La contribución de William James (1842-1910) al problema mente-cuerpo no podría exagerarse, pues es definitiva y es profunda. Le debemos que el tema de la conciencia haya alcanzado el terreno de la investigación, por el hecho de resolverla como un proceso y no como una potencia anímica insertada en el cuerpo o una entelequia intratable fuera de la teología o la filosofía idealista. De esta manera, en sus Principios de Psicología de 1890, dedica un capítulo a las facultades o actividades mentales, como la atención, la sensación, la emoción, el pensamiento, la imaginación o la voluntad. En el capítulo 9 se refiere a “la corriente del pensamiento” y en una figura de ese capítulo establece “la corriente de la conciencia,” que evoca al río de Heráclito. Así abre el camino para el estudio científico de esta facultad mental que se sitúa como la incógnita conciencia-cerebro en la médula del problema mente-cuerpo. Además, el concepto de la corriente de conciencia sería crucial, en los años 20, para el proyecto orientado a especificar el flujo mental de personajes literarios representado por Virginia Woolf, James Joyce, William Faulkner y otros escritores.
Aunque por su origen y por haber desarrollado gran parte de su labor académica en la Universidad de Harvard, William James es un pensador estadounidense, parece un erudito de amplio espectro al estilo europeo. Esto se debe a que en su formación pasó largas temporadas en Europa y porque se familiarizó con la obra de Darwin, con las contribuciones de los sabios alemanes que dieron origen a la psicología y con diversas tradiciones religiosas, en particular la mística de Swedenborg, que en ocasiones causaron intensas crisis existenciales en el joven William. Todo indica que su interés vital fue reconciliar en su interior y su producción académica una inclinación espiritual con un profundo e ineludible fervor por la ciencia.
Esta amalgama de intereses tirantes resultó en una indagación sobre la estructura de la mente plasmada en los pioneros y monumentales Principios de Psicología de 1890, la investigación crítica y ecuménica sobre Las variedades de la experiencia religiosa, título de su notable libro de 1902, y la formulación de la filosofía del Pragmatismo, título aparecido en 1907. Cada una de estas obras constituye una contribución importante o aún definitiva a la psicología, la religión y la filosofía respectivamente que multiplica el mérito de su autor como ejemplo de una integración crecientemente difícil a partir de la ampliación y desarrollo de las diversas ciencias, las corrientes filosóficas y la distancia con la teología cultivada en ámbitos cada vez más distantes. Este promotor de la psicología es prueba fehaciente de la posibilidad de abordar y amalgamar con originalidad crítica estas materias que tienen ingredientes relevantes a la milenaria pesquisa que nos ocupa de las relaciones entre espíritu y materia, entre alma y cuerpo o entre conciencia y cerebro.
Vamos entonces al enfoque privilegiado de William James: ¿qué solución propone este eminente profesor de Harvard al problema mente-cuerpo? Más allá de abordar a la conciencia como un proceso orgánico y mental en constante flujo y desarrollo, ¿cómo considera que la conciencia se relaciona con el cuerpo, en particular con el cerebro? Es posible afirmar que, como Wilhelm Wundt, James favorece una variedad de paralelismo que se puede catalogar como paralelismo empírico pues usa palabras como “correspondencia” “yuxtaposición” o “acompañamiento” para señalar la correlación obligada de un contenido psicológico con un proceso neurofisiológico. Esto quiere decir que James no se satisface con la fórmula conceptual y filosófica del paralelismo, sino que, acorde con el pragmatismo que pregona, pretende que se lleve a la práctica para cuestionar cuáles elementos o funciones del cerebro se relacionan con cuáles procesos o contenidos de la mente. En este punto agrega otro concepto trascendente a la arena de las ideas y se trata de que el problema central, último y definitivo es la conexión mínima y exacta entre un contenido mental y el proceso neurofisiológico con el que se encuentra obligadamente ligado. Y al decir obligadamente se implica a una posible ley científica que James bautiza como ley psicofísica.
El concepto de ley psicofísica se ha seguido usando para precisar en qué consistiría una verdadera ley de esa índole, porque no es lo mismo establecer los sitios, mecanismos y procesos neurofisiológicos que son necesarios para que ocurra un proceso o evento mental, acaso un dolor, que comprender cómo y por qué un evento finalmente físico se asocia, acompaña, engendra, sucede o corresponde a esa experiencia mental y consciente que conocemos como dolor. James sienta una base para abordar este asunto, e incita a buscar leyes psicofísicas que resolverían el problema conciencia-cerebro si llegaran a establecerse. Es evidente por estas consideraciones que el problema no ha sido descifrado, pero también que James ha establecido un acceso, ha efectuado un avance sustancial y colocado varias señales indicativas en el camino.
En referencia a las emociones, James estipuló una hipótesis original que ha sido objeto de análisis, debate y experimentación hasta el momento actual. Se trata de la idea que la emoción no es un fenómeno mental que medie entre un estímulo ambiental y la respuesta conductual, como sucedería al ver un peligro inminente, sentir miedo y poner pies en polvorosa con el corazón desbocado y los ojos desorbitados. En vez de esta secuencia de sentido común, James considera que ciertos estímulos relevantes provocan cambios corporales inmediatos e inadvertidos, que al ser percibidos se sienten y catalogan como emociones. Los cambios corporales no sólo son conductas, como la mencionada de huir de un peligro, sino modificaciones producidas por el sistema nervioso autónomo sobre la frecuencia cardiaca y la respiratoria o la actividad visceral, la temperatura o la sudoración.
Esta hipótesis, conocida como Teoría de James-Lange, integra de manera patente la experiencia mental de la emoción con la fisiología corporal y es relevante al nivel del problema que concierne al organismo o al individuo completo y funcional. La seguiremos en futuros capítulos, pues fue causa de investigaciones fisiológicas cruciales por Walter Cannon en la propia Universidad de Harvard, pero adelantaré que en la actualidad se considera que las emociones, en su faceta de eventos cerebrales, tienen una relación mutua de causa y efecto con el sistema visceral y las expresiones faciales de las emociones. Con todo esto se hace patente otro de los aspectos polémicos del problema mente cuerpo referente a la causalidad mental, es decir si la mente es causa de cambios en el cuerpo o bien si los procesos cerebrales originan o causan fenómenos mentales.
En este mismo sentido, William James se ocupó de otro asunto esencial del problema mente-cuerpo y es el libre albedrío, noción fundamental para la religión, la ética y la ley. Como científico, James estaba convencido del determinismo físico, de que los procesos naturales son secuencias de causas y efectos, con lo cual quedaría anulado el libre albedrío pues por definición es la capacidad de tomar decisiones y emprender acciones particulares. Pero James defiende que el libre albedrío es compatible con el determinismo científico, otra propuesta sobre la que volveremos, pues la consideramos admisible, y que sintetizó de manera insólita: “Mi primer acto de libre albedrío es creer en el libre albedrío”. Resuena el pragmatismo individual del polifacético William James: la verdad consiste en toda creencia que prueba ser útil y efectiva en la vida práctica.
Los contenidos de la columna Mente y Cuerpo forman parte del próximo libro del autor. Copyright © (Todos los Derechos Reservados).
A QUIEN CORRESPONDA
Solicito ayuda}.
Necesito conocer las leyes dictadas James en lo referido a su conocida “Torrente del pensamiento”
AGRADECIDO ETERNAMENTE
MARIO GONZALEZ CABRERA.