Toreros entre siglos

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Ciento y pico de años de toreros importantes y decenas de ganaderías criando toros que permitieron faenas trascendentales e históricas.

¿Escoger, seleccionar a los mejores? ¿En función de qué criterios? ¿Quién soy yo?

La relación y el parecido que puedan existir entre la portentosa actuación de Manuel Rodríguez Manolete, en la plaza del Toreo de la Condesa en la Ciudad de México, el 9 de diciembre de 1945, frente Gitano de Torrecilla; o la faena de Tanguito de Pastejé en la misma plaza el 31 de enero de 1943 en la ejecución magistral de Silverio Pérez, o esa misma tarde, la faena de Clarinero de la sabia tauromaquia de Fermín Espinosa Armillita o la faena de Manolo Martínez a Aceituno de Tequisquiapan, son muy relativos.

No hay comparación posible.

Por muchas razones, las bases del enjuiciamiento y lo que hemos visto por razones naturales de la edad, no es lo mismo; por lo tanto, no hay posibilidad de una clasificación racional, objetiva.

Alguna vez platicando en Ronda en España con Antonio Ordóñez me decía: “el toreo no es de saber sino de sentir”, y llevaba razón el inmortal rondeño.

El toreo ha evolucionado, el espectáculo y los aficionados somos diferentes. Lo que sí queda es el símbolo del toreo, el ritual del enfrentamiento de un hombre o una mujer con un animal agresivo, pero noble.

Respeto, admiración, a veces embelesamiento, son algunas de las sensaciones que despiertan ciertas actuaciones de los toreros, ciertas faenas ante determinados toros, dentro de una circunstancia muy específica. Pero ese conjunto de valores y apreciaciones siempre está conducido por la pasión, la cual impide ser frío y objetivo.

Por lo tanto, la selección de los toreros de una época siempre dará lugar a discusiones y controversias. Pero las controversias, que son el grano de las conversaciones, sugieren la reflexión y finalmente obligan a meditar y pensar.

La relación la integro, gracias a la extensa bibliografía del tema y a las charlas con José Luis Carazo Arenero, mi padre, al que debo en gran medida mi afición por los toros y conocimiento sobre la técnica del arte efímero que es el toreo.

Empezaré por tres toreros que dominaron la escena del toreo en España en los años diez del siglo veinte:

Joselito, el torero poderoso al que su madre, la seño Gabriela, se refería como fuera de serie, “para cogerlo el toro necesita lanzarle un cuerno”. Para su dolor y de todos en su época, murió a consecuencia de la cornada de Bailaor, de la ganadería de la Viuda de Ortega, en la plaza de Talavera de la Reina en 1920.

Sus rivales, por un lado, el español Juan Belmonte, llamado “Pasmo de Triana”, a quien se le considera el revolucionario del toreo y quien sobreviviría a Joselito pero que, como paradoja de la vida, lo llevaría a cortarse el hilo de su existencia en su finca, al sentirse deprimido en el ocaso de su vida; y, por otro lado, el inmenso torero mexicano Rodolfo Gaona, nacido en León (Guanajuato), cuya aportación al toreo, como lo reconoce un gran escritor español taurino Claramunt, fue la de descubrir que es “con el toro y no contra el toro” como las faenas se labran.

Rodolfo, Armillita y Carlos Arruza son los toreros mexicanos más importantes en España del siglo pasado.

Lanzo con atrevimiento, por si alguno quiere un nombre propio del toreo entre siglos, y lo digo sin rubor, el toreo se llama: Manuel Rodríguez Manolete.

Su figura, su mirada, reflejan el drama y la luz del toreo, sus actuaciones interrumpidas por graves cornadas, hasta la última, que le llevó a la muerte la de Islero de Miura en la plaza de Linares, son conocidas por los aficionados y también por aquellos que no conocen o incluso detestan al ritual taurino.

En México, entre 1945 y 1947, se vivieron tardes imborrables de Manuel Rodríguez al lado de Garza, Silverio (el acento mexicano del toreo) Armillita, del genial poeta del torero Alfonso Ramírez Calesero, de Pepe Luis Vázquez el torero sevillano, de Luis Procuna el berrendito de San Juan, que dejó para la posteridad su gloriosa despedida en 1974 en la plaza México, cuando ya el mando lo encabezaba Manolo Martínez, el torero mexicano con mayor número de años en la cumbre del toreo en México, genio en todos los sentidos dentro y fuera del ruedo. Y, desde luego, la lista es interminable.

Joselito Huerta y Manuel Capetillo le antecedieron a Manolo Martínez en México, ya cuando en España Paco Camino, torero consentido de nuestra afición, como lo fuera Joaquín Rodríguez Cagancho, luego El Capea y ahora Enrique perseguían las glorias de Ordóñez y Dominguín, cuñados en la vida civil y rivales en el ruedo.

Manuel Benítez El Cordobés controvertido, acusado como su paisano Manolete de empequeñecer al toro; heterodoxo, como lo definía el inolvidable Pepe Alameda, capaz de generar pasiones, provocó que su nombre unido al toreo se conociera en todo el mundo.

En México, durante los años setenta, Martínez, Curro Rivera, Eloy Cavazos, Mariano Ramos y Lomelín, lograron una época dorada con los defectos y virtudes que arrojó la falta de competencia con los toreros españoles que ahora en todo el mundo parten el bacalao.

En la década de los ochenta en España, Paco Ojeda, sin olvidar a un torero de aroma, como lo fue el sevillano Curro Romero, matador de toros desde 1959 en México, así como Espartaco, pasaron de puntillas sin la huella que dejó Pedro Gutiérrez Moya, El Niño de la Capea.

Jorge Gutiérrez y David Silveti provocaron en México las últimas grandes entradas que se recuerdan en plazas mexicanas de figuras nacionales.

No me olvido de El Príncipe del toreo Alfredo Leal, o de Miguel Espinosa Armillita, el valor indomable de Diego Puerta, Solórzano, Pepe Ortiz, El Soldado y tantos otros, y guárdeme Dios de El Pana o José María Manzanares.

Es claro que en un espacio de tiempo de más de cien años, el toreo se ha transformado de una lucha sin cuartel, en una actividad esencialmente plástica y de intención estética.

Me pregunto para concluir:

¿El estoicismo de José Tomás es comparable con la quietud de Manolete?

¿La maestría de Ponce con la de Joselito El Gallo?

¿La calidad en el capote de Curro Romero con El Calesero?

¿La melancolía del toreo de Morante con Rafael de Paula en la Verónica?

Tantas y tantas preguntas que, sumadas a otras tantas observaciones, alimentarán siempre la reflexión sin dar nunca respuesta categórica y definitiva a la cuestión, ¿Fue éste mejor torero que aquél?

Aquí tienen, un texto de referencia, para ir recordando, comparando y seguramente enjuiciando, lamentables ausencias de mi memoria, cuando el 4 de julio de 2017 hubiera cumplido 100 años Manuel Laureano Rodríguez Sánchez, llamado para la posteridad: Manolete.

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