En esta ocasión veremos que varios neurofisiólogos muy destacados de la segunda mitad del siglo XX se pronunciaron como dualistas mente-cuerpo, aunque sus dualismos son tesis diferentes y conviene discernirlas. Seymour S. Kety (1915 – 2000) fue un neurofisiólogo y psicobiólogo recordado por sus estudios sobre la circulación sanguínea y oxigenación del cerebro en los años cincuenta, que establecieron las bases para visualizar en humanos las áreas que se activan al utilizar más oxígeno durante tareas mentales. En la década de los sesenta exploró el papel de las aminas cerebrales en las actividades mentales y estudió la genética de la esquizofrenia en colaboración con los daneses. En la década de los setenta tuve la fortuna de ser investigador en ciernes en el laboratorio de Kety y adopté el rótulo de psicobiólogo con que denominaba su área de investigación sobre los fundamentos biológicos de las actividades mentales y el comportamiento, cuyo marco teórico lo constituye el problema mente-cuerpo.
En un artículo publicado en Science en 1960, Kety propuso una parábola sobre el cerebro y la mente. Imagina ahí que en un futuro lejano se encuentra un libro de nuestros tiempos y se confiere a los científicos para ser descifrado. El anatomista lo describe, lo pesa y mide, el histólogo define su textura microscópica, el químico aisla la celulosa del papel, los fisiólogos detallan la paginación y los signos, los especialistas en conducta reconocen secuencias de ellos y elaboran estadísticas de su aparición y secuencia, pero el libro no se logra leer. Al semejar al cerebro como ese libro y a la mente como el significado de la escritura, Kety deduce que, si bien hay una unidad material, una dualidad entre ambos es inevitable y se define como un “dualista feliz” porque esta dicotomía no le inquieta. Su metáfora no plantea un espíritu inmaterial, sino un sistema de información plasmado en un medio físico, un dualismo de propiedades distintivo del funcionalismo cognitivo que surgía por aquellos años sesenta y que acabamos de visitar.
El eminente fisiólogo mexicano Arturo Rosenblueth (1900 – 1970) investigó con Walter Cannon en la Universidad de Harvard sobre la neurotransmisión química y las técnicas de registro. En Boston inició una amistad con Norbert Wiener, con quien publicó en 1943 el trabajo Behavior, Purpose and Teleology, el arranque de la cibernética que formalizaría los sistemas de control, retroalimentación y modelaje. En 1944 aceptó la oferta de Ignacio Chávez para dirigir el laboratorio de fisiología en el Instituto Nacional de Cardiología de México, y en 1961 contribuyó a la creación del Centro de Investigaciones y Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional, el CINVESTAV. Su dedicación a la investigación experimental fue de la mano con la filosofía de la ciencia y en Mente y Cerebro (1970) afirma que el proceso mental y los fenómenos neurofisiológicos que le están correlacionados son dos aspectos de un mismo evento, para luego proclamar que su filosofía es dualista porque afirma la existencia de procesos mentales y los procesos físicos que ocurren en el cerebro. No habría contradicción entre estas dos afirmaciones si presuponen a los procesos mentales y a los neurofisiológicos como dos propiedades o aspectos diferentes de una sóla cosa. Como sucede con Kety, parece tratarse de un dualismo de aspectos o propiedades, pero no de sustancias.
Hemos visto ya que Wilder Penfield (1891 – 1976) siguió los pasos de su maestro Sir Charles Sherrington en la investigación neurofisiológica y su relación con los procesos mentales. En 1974 se arriesga por los laberintos de la relación mente-cerebro en The Mystery of the Mind, en cuyo capítulo 18 dice verse comprometido a afirmar que la mente puede ser esencialmente distinta del cerebro. Reflexiona que el aura próxima a la crisis epiléptica se manifiesta como flashes de luz, olores intensos, sacudidas musculares, recuerdos puntuales o emociones arrolladoras, pero nada similar al pensamiento, y concluye que el cerebro no genera el pensamiento abstracto, aunque es necesario para que ocurra. Sin embargo, se puede advertir que la crisis epiléptica implica una alteración tan severa de la actividad encefálica que probablemente previene las actividades mentales integradas. Menciona además que sus pacientes sometidos a estímulos eléctricos del cerebro no reconocían como propios los estados mentales evocados por la estimulación. Finalmente, afirma que en su larga carrera como neurofisiólogo no encontró un mecanismo cerebral que explicara una actividad mental. Sherrington y Penfield se inclinan por un dualismo de sustancias donde el cerebro obra como un vehículo de la mente, aunque no definen si esta última es una entidad anímica, informacional o emergente, dejando su metafísica un tanto indefinida.
El más célebre de los neurofisiólogos dualistas de la segunda mitad del siglo XX es el australiano Sir John Carew Eccles (1903 – 1997), también discípulo de Sherrington, quien hizo descubrimientos fundamentales sobre la fisiología de la transmisión sináptica, el mecanismo universal de comunicación neuronal y base de todas las funciones del sistema nervioso, por los que compartió el Premio Nobel de 1963 con Hodkin y Huxley. Eccles siempre estuvo convencido de un dualismo sustancial heredero de Descartes: la idea de un alma y un cuerpo distintos, pero en necesaria interacción. La filiación católica de Eccles lo inclinaba a este dualismo compatible con la doctrina de un alma inmortal y detalló su teoría en 1975 en The Self and its Brain. An Argument for Interactionism (El Ser y su cerebro. Un argumento a favor del interaccionismo) que llevó como coautor a uno de los más respetados filósofos de la ciencia de su tiempo, el austriaco-inglés Karl Popper (1902 – 1994) con quien había mantenido una larga y fructífera amistad.
El Self o el Ser individual es para Eccles responsable de lo esencialmente humano: la identidad personal, la autoconciencia, el libre albedrío, la creatividad o la conciencia moral. Lo concibe como un ser inmaterial que controla su cerebro como un chofer conduce un automóvil. Eccles se daba cuenta de que su teoría violaba la ley física de la conservación de la energía, pues ésta impide que algo inmaterial afecte al cerebro físico y dedicó sus últimos años a justificar una interacción más verosímil. Propuso entonces que la interacción podría suceder mediante un mecanismo cuántico involucrado en la liberación de neurotransmisores cuando el impulso nervioso llega a las terminales sinápticas de las zonas frontales del cerebro involucradas en el lenguaje, la toma de decisiones o la creatividad. Una intención mental voluntaria sería un acto del Ser capaz de aumentar la probabilidad de exocitosis o liberación del trasmisor en estas áreas. Como Eccles invocó teorías cuánticas, su discutible opción resulta además imposible de poner a prueba o de refutar, lo cual constituye el requisito medular del método científico para su aliado Karl Popper.
Eccles fue perspicaz en resaltar las capacidades específicamente humanas, pues tradicionalmente han orillado a considerar al dualismo como la única posibilidad de concebirlas. Sin embargo, en oportunidades próximas, veremos como la autoconciencia, el libre albedrío o la creatividad han sido abordadas con modelos e investigaciones que hacen más admisible su evolución y génesis natural, aunque no resuelven todas las dudas. También revisaremos críticamente que el dualismo de sustancias sería mantenido por otros investigadores en neurociencias que estimaron imposibles de explicar materialmente ciertas experiencias místicas arrebatadoras y vivencias cercanas a la muerte o que podrían ocurrir durante periodos de inactividad eléctrica del cerebro, lo cual, de ser verdad, pondría en entredicho la obligatoria base nerviosa de la conciencia.
Los contenidos de la columna Mente y Cuerpo forman parte del próximo libro del autor. Copyright © (Todos los Derechos Reservados).