Ética Pública

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Corresponde a la Ética determinar qué

clase de hombre hay que ser para tener derecho a

poner la mano en la rueda de la historia.

Max Weber.

Una somera revisión a las primeras planas del pasado 9 de agosto dio como resultado que en 13 diarios nacionales el concepto de “Ética” se mencionó directa o indirectamente 16 veces, mientras que en 7 internacionales fue identificado también en 7 ocasiones, con ello se evidencia su importancia.

La Ética Pública es un asunto muy delicado; ni se ofrece ni se compra en el mercado, es un bien intangible de la humanidad. Por ello es imposible desprenderla de la Política (lucha por y ejercicio del poder), de la Lógica (proceso de acopio, interpretación y difusión del conocimiento racional), de la Estética (camino de creación que persigue conjugar lo auténtico con lo bello y funcional): cuatro columnas que sostienen la estructura invaluable de la Filosofía.

La Ética Pública forma parte de una Política de Estado, propositiva, activa y mensurable; está indefectiblemente vinculada al Espacio Público; de otra manera estaríamos hablando de una Ética individual. Por supuesto, el Espacio Público es aquél que pertenece a todos y es ahí donde la Política, la Lógica y la propia Estética se orientan a garantizar el interés general, no sólo para el beneficio socioeconómico de los estratos sociales más privilegiados, sino para la efectiva incorporación de todos aquellos que están cotidianamente presentes en la forja del país: clases medias y populares.

Acerca de este tema han salido a la luz cientos de libros de reflexión y análisis en todas las lenguas a lo largo de siglos. En términos generales tratan de valores compartidos cuya construcción se ha verificado generacionalmente en muy diferentes culturas. Mientras más sólido sea el edificio donde se albergan estos valores, más difícil será destruirlos, aunque en la época que nos visita se cuestionan y pueden desaparecer, parafraseando a Bauman, como agua entre las manos.

Por su significado e impacto, la garantía máxima de la Ética Pública es el Estado de Derecho, capaz de regular la convivencia política, económica y social de cualquier conglomerado sin importar su tamaño, actividad, composición étnica que, a la vez de diferenciarlas, las identifica en su pluralidad.

Su práctica concierne a todos los actores en la comunidad: instituciones publicas, privadas, sociales y también a los ciudadanos en lo particular, ya que todos nosotros incidimos e influimos con nuestro actuar, consciente o inconscientemente, en el mantenimiento de la estabilidad en el espacio público, base del desarrollo sostenible.

Por lo tanto, la Ética Pública encuentra en la responsabilidad a su máximo aliado; sea del gobierno, de las empresas privadas, de las organizaciones no gubernamentales que persiguen causas o defienden intereses específicos, de los partidos políticos, los sindicatos, la banca, en fin, de todo tipo de asociaciones que participan en el espacio público.

Hay quienes postulan que la Ética Pública se garantiza emitiendo códigos o protocolos de actuación (tan de moda y exhibidos por todos lados como parte de la decoración), asemejándose a aquellos bisoños legisladores que piensan que con emitir una Ley, en automático se cumple. En la realidad, tan necia como reacia, es comprobable que la fama pública de cualquiera, se gana o se pierde si resiste o supera la prueba del ácido de la opinión pública, la que realmente se publica o aquella que nada más se dispersa, hoy en día con la eficacia de las redes sociales.

Todo liderazgo de un esfuerzo social recibe la confianza de sus seguidores por la motivación que inspira; su fama pública se comprueba con su conducta, verificable en la práctica cotidiana de su actividad, sea en la política, en el servicio público, en la producción, distribución y consumo de bienes y servicios, en la academia, en la vida artística, y naturalmente por el cumplimiento o no de sus obligaciones y derechos ciudadanos.

Este panorama nos demuestra que la Ética Pública es un fenómeno en extremo complejo, cuyo entendimiento no se puede constreñir a efímeras y oportunistas declaraciones, ocurrencias o exposición acrítica de hechos que alteran el devenir.

Como su nombre lo indica, la Ética Pública es materia de todos, su seriedad no puede exponerse a ser orientada únicamente por los profetas del desastre o de los demagogos que abundan ofreciendo utopías, tan atractivas en el discurso como alejadas de sus posibilidades de realización.

La Ética Pública es un producto social, sensible a los cambios y prudente en su adaptación, cuidadoso de los efectos en la conducción de los grupos humanos; capaz de iniciar y dirigir revoluciones, pero también consciente de la importancia de mantener la paz, la justicia y el bienestar integral.

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