En ancestrales ritos de adivinación, el chamán mesoamericano suele ingerir plantas psicoactivas que considera sagradas, por ser parte de una divinidad y por sus efectos, pues después de ingerirlas, percibe y expresa la trascendente voz de la deidad. Además de su exaltado y valioso rol en muchas culturas originales de América, entre las que destacan las mesoamericanas, las plantas sagradas han sido motivo de investigación y reflexión para una pléyade de diversos especialistas: etnólogos, botánicos, químicos, farmacólogos, neurofisiólogos, psicólogos, psiquiatras o teólogos. En el siglo XIX, se inició la búsqueda de los principios químicos de las plantas medicinales, y la tarea de la farmacognosia era cristalizarlos, uno a uno, conocer su estructura química y determinar sus efectos farmacológicos, con el objeto de aplicarlos en la terapéutica, ya integrados en la entonces llamada Materia médica. Los alemanes, protagonistas de ese y tantos otros esfuerzos científicos, aislaron en 1817 la morfina, a partir del opio (goma de Papaver somniferum) y en 1859, la cocaína, que tanto interesó a Sigmund Freud, de la coca de los Andes (Erythroxylon coca): dos importantes psicofármacos cuya afición y proscripción ha trastornado cada vez más a sociedades y naciones.
A principios del siglo XX, el cacto mexicano del peyote (Lophophora williamsii), de uso visionario desde tiempos prehispánicos, había captado el interés de los estudiosos europeos, pues su empleo por indígenas huicholes y tarahumaras del norte de México, había sido directamente documentado por el explorador y etnógrafo sueco Carl von Lumholtz, en su México Desconocido. En 1898, el químico alemán Arthur Heffter aisló la mezcalina de este cacto, y en 1919, el austriaco Ernst Späth logró su síntesis y, con ello, la posibilidad de su estudio farmacológico. Los efectos psicológicos de este alcaloide fueron descritos en dos sendas monografías, características de la psiquiatría descriptiva alemana, una firmada por Kurt Beringer en 1927, y la otra, por Heinrich Klüver en 1926. Los efectos incluían vívidas alucinaciones visuales, intensos cambios del afecto, modificaciones del pensamiento y estados de éxtasis. Klüver estipuló cuidadosamente las figuras geométricas de las primeras fases de la intoxicación, pidiendo a los voluntarios que las dibujaran, un procedimiento de indudable interés para estipular y analizar fenómenos perceptuales subjetivos.
Más que los estudios científicos, los efectos de la mezcalina impactaron a Occidente a través de las descripciones literarias de Antonin Artaud, Aldous Huxley o Henry Michaux, quienes realzaron las implicaciones existenciales y culturales de una sustancia que amplificaba la conciencia hasta alcanzar las cimas del pasmo y los abismos de la muerte. Además, estos notables efectos eran imputables a una sencilla sustancia química que necesariamente induce estos trascendentales estados a través de un efecto cerebral. Para Aldous Huxley (1894-1963), notable pensador y literato británico afincado en California, este hecho abría un privilegiado acceso al problema mente-cuerpo con implicaciones poéticas y existenciales, al proveer estados de éxtasis; psiquiátricas, por inducir experimentalmente formas de locura, y filosóficas, en referencia a la base corporal de estados místicos y visionarios.
En Las Puertas de la Percepción de 1954, Huxley relata cómo se entusiasmó con la teoría en boga sobre la acción cerebral de la mezcalina y que se basaba en su similitud química con dos neurotransmisores cerebrales: la adrenalina y la noradrenalina. Describe también cuando por vez primera ingirió mezcalina y se sentó a esperar los efectos. La irrupción de imágenes intensamente coloreadas y cambiantes le fue llamativa y placentera, pero lo que más llamó su sagaz atención no fueron los colores y las texturas, sino el percibir un ordinario jarrón de flores como si fuera la primera vez, con tanta lucidez y frescura como para hundirlo en la realidad objetiva absoluta, en un estado que denominó la existencia desnuda. Así, embelesado, Huxley en efecto abrió las puertas de su percepción hacia otras realidades, y la llave de acceso fue una sencilla sustancia química que se asemeja a neurotransmisores del cerebro, hecho que calificó como tener la piedra filosofal al alcance de la mano. La idea era lúcida y arrebatadora: una década más tarde, una generación de jóvenes de todo el mundo comulgó con ella en el doble sentido del término para acceder a una conciencia cósmica por mediación de varias sustancias, ya entonces denominadas psicodélicas.
Vale la pena recrear otro viaje hacia el universo psicodélico, y que fuera emprendido también desde el mítico terreno mexicano. A mediados de los años 50, llegaba a Oaxaca el erudito norteamericano R. Gordon Wasson, un micólogo tan aficionado como versado. Iba siguiendo los pasos de Blas Pablo Reko, médico vienés afincado en Oaxaca y autor de una Mitobotánica Zapoteca (1954), recientemente fallecido, y del estudiante de la Universidad de Harvard, Richard Schultes, quienes habían mencionado en los años 30 el uso ritual de ciertos honguillos de la Sierra Mazateca. En junio de 1955, Wasson documentó en Huautla de Jiménez una velada adivinatoria a base de hongos alucinantes conducida por la curandera y chamán María Sabina, quien consiguió así fama transnacional sin pretenderla. El relato de Wasson fue publicado inicialmente en la popular revista Life y su trabajo ulterior abrió una era etno-farmacológica y multidisciplinaria, pues atrajo a eminentes especialistas europeos para estudiar en conjunto los hongos visionarios. El micólogo Roger Heim clasificó muchas especies nuevas del género Psilocybe; el químico Albert Hofmann se usó a sí mismo como conejillo de Indias para aislar la psilocibina como principio alucinógeno; Hugo Cerletti realizó experimentos farmacológicos, y el reconocido psiquiatra Jean Delay describió los efectos psicológicos. Con estas contribuciones originales y su propio ensayo histórico en el que identifica a estos hongos con el antiguo teonanácatl (“la carne del dios”) de los nahuas, en 1958, Wasson editó con Heim el maravilloso libro “Les Champignons Hallucinogènes du Mexique.” Este tratado demostró la continuidad del uso ritual de hongos desde los antiguos nahuas hasta los modernos mazatecos, identificó a la psilocibina como el principio químico responsable del efecto y anotó que no se parece a la adrenalina, como sucedía con la mezcalina, sino a la serotonina, otro neurotransmisor cerebral. En investigaciones etno-micológicas ulteriores, Wasson verificó el uso de hongos alucinantes en grupos nahuas, otomíes y totonacos, identificó en la escultura mexica de Xochipilli varias de las plantas psicoactivas y supuso a los prolíferos niñitos que adornan la barroca capilla de Tonanzintla como honguillos transfigurados por el artesano indígena.
Albert Hofmann (1906-2008), el excepcional y longevo químico que aisló la psilocibina de los hongos mexicanos, había sintetizado en 1939 el LSD a partir de ergotaminas encontradas en el cornezuelo del centeno, un hongo de tradición psicotrópica en Europa, y posteriormente en otra planta sagrada de Oaxaca: el ololiuhqui o manto de la Virgen (Ipomoea violacea y Rivea corymbosa). Hoffmann descubrió el efecto mental del LSD en 1943, al incorporar accidentalmente por vía cutánea una dosis de este fármaco. Al día siguiente, ingirió deliberadamente la sustancia y, al experimentar intensas alucinaciones y modificaciones de conciencia, se dio cuenta de que había descubierto un poderoso psicofármaco al que, después de 50 años de importantes investigaciones y notorios alborotos, llamó “mi hijo problema”.
El papel de estas moléculas en la revolución cultural de los años 60 fue relevante, y en esos años, se dilucidó su efecto molecular sobre los receptores y las células cerebrales de la serotonina.
¿Tenía razón Huxley al considerar esta investigación como una avenida privilegiada para solucionar el problema mente-cuerpo? Volveremos sobre ello.
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