un sesgo en mi apreciación, ojalá otras personas coincidan en ella. ¡Felicidades al autor y al medio que lo publica!