Mente-cuerpo: proceso dinámico y experiencia del mundo

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Hemos visto en repetidas ocasiones que un meollo del problema mente-cuerpo es definir la sustancia de la que el mundo está hecho. Si se cree que todo es materia física, no es fácil identificar sus elementos, pues los átomos, a pesar de su etimología, se han dispersado en partículas y éstas en elementos casi abstractos como los quarks. El materialismo tampoco explica la naturaleza de la mente, algo que en principio no parece físico. El idealismo tampoco sale bien librado, pues si la mente o el espíritu es el ingrediente básico del cosmos, no se descifra la materia más que como una ilusión, lo cual tampoco resulta sólido y convincente. En ambos casos se trata de una metafísica que intenta comprender la base del mundo como una sustancia invariable, sea esta material o espiritual. Han sido escasos los filósofos que adoptaron o exploraron la idea de que el mundo no está compuesto de elementos estáticos sino de procesos dinámicos. Desde esta perspectiva todos los seres se consideran entidades cambiantes y la existencia un devenir que se manifiesta en acciones espaciotemporales. Los procesos del mundo son desarrollos en el tiempo, secuencias de eventos diferentes que surgen y se desenvuelven causalmente. Todo fluye, desde los electrones hasta los sentimientos, desde las estaciones hasta la historia, desde los credos hasta las galaxias, desde el oleaje hasta la vida de todas las criaturas. De hecho, una filosofía de procesos viene bien para una comprensión naturalista de la mente, pues resultan compatibles una conciencia concebida desde William James como una corriente de eventos mentales y las funciones corporales, en particular las cerebrales, que son funciones en el tiempo.

Diversas versiones de una filosofía procesal han sido esgrimidas en el budismo o por Heráclito de Éfeso y en tiempos más recientes por Hegel al concebir la realidad como un desenvolvimiento de estructuras que evolucionan condicionándose y diferenciándose mutuamente en un movimiento dialéctico que puede ser desentrañado mediante la inquisición filosófica. Por su parte, John Dewey desarrolló una filosfía pragmática y procesal al considerar a los seres existentes como eventos a los que damos sentido por sus interacciones, pues éstas determinan las situaciones y crean los significados. La filosofía de procesos llegó de lleno al tema de la mente y el cuerpo por el trabajo independiente de dos pensadores en el primer tercio del siglo XX: Bergson en Francia y Whitehead en Inglaterra.

Henri Bergson
Henri Bergson en una fotografía publicada en 1922.

El filósofo francés y premio Nobel de literatura Henri Bergson (1859-1941) sostuvo una metafísica de procesos al señalar que si se pretende comprender a la conciencia y la experiencia consciente como una relación entre sujeto y objeto se mantiene una filosofía de sustancia destinada al fracaso. Pero si se atiende a lo que ocurre en la experiencia consciente, se encuentra una incesante actividad de eventos mentales en sucesión. Este flujo de contenidos conscientes tiene como marca distintiva una duración determinada y este es su concepto central que define como durée. Bergson se interesó centralmente en el surgimiento de la conciencia durante la evolución biológica. En L’evolution créatice de 1907 pretende explicar la continuidad de la vida y la discontinuidad necesaria para su evolución proponiendo un impulso original en la materia viva que explicaría la creatividad, una forma patente de vitalismo que condensa en el concepto de élan vital. Este impulso, que identifica como institnto, debe complementarse con otro de divergencia y diferenciación al que identifica como inteligencia. Como la inteligencia no está capacitada para comprender el principio vital, Bergson aboga por la intuición como intrumento de conocimiento. En pocas pablabras: la creatividad propia de la vida unifica la simplicidad del espíritu con la diversidad de la materia. Como hemos señalado, el vitalismo fue severamente cuestionado desde el siglo XIX por neurofisiólogos del calibre de Du Bois Reymond y de Helmholtz, pero la noción de durée ha tenido mayor trascendencia.

Élan vital
Caricatura del élan vital, la fuerza vital de Bergson en la que el filósofo aparece impulsado por esa fuerza sobre las cabezas de los diversos seres en lenta evolución.

Al mismo tiempo que Bergson, el matemático británico Alfred North Whitehead (1861-1947), a quien acabamos de mencionar por ser autor con Bertrand Russell del imponente Principia Mathematica, se dedicó a especificar cuidadosamente una filosofía del devenir que se identifica como filosofía procesal. En su obra filosófica más comentada, Process and Reality de 1929, propone una filosofía del organismo e identifica que las ocasiones actuales son los elementos temporales fundamentales que ocurren por la concreción de la información disponible. No hay cadenas independientes de eventos, todas ellas están conectadas en un organismo que se desenvuelve de acuerdo a ciertos principios de tal manera que se repiten y se refuerzan ciertas pautas y se crean otras.

Alfred Whitehead
Alfred Whitehead en una fotografía tomada hacia 1910.

La filosofía procesal de Whitehead es pertinente al problema mente-cuerpo porque concibe a la conciencia como la experiencia que ocurre dentro de la naturaleza de algunos procesos que en ella ocurren; procesos que denomina “ocasiones de experiencia.” En su doctrina, la realidad básica consiste en extensiones espaciotemporales que necesariamente incluyen una “prehensión” interna. Este postulado implica una forma elaborada del panpsiquismo que hemos abordado al inicio de estos ensayos como una de las ideas más antiguas de la posible relación mente-cuerpo. Los conceptos de materia y de materia-energía de la física son para Whitehead abstracciones y en vez de una materia que produce mente en sus máximos niveles de complejidad mediante operaciones indescifrables, considera más verosímil que la materia incluya formas de experiencia en todos sus niveles de operación, algo que sus analistas y seguidores, en particular David Griffin, llamaron “panexperiencialsimo” indicando que todo tiene experiencia. El pensador judío australiano Samuel Alexander (Space, Time and Deity, 1920), restringió apropiadamente la misma idea en el sentido de que algunos procesos fisiológicos de cierta complejidad son conscientes, el acto mental está co-presente en ese proceso.

Libro de Griffin
Portada del libro de David Griffin sobre la conciencia y el problema mente-cuerpo de 2008 (Wipf & Stock Publishers). Griffin es uno de los comentaristas más dedicados a la filosofía procesal de Whitehead. Propone el concepto de panexperiencialismo, la experiencia como un elemento natural en todos los niveles de organización de la materia que desbarataría el “nudo del mundo” de Schopenhauer.

Whitehead no se limitó a una metafísica de los procesos, sino que se interesó en aplicarla a las ciencias y a la religión. Abordó diversos problemas de física cuántica, medición astrofísica, aspectos pragmáticos del lenguaje o los fundamentos neuropsicológicos de los juicios de valor. Indagó ampliamente las relaciones entre ciencia y religión con argumentos que fueron compartidos y extendidos por Charles Hartshorne. Este destacado filósofo de la religión y experto en el canto de los pájaros vivió todo el siglo XX para construir un elaborado teísmo de procesos, una teología compatible con las ciencias al conformar la creencia en un Dios inmanente a la naturaleza como un devenir supremo y constante.

Uno de los aspectos más verosímiles de la filosofía procesal es el que toma a la evolución como manifestación de un proceso prolífico de seres vivos que va dando como resultado formas de comportamiento y procesamiento mental cada vez más elaborados, tema central también para Bergson. En este punto los abogados de la filosofía procesal se dividen en dos campos, quienes consideran que el proceso evolutivo y el proceso cosmológico tienen dirección o destino, como lo mantuvo el entrañable paleontólogo jesuita Pierre Teilhard de Chardin con su punto omega como objetivo de la evolución, y quienes estiman que los procesos son resultado de su propio desarrollo por el hecho de ser un devenir vinculado y complejo. En las últimas décadas esta noción se ha visto favorecida y avanzada por las teorías de sistemas dinámicos, como veremos más adelante.

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