Hemos verificado que en la transición del siglo XIX al XX se han constituido la psicología y la psicofísica, la neuroanatomía y la neurofisiología, el psicoanálisis y la psiquiatría médica. En paralelo con estas materias, en la rama de la filosofía denominada fenomenología, se plantea una forma de estudio de la experiencia y la conciencia. Vimos que desde Kant se consideran “fenómenos” a las formas o apariencias que toman los objetos en la experiencia consciente, para diferenciarlos de las cosas mismas: los objetos del mundo independientes de los seres humanos. Si, como se va perfilando en ese feraz periodo finisecular, el problema mente-cuerpo podría ser abordado y eventualmente resuelto empíricamente, se hace necesario un método confiable de estudio y conocimiento de la conciencia. Un sistema así pretende desarrollar la fenomenología y por este audaz compromiso la disciplina llegó para quedarse. Sin embargo, su aparición y práctica contrastó con el método positivista en su apogeo. Según esta doctrina, la ciencia debe ser rigurosamente objetiva, pública y comprobable, en tanto que la fenomenología plantea el estudio de la conciencia desde un punto de vista subjetivo: el de un analista entrenado que observa e investiga sus propios estados y procesos mentales. Por esta razón la fenomenología no consiguió admisión en el conjunto de las ciencias y permaneció como una rama peculiar de la filosofía europea continental, que se fue contrastando con la corriente anglosajona llamada analítica y que pronto generaría una filosofía de la mente.

El mayor promotor de la fenomenología, el filósofo y lógico de Moravia Edmund Husserl (1859-1938), intentó de manera sostenida y sistemática en su vasta y difícil obra producir un método de análisis de la conciencia practicable por cualquier observador entrenado. Una de las nociones centrales de su enfoque es que la experiencia consciente es siempre acerca de algo; tiene lo que su antecesor Franz Brentano (1838-1917) definió como intencionalidad o dirección. Ésta es fácil de mostrar: todo sujeto consciente percibe algo, piensa en algo, imagina o sueña algo, se emociona por algo, desea algo, cree en algo, decide algo o dirige su acción hacia algo. Ese algo de los actos mentales es el objeto, contenido y significado de la experiencia y el fenomenólogo puede y debe detectar no sólo su tema, que es estrictamente individual y circunstancial, sino cómo surge y se procesa en la conciencia mediante mecanismos trascendentales, o sea, universales y objetivos.

Mediante un análisis esmerado de los mecanismos conscientes, el padre de la fenomenología llega a descripciones muy precisas sobre la estructura temporal de la conciencia, sobre la forma que se capta el espacio, la manera como se aplica la atención a los contenidos de la mente, la forma en la que el sujeto se piensa y considera a sí mismo y a los demás, cómo distingue, valora y considera su cuerpo, cómo decide y ejecuta sus actos. Este tipo de observaciones implicaría conocimientos verosímiles de las estructuras de la conciencia necesarios para abordar el problema mente-cuerpo. Sin embargo, por su incierto estatus en referencia a la objetividad, este método y sus resultados no han sido convincentes para muchos analistas, aunque en la actualidad se reactiva el interés en la fenomenología más allá del gremio de los practicantes de esta disciplina desarrollada por Husserl y por seguidores tan valiosos como Heidegger, Jaspers, Merleau Ponty o Sartre, a quienes iremos encontrando en el camino.

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Husserl se niega a adoptar alguna de las teorías de relación mente-cuerpo que eran objetos de debate en su tiempo. Declara reiteradamente que su objetivo no es formular o debatir teorías, sino describir lo que llama las cosas en sí mismas o como aparecen en la conciencia. Rechaza por igual el dualismo de Descartes, el paralelismo de Leibniz o el doble aspecto de Spinoza por constituir supuestos teóricos sin reconocer algo previo y necesario: a la conciencia como un ámbito que requiere estudio directo y sin compromiso o sesgo teórico. La forma como Husserl pretende abordar los fenómenos mentales sin compromiso teórico alguno consiste en una estrategia desarrollada por él que denomina epoché o a veces reducción trascendental. Radica en marginar o poner entre paréntesis la teoría para estudiar directamente los fenómenos mentales. No importa si el fenomenólogo cree que hay una sola substancia material o espiritual, que hay dos sustancias, o si tiene dudas al respecto, pues lo que indudablemente experimenta son fenómenos mentales y tiene acceso directo a ellos. Debe entonces dirigir su atención a los mecanismos conscientes utilizando la capacidad de control y dirección de una atención precisa y sistemática. Este modo de conciencia vendría a ser un distintivo del método fenomenológico que lo emparenta con ciertas técnicas de meditación, según se anotaría décadas más tarde.

La fenomenología desarrollada por Husserl en su madurez contrasta lo que ocurre en interior del sujeto y lo que ocurre en su exterior, entre lo abstracto de las esencias ideales que se presentan a la mente y lo concreto de los objetos reales del mundo que ocupan espacio. Uno es el mundo de la experiencia consciente directa e inmanente y el otro es el ámbito trascendente de los objetos externos. Entonces, aunque Husserl afirme neutralidad metafísica y ontológica, la distinción categórica entre conciencia y realidad tiene un aroma de dualismo o incluso de un idealismo cercano a Berkeley. Pero el fenomenólogo fundador afirma que esta distinción no es teórica sino empírica, pues dice comprobar con su método que entre la conciencia y la realidad hay un abismo de significado. Este planteamiento constituye una novedad, pues sostiene que sus propuestas no derivan de una teoría metafísica y dogmática, sino de la observación acuciosa de su propio aparato mental, que es genéricamente el mismo del resto de los humanos. No se trataría de una observación subjetiva en el sentido tradicional de algo personal y privado, sino de indagaciones válidas para todo el que se aproxime con estas herramientas a su propia mente y por ello de descripciones potencialmente empíricas y objetivas.
Pero en esta distinción entre conciencia y realidad, ¿cuál es la situación del cuerpo? Por una parte, observa Husserl, el cuerpo es un objeto real que ocupa espacio y por otra no parece ser externo como las cosas del mundo, sino parte intrínseca del ser humano: el cuerpo es algo insertado entre el mundo material y el mundo subjetivo. Más aún, tener un cuerpo no es solamente sentirlo y pensarlo, sino condición necesaria para disfrutar de actividades mentales y de conciencia. Husserl afirma que a veces nos identificamos con nuestro cuerpo, pero que esto no es el sentido que abrigan o aprecian los seres humanos, pues se identifican con un Yo trascendente que tiene o posee un cuerpo como sucede cuando pensamos que este es mi cuerpo, mi brazo o mi cerebro. El cuerpo o, mejor dicho, la sensación y la idea que tenemos de nuestro cuerpo parece un fenómeno ambiguo e intermedio, un puente en esa brecha entre la conciencia y la realidad. Veremos luego que otro importante fenomenólogo, Maurice Merleau Ponty, reconoce de manera descriptiva al cuerpo como el lugar donde conciencia y realidad ocupan el mismo espacio.
Con este asunto, Husserl incurre en el nivel que hemos denominado personal del problema mente-cuerpo, pues se ancla en la conciencia, percepción y representación del propio cuerpo vivo y activo. La brecha entre conciencia y realidad se desvanece en esa unidad mente-cuerpo que constituye a cada persona. El fascinante tema queda abierto y la promisoria fenomenología en permanente evaluación y evolución.
Los contenidos de la columna Mente y Cuerpo forman parte del próximo libro del autor. Copyright © (Todos los Derechos Reservados).
Toda una vida de investigación científica y filosófica para poder escribir cada uno de estos temas.
Todo un esfuerzo de análisis y de sintesis.
Se aprecia su trabajo.
Se conocieron Husserl y Bergson? Se enrriquecieron mutuamente?
Me resulta muy útil la claridad ya simpleza con las que el autor explica estos temas que son siempre difíciles y complicados para un investigador que no es del área de la filosofía.