El arte de gobernar

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El arte es todo aquello basado
en un método y un orden.
Marco Fabio Quintiliano.

Gobierno proviene de dos antiguas raíces, una griega y una latina. La primera es “kibernan”, conducir o gobernar; la segunda “gubernacullum”, que pasa al castellano antiguo como “gobernalle”, término que se refiere al timón de una embarcación. Con el timón se asegura el rumbo y se controla el equilibrio de la nave. De ahí surge haber adoptado, por analogía, estas acepciones para denominar “Gobierno” a la institución que representa al Estado e identificar al capitán de la nave como “kibernetes”, en términos modernos: “gobernante”.

En nuestros días, un gobernante se considera como un líder nacional e internacional toda vez que su conducción atañe no sólo a lo interno sino también, por la globalización, al contexto mundial. Está sometido a la observación y al juicio de propios y extraños. Su responsabilidad, quizá como nunca antes, tiene un carácter doble al estar obligado a establecer la congruencia entre la política doméstica y la que se desempeña ante las demás naciones.

Un líder es quien ejerce la autoridad: debe hacerlo asertivamente. De lo contrario, sería culpable de todo lo que la gente, bajo la influencia mediática convencional o en las redes sociales, juzgue como “malo”. Así, arbitrariamente, puede ser señalado como ignorante, incompetente, negligente y con todos aquellos epítetos que sustituyen a una crítica objetiva. Normalmente, se menosprecian los logros del gobernante al estimar que no hay mérito en ellos, toda vez que por ley está obligado a cumplirla.

La tarea política del gobernante es altamente delicada por el efecto de sus decisiones y del discurso que elija para conciliar, estimular, o hasta inducir, posiciones extremas en la cotidianeidad de su mandato. Conforme a su desempeño podría estar, “tan cerca o tan lejos”, como diría Wim Wenders, de alcanzar su cometido constitucional de integrar, sumar, estabilizar, equilibrar. Todo lo contrario, llevaría a separar, restar, desestabilizar y, en última instancia, a desequilibrar.

Se asume que el estadista debe serlo tanto como parecerlo. Debe dotar de seriedad a su gestión sin necesidad de recurrir a asesores de imagen, que desvirtúan frecuentemente la profundidad de la tarea gubernamental, para sustituirla por la popularidad medida en “niveles de aceptación”. Se rodea de trivialidades al mando, lo aleja de sus gobernados. En la etapa que vivimos, por demás confusa, los distractores se imponen a las soluciones de fondo. El ejercicio del poder legítimo y legal se convierte en un asunto institucionalmente complejo.

Conviene evocar los ciclos por los que transita cualquier gobernante: antes, durante y después de ejercer el máximo poder:

  • En el afán de acceder al poder existen tres posibilidades: seguir un proceso electoral constitucional y democrático; optar por la activación del fraude en los comicios o repudiar el camino de la democracia, de la ley y de las instituciones.
  • En el ejercicio del poder se escoge entre gobernar al pueblo de acuerdo con el estado de Derecho, lo que supone una responsabilidad única al gobernante; gobernar al margen del pueblo, mediante la manipulación, el engaño y la simulación, lo que colocaría al líder en la casilla de la irresponsabilidad; gobernar con el pueblo que consiste en ampliar los canales de comunicación, reconocer la otredad, aplicar con mesura la autoridad, escuchar, atender, respetar, tolerar y cohesionar; concientizar, gestionar con conocimiento, planear, programar, ejecutar y evaluar; todo esto implica compartir la responsabilidad y el poder mismo. Quedaría, por último, gobernar contra el pueblo, imponer decisiones opuestas al interés general, utilizar las deficiencias e inconsistencias legales, la intimidación o la fuerza física.
  • A la conclusión del mandato se requiere cuidar que no queden hilos sueltos en la política y en la administración pública. Exige rendición de cuentas claras y transparentes. Corresponde atenuar los resentimientos al aplicar el trabajo político. Precisa retirarse con madurez y dignidad. Es insoslayable la renuncia a la tentación del poder.

Si asumimos el quid pro quo de la política, por la complejidad que encierra y por el inmenso riesgo que supone reforzar lealtades personales e institucionales, resulta indispensable convencer con argumentos sólidos a los adversarios o vencerlos con la fuerza de la ley. Conducir al país aconseja escoger la opción de gobernar con el pueblo, históricamente es la mejor manera política de trascender.

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Mauricio Valdés

Muy atinado recordar conceptos con la autoridad que lo hace el Dr. Castelazo. Felicitaciones.

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