Para estudiar el desarrollo y maduración del conocimiento y las funciones cognitivas, el biólogo, psicólogo y filósofo suizo, Jean Piaget (1896-1980), tomó el arduo camino de observar con esmero a niños de diversas edades, incluyendo los propios. Piaget era biólogo de formación y su labor fue la de un naturalista abocado a la observación sistemática de la conducta y la expresión verbal en circunstancias que permitieran inferir la mentalidad infantil y su maduración. La investigación era empírica y en cierto sentido experimental, pues comparaba las respuestas de los infantes en condiciones manipuladas para poner a prueba múltiples hipótesis. Piaget dedicó décadas a investigar la adquisición de diversos conocimientos y llegó a estipular 4 etapas de maduración que han sido analizadas posteriormente y correlacionadas con modificaciones cerebrales, dando a este tipo de trabajo una creciente solidez. En 1942, Piaget impartió una serie de conferencias en el Collège de France que se convirtieron en su texto La psicología de la inteligencia, en el que ya exponía de manera documentada las etapas y características de la maduración del conocimiento durante la niñez y adolescencia. Además del trabajo empírico, pero siempre como alcances de sus investigaciones, Piaget hizo numerosas aportaciones a la filosofía de la ciencia y, en particular, a la teoría del conocimiento o epistemología, hasta entonces provincia casi exclusiva de la filosofía. Como esbozaremos a continuación, sus trabajos proporcionaron una perspectiva y una información naturalistas y empíricas a la teoría del conocimiento, lo cual es central para el problema mente-cuerpo, pues desde el principio de estos escritos hemos mantenido que su abordaje implica necesariamente al conocimiento y a la conciencia.
En referencia a la relación entre los ámbitos psicológico y biológico, las etapas piagetianas de maduración de la mente humana se condicen con la forma escalonada en la que se desarrollan los órganos y los tejidos durante la gestación, dispuesta así por los trabajos y teorías del destacado biólogo y genetista británico Conrad Hal Waddington (1905-1975). En efecto, las etapas biológicas y las psicológicas de maduración se caracterizan por dos mecanismos complementarios y causalmente determinados: uno de adquisición y el otro de consolidación. La adquisición implica el ingreso de novedades o información desconocida y la consolidación un periodo aparentemente estable en el cual los cambios se depositan, asientan e incorporan en el sistema. Lo importante no es que las etapas ocurran con rapidez, sino que lo hagan con seguridad y certeza. Waddington introdujo otros conceptos clave en la biología del desarrollo que fueron utilizados y ratificados por Piaget. Uno de ellos es el de canales o trayectos específicos que siguen los primordios de los órganos para progresar en cierto sentido, llamados creodas, y otro, la tendencia del proceso a mantenerse o regresar al cauce, a la que llamó homeorresis, un mecanismo complementario al sostén del equilibrio funcional, denominado homeostasis por Cannon. Este concepto tuvo influencia sobre Aldred Whitehead, amigo de Waddington, y su teoría de procesos como elementos clave de la realidad, que hemos visitado ya. En la maduración de las etapas cognitivas descritas por Piaget, ocurre tambien una alternancia entre periodos de adquisición de novedades y objetivos por canales o creodas y periodos de homeostasis en los que se acomodan y organizan los cambios. El concepto más conocido y cada vez más influyente acuñado por Waddington es el de epigenética, la interacción entre organismo, genes y ambiente durante el desarrollo y que rectifica la idea simplista del determinismo genético, que es la relación directa y causal entre cada gen y el producto de su expresión. Esta interacción epigenética ocurre mediante mecanismos de retroalimentación o feedback, un término ya usado en su época y que sería fundamental en la cibernética surgida a mediados del siglo XX, como veremos pronto.
Piaget plantea dos cuestiones en referencia a la conciencia: una es la relación entre sujeto y objeto en cualquier forma de conocimiento, y la otra la relación específica entre un hecho psíquico y otro biológico en el interior del sujeto. En referencia al primer asunto, Piaget adopta un necesario interaccionismo, pues los actos mentales que se gestan por el cerebro afectan y son afectados por eventos fisiológicos del resto del organismo y sus actos de comportamiento. La extensa indagación de Piaget aportó datos esenciales para comprender mejor la relación de las actividades mentales con el cuerpo entero y, en especial, con las acciones que definen su conducta. Para este notable investigador, todo conocimiento se deriva de actividades sensorio-motrices, como lo plantea el empirismo tradicional, pero con el complemento aclaratorio de que éstas pasan a ser conscientes y efectivas, pues originan formas diferentes de conducta organizada, como lo plantea el racionalismo. De esta manera constructiva que amalgama el empirismo y al racionalismo, la conciencia hace distinciones que se desarrollan en una espiral ascendente de conocimientos donde el cuerpo funciona como un mediador entre la autoconciencia del sujeto y su medio ambiente.
En referencia al segundo problema, la relación entre un hecho psicológico y un hecho biológico, Piaget considera útil emplear un tipo de paralelismo para abordar prácticamente a la conciencia, aunque cree que en la base opera un monismo integrativo, una unidad funcional de la conciencia y el cerebro. La toma de conciencia es un concepto típicamente piagetiano examinado en su La Prise de Conscience de 1974, y consiste en la transferencia de mecanismos cognitivos elementales y no conscientes a otros de mayor complejidad mediante una reconstrucción que los hace conscientes. No concibe que la conciencia sea un emergente de tipo espiritual a partir de ciertas actividades del cuerpo y el cerebro, sino una representación mental definida como una conceptualización dotada de contenido y con un fundamento biológico, en particular neurológico.
El punto de mayor interés de esta toma de conciencia es el paso de un esquema de conducta, de una acción, a una representación consciente y concretamente a una simbolización lingüística. En efecto, Piaget considera que la conciencia surge de la acción, pero en particular de obstáculos que encuentra el individuo en su relación con el mundo. La toma de conciencia requiere un desequilibrio, pues una acción automática cursa sin problemas y no requiere reflexión; se precisa conciencia cuando se presenta una necesidad, una reconstrucción que lleve a nuevos sistemas conceptuales capaces de solventar la situación y adoptar las modificaciones que se requieran: la conciencia viene a ser un mecanismo de autorregulación. Esta retroalimentación implica que las operaciones de los organismos conducen a la evolución de sus recursos mentales en ciertas rutas críticas y que, en respuesta, estas operaciones engendran metas cada vez más difíciles que dirigen la acción. La liga que establece entre acción y conciencia es muy relevante al problema mente-cuerpo pues implica que, para que pueda acontecer la conciencia, es indispensable un organismo móvil en un medio ambiente cambiante. El psicólogo ruso Lev Vigotsky planteó una construcción similar, pero subrayó que el medio social es el más determinante para el surgimiento de la conciencia humana, pues el aprendizaje y el desarrollo cognitivo durante la infancia están determinados por retos y tareas sociales, en especial, las mediadas por el lenguaje.
Lejos de ser una entelequia recóndita o inmaterial, la conciencia está íntimamente ligada a las acciones del cuerpo y a las demandas del medio ambiente físico y social.
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