Semana para el encuentro

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“Nadie tiene un amor mayor que éste: que uno dé su vida por sus amigos”, la frase la dijo el galileo más conocido de todos los tiempos, Jesús de Nazareth (Yeshúa bar Yosef), en el contexto de una sociedad judía aplastada por el poder vertical del imperio romano, pero, además, sostenido y alimentado por las autoridades sacerdotales de la época que servían como aliados firmes para mantener un sistema de sometimiento y explotación de los hebreos. Mismos que a través de su lectura “crítica” de la Torá ‒texto central de la fe judía‒, marcaban una brutal línea divisoria que separaba a los “justos” (judíos que observaban rigurosamente la ley) de los “pecadores” (personas excluidas y enfermas del sistema).

Bajo mi punto de vista, con estas palabras Jesucristo buscaba heredar a la humanidad nuevas formas de encontrarse en la divergencia, en medio del disenso. Con ello se trataba de posibilitar la “construcción de puentes” para la creación de sociedades armónicas y unidas, que desde el poder hasta las bases sociales conocieran que el diálogo es la herramienta central para la resolución de conflictos.

Sin lugar a dudas, era una llamada desesperada del nazareno, para crear lazos de solidaridad y comprensión en una comunidad “desgarrada” por el sometimiento y la espiral de deudas (producto de la implacable tributación al imperio), pero que necesitaba ver en “el otro”, la posibilidad de crear comunidades fraternas.

Por otra parte, en todo el mundo en esta fecha ‒ya sea de manera abierta y masiva; o cerrada y limitada‒ se desarrollan actividades que conmemoran la semana santa, como un recuerdo del juzgamiento desigual de Jesucristo a manos de las autoridades romanas, impulsado por las autoridades judías; en el mismo se aplica entonces ‒de acuerdo a investigadores modernos‒ el procedimiento jurídico romano de la cognitio extra ordinem (escuchar la acusación; interrogar al acusado; evaluar la culpabilidad; y, dictar sentencia). Jesús no tuvo acceso a una defensa legal.

Del mismo modo podemos observar en nuestra generación una especie de “romanización jurídica” de las sociedades (mayormente acentuado en los países menos desarrollados), cuando los grupos de poder económico/políticos, a través del torcimiento de las leyes vigentes y de la búsqueda del favor de las autoridades judiciales, construyen “pequeños imperios” en los que tienden a primar el sometimiento y explotación laboral de grupos humanos; la corrupción; la violencia física/jurídica; y, la negación de una justicia rápida y expedita en igualdad de condiciones (en donde los estados deberían hacer prevalecer su razón de ser, como lo es la procuración de sociedades humanas con igualdad ante la ley).

Es así que el llamado de Jesús a construir sociedades que respeten y promuevan los derechos fundamentales de las personas, cobra vigencia en cada momento de la historia en donde hay flagrantes atropellos a la dignidad humana. Mucho más visible y sociabilizado en nuestro mundo, en donde los medios de comunicación social reflejamos una realidad abrumadora de encuentros y desencuentros entre líderes políticos, sociales, religiosos, etc. A ello podemos sumar el fenómeno contemporáneo del periodismo ciudadano que se une a la denuncia constante de aquellos hechos y realidades que degradan la existencia humana.

Podemos observar que la semana santa de la fe católica inicia con el domingo de ramos ‒entrada de Cristo a Jerusalén‒ y culmina con la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo en esa misma urbe. Pero a la vez se resingulariza y representa desde mediados del siglo primero a través de masivas conmemoraciones alrededor del mundo, para obedecer el llamado a “la oración, el sacrificio y el arrepentimiento”. Esto nos debe dar pautas para crear sólidos vínculos sociales, con llamado a una comprensión global en donde no haya cabida para grupos extremistas, que a través de las más variadas formas de violencia (ideológica, económica, terrorista, interreligiosa, etc.), crean un mundo “inestable” (en sus diversos escenarios) que oscila en una delgada línea roja entre el entendimiento y la confrontación.

Un claro ejemplo de ello es la determinación tomada de manera unilateral esta semana, por una veintena de países occidentales de expulsar a diplomáticos rusos por el intento de asesinato del ex espía ruso Serguéi Skripal (y que los británicos atribuyen al régimen putiniano).

En conclusión, la semana santa debe servirnos como un tiempo propicio para generar en cada uno de los seres humanos, intensos momentos de búsqueda a uno mismo y en nuestra relación con nuestros próximos, para contribuir a la generación de espacios en los que primen la confianza y el respeto mutuo. Indiscutiblemente los líderes de la iglesia católica romana son actores claves en esta apuesta global por un verdadero cambio democrático que contribuya a tal fin.

Posdata: De acuerdo a los últimos datos del Vaticano, al 2017, el número de católicos alrededor del mundo era de 1,285 millones.

Fuente: http://www.excelsior.com.mx/global/2017/04/06/1156244

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