Seguimos registrando a mediados del siglo XX el surgimiento de una forma de reconsiderar la realidad y la mente mediante teorías de información y sistemas fundados en principios matemáticos y de aplicación generalizada en las ciencias. Precisamente en 1950, aparece en la revista Mind de filosofía un trabajo titulado Computing Machinery and Intelligence (Maquinaria de cómputo e inteligencia) suscrito por el sorprendente y admirable matemático inglés Alan Turing (1912-1954). El artículo no sólo estableció los fundamentos de la computación moderna e hizo posible el concepto de inteligencia artificial, sino que instituyó un rumbo inusitado al problema mente-cuerpo: el de las capacidades y límites de la computación en referencia a la mente humana. Todo esto impone visitar a su autor.
Pocos años antes, el joven Turing había sido una figura oculta pero determinante en la Segunda Guerra Mundial, por descifrar el código criptográfico Enigma del régimen nazi. Estas angustiosas investigaciones se realizaron en secreto, pero tiempo después se supo que fueron claves para la derrota del fascismo. Al acabar la guerra, Turing retomó su interés de concebir y crear un aparato capaz de competir con las funciones cognitivas del cerebro, algo audaz e inaudito para su época, pero que llevó a avances tan impresionantes como la computación moderna. En efecto, fue él quien abrió la posibildad de aplicar la lógica simbólica de la matemática a la construcción de instrumentos capaces de operaciones lógicas y la formulación de propuestas teóricas y prácticas para reconsiderar la inteligencia.
Se encontraba explorando perspectivas en este sentido cuando fue arrestado en 1952 por homosexualidad y obligado judicialmente a someterse a una terapia de hormonas femeninas para contrarrestar su disposición erótica, lo cual se reveló con el tiempo como un error psiquiátrico y una aberración jurídica. A pesar de que siguió trabajando, lamentablemente apareció muerto en junio de 1954 por la ingestión de una manzana, envenenada por él mismo con cianuro. Esta tragedia que cercenó la vida de un genio matemático de primera magnitud se ha dicho que inspiró el conocido logo de la empresa de cómputo Apple (aunque al parecer la manzana mordida representaba a otra más famosa: la legendaria que chocó con la pensativa cabeza del joven Newton.)
Muchas de las contribuciones teóricas y prácticas de Turing tienen una relevancia decisiva en el problema mente-cuerpo y sugieren que este otro enigma fue un aliciente constante en su trabajo. Una de sus primeras contribuciones en este sentido ocurrió cuando tenía 24 años con la llamada “máquina de Turing” que, a pesar de su nombre, era un artilugio imaginario capaz de realizar operaciones matemáticas mediante la impresión o el borramiento de símbolos en una cinta que puede correr hacia adelante o hacia atrás de acuerdo a unas cuantas reglas. Es evidente ahora que la idea constituyó el germen de la programación digital, pues aquella máquina imaginada ya era un programa en ciernes implementado en un aparato. En efecto: implementación quiere decir que un programa puede ser efectuado o “corrido” por el instrumento electrónico que conocemos como “computadora.” (Escribo en un artilugio de estos, marcado en su tapa con un logo en forma de manzana mordida y evocando al admirable pionero de esta acción ya rutinaria.)
Pero hay que subrayar algo más: con una prodigiosa capacidad de ligar los ámbitos más diversos de conocimiento, que es característica de la creatividad, Turing especuló que la implementación de un programa elaborado con símbolos físicos por un instrumento capaz de procesarlo y generar los resultados esperados, es una función computable que implica “estados mentales”, aunque estos sigan reglas determinadas. Esto quiere decir que Turing no sólo pretendía realizar una máquina con rasgos de inteligencia humana, sino de estados mentales y acaso de conciencia, una posibilidad que modificaría de raíz el problema mente-cuerpo al irrumpir en la mesa del estudio y del debate un forastero inesperado: el binomio mente-máquina. (¿Acaso piensa esta computadora en la que escribo?)
Al reflexionar sobre la computabilidad, Turing consideró que esta se puede implementar con medios muy simples y limitados, como pueden ser unos y ceros, cuya secuencia puede representar arbitrariamente cualquier dígito o letra y es el código elemental de operación en las computadoras digitales. Algunos neurobiólogos especularon si el cerebro es un tipo de computadora (húmeda y orgánica, por supuesto) de estas características porque su función más elemental podría ser expresada como 1 para la transmisión de información entre neuronas mediante un potencial eléctrico en cada sinapsis, o su ausencia como 0. No escapó a Turing que haría falta algo más para producir una mente como la humana pues, por ejemplo, no habría forma de computar una intuición típica, como la que sucede al visualizar o comprender de repente alguna verdad o noción. A pesar de este obstáculo, Turing desarrolló la recia convicción de que todas las funciones mentales que realiza el cerebro son operaciones computables. Como veremos repetidamente, el problema de si la mente podría llegar a ser plenamente computable no se ha resuelto. El enigma central que enfrentó Turing en este tema era averiguar cómo una serie de operaciones mecánicas rutinarias y carentes de propiedades mentales podrían dar origen a la inteligencia no sólo en el cuerpo y cerebro humanos, sino también en las máquinas y en los algoritmos implementados por máquinas de Turing. Esta es una forma inesperada de reconsiderar el problema mente-cuerpo, aunque relacionada al concepto de emergencia de propiedades que acabamos de esbozar al presentar las teorías de sistemas, de la información y la cibernética.
En el trabajo que publicó en Mind referido arriba, el cerebro se considera una máquina biológica de estados discretos capaz de generar inteligencia. Para asentar su iniciativa, Turing evadió la difícil definición de lo que es el pensamiento, la mente o la conciencia para proponer criterios de observación del comportamiento como objetivos y válidos para atribuir estas capacidades. De esta manera surgió la famosa prueba de Turing, según la cual un ser humano y una computadora son evaluados por un juez imparcial usando solamente mensajes de texto para decidir cuál de los dos es el ser humano; si la computadora es elegida, se le debe atribuir inteligencia. Estos ingredientes filosóficos, matemáticos y técnicos permitieron engendrar la noción de inteligencia artificial con cierta provocación pues constituía una risible contradicción de términos dado que la noción de inteligencia excluía cualquier producto humano. En los años 70, el filósofo John Searle esgrimió el ingenioso argumento del cuarto chino, para plantear que las computadoras están dotadas de sintaxis y gramática, pero no de semántica, pues, aunque pasen la prueba de Turing, no comprenden la información que procesan.
El problema mente cuerpo se enriquece y se complica después de Turing: ¿puede una máquina pensar?, ¿es el pensamiento una forma de computación?, ¿es el cerebro una computadora biológica o la computadora un cerebro electrónico?, ¿hay formas de pensamiento no computables?, ¿está la inteligencia ligada a la ética?, ¿puede atribuirse inteligencia a un ente por su conducta o es necesario que tenga conciencia, emoción y voluntad? ¿Es la relación entre la mente y el cerebro algo similar a la del programa con la computadora? Vaya el lector cabilando sus respuestas, pues seguiremos las pistas abiertas por el incaculable Alan Turing para ver por dónde van y a dónde nos llevan.
Los contenidos de la columna Mente y Cuerpo forman parte del próximo libro del autor. Copyright © (Todos los Derechos Reservados)