Recuerdos y posibilidades: adiós a Manolete

Lectura: 3 minutos

Cuando el mozo de espadas abrió las contraventanas a las cuatro y media de la tarde el 28 de agosto de 1947, destacaba en el interior de la habitación del Hotel Cervantes, el terno rosa pálido que iba a lucir horas más tarde Manolete.

La chaquetilla (y no “casaquilla” como ahora acostumbran muchos llamar a la prenda con bordados en oro) como el resto del ajuar, colgaban de una silla muy vieja.

El Chimo, mozo de espadas del cordobés le dijo: “maestro, ya es la hora”

Manolete se dirigió al baño y se mojó la cara y la nuca para proseguir a afeitarse, al terminar después de hacer algunas flexiones, le respondió a El Chimo: “Ea, a vestirse”.

Antes Manolete, en el altar que instalan muchos de los mozos de espadas en los cuartos de los hoteles, se persignó y oró principalmente a la imagen de la Virgen de los Dolores, invocando su protección para la tarde en la que enfrentaría a los Miuras.

Se vistió y posteriormente se peinó con esmero. A las 5 de la tarde llegó el apoderado Cámara con varios periodistas que acostumbraban ir a saludarlo, uno de ellos K-Hito, quien fue el que lo bautizó llamándole “Monstruo”.

Pidió un cigarro a don José (que así se llamaba de pila el apoderado) y lo saboreó como queriendo retener en el humo, el placer de saborearlo.

Al estar vistiéndose entró el mozo de espadas de Luis Miguel González Dominguín para decirle al Chimo que si le pudiera prestar una castañeta (añadido) porque la había olvidado y, entonces, con esa jerarquía que existe en el toreo, el mozo de espadas le preguntó al apoderado Cámara, y él finalmente se vuelve con Manolo y le comenta lo que necesitaba Dominguín, a lo que respondió: “Bueno, pues dásela, para que así se ponga algo de torero”.

Ésta fue parte del prólogo de “la tragedia de Linares”, que conllevó la cornada de Islero y las horas posteriores hasta el fallecimiento en la madrugada del 29 de agosto de 1947, del torero más representativo en opinión de muchos (y me incluyo) del siglo XX, y que se dada a conocer en el libro extraordinario de Juan Soto Viñolo: “Manolete, Torero para olvidar la guerra”, donde recoge testimonios de quienes conocieron al llorado “Monstruo”. Por cierto, Juan Soto, gran periodista catalán, alcanzó la Gloria este año.

Rafael González, colega y amigo de Córdoba, resume con precisión su tauromaquia: sintetizando podría decirse que de capote lanceaba con las manos muy bajas y solía rematar con media verónica; era toreando de muleta cuando enardecía a los públicos, tomando como eje de sus faenas, repito, la quietud y la verticalidad.

Frecuentemente comenzaba con majestuosos estatuarios, si acaso unos doblones con aquellas reses difíciles; después, con la muleta algo retrasada citaba en corto, y con un leve toque, casi imperceptible, provocaba la arrancada del toro, enganchándolo y llevándolo toreado hasta el final del muletazo, y así encadenaba las series que casi siempre remataba con el de pecho o un pase por bajo a dos manos.

Hacer mucho en poco terreno. No era muy dado a los adornos, la trincherilla y alguno más, y para cerrar la faena varias manoletinas, que si no eran de su creación les dio personalidad. En eso consistía su labor. ¿Fue un torero corto en lo que a repertorio se refiere? Posiblemente, pero basado en el toreo fundamental, para qué más.

Que en la distancia que citaba a los toros acortaba el muletazo, también, pero no me negarán, que para situarse en ese terreno de proximidad, impávido, se hace necesario poseer una gran dosis de valor, y él lo tenía bastante sereno y conscientemente. Ahí empezaba a ganarles la pelea a los demás. Y así con todos los toros, y todos los días además. En cierta ocasión, en el silencioso ritual de vestirse de luces para ir a la plaza, dijo el torero: “tengo miedo”, sorprendido pregunto alguno, “¿Manolo, miedo tú, con el terreno que le pisas a los toros?”. “Por eso mismo”, fue la respuesta.

Briznas del tiempo de uno de los toreros más grandes que ha tenido el planeta de los toros.

En Madrid, recientemente en mayo, saludé a Dámaso González, maestro de muchos toreros, entre otros, Manuel Caballero, y ahora que partió al paseíllo celestial, extrañaremos su sencillez como persona y su naturalidad como torero. En La México toreó cinco tardes, la última el 28 de enero de 1979 al lado de Manolo Martínez y de Nimeño II con toros de Tequisquiapan.

Y en el presente, Isaac Fonseca de Morelia se llevó con mérito, una oreja en la espuerta de un buen encierro de Las Huertas, encierro que se lidió sin picadores y del que sobresalieron los mejores por su codicia y nobleza el tercero de la tarde, Campero y el sexto, Don Gonzalo, nombre dedicado al querido amigo, Martínez, por cierto, premiado con arrastre lento.

Héctor Gutiérrez (que apunta el cante) de la Escuela Taurina de Espectáculos Taurinos de Aguascalientes, no fue premiado en el primero por fallar con la espada, en el sexto obtuvo una oreja que le sabrá a gloria después de que el año pasado se llevó tremenda cornada.

Ricardo de Santiago de Querétaro, actitud loable, en conjunto tuvimos un buen inicio de temporada de novilladas.

¡Que te recuperes rápido, Sergio!

0 0 votos
Calificación del artículo
Subscribir
Notificar a
guest
0 Comentarios
Comentarios en línea
Ver todos los comentarios
0
Danos tu opinión.x