Era mejor cuando era peor…
Valeria Ciminari.
Había una vez un joven experto en un tema de tecnología. Su experiencia le había dado la posibilidad de trabajar para una empresa bien posicionada. Luego de ahorrar varios años, y después de estudiar en otro país, decide aventurarse en el negocio de su vida. Su idea es simple: Al inicio se rodea de gente experta en negocios, mentores profesionales y de colaboradores con dos cualidades indispensables: aptitud y actitud. Como si fuera un manual escrito con letras de oro, conoce a diversos empresarios que le aconsejan y le advierten sobre el mercado y las mejores prácticas útiles para el negocio. La operación inicia de manera modesta, con un par de productos que logran cautivar una buena parte del mercado nacional e internacional. Las ventas explotan y los resultados son inmejorables. Como nuestro protagonista ha estudiado sobre el tema y ha escuchado a sus mentores, invierte las ganancias una y otra vez, logrando en poco tiempo una curva ascendente de capital reinvertido en nuevos colaboradores, nuevas instalaciones e insumos de última generación. Sin avisar, un día la empresa cierra sus puertas y avisa a todos los colaboradores que el costo de las operaciones es insostenible… Pero, si todo iba bien, ¿no?
¿Cuántas veces hemos visto esta historia? Una donde la empresa da pasos agigantados hacia el éxito, pero, de un día para otro, tropieza y cae. Les voy a responder sinceramente: casi siempre.
Según un estudio del Instituto Nacional de Estadística y Geografía del año pasado, dos de cada tres empresas mueren en sus primeros cinco años de operación. Esto por factores que van más allá de conocer, o no, un plan de negocios. Muchas de ellas sucumben ante la misma posibilidad de éxito, al no tener manera de conseguir salir a flote en cuanto a gastos de operación. La fórmula fracasa cuando no hay manera de cubrir estos gastos; recordemos que, en México, el 99.8% de las empresas son consideradas pymes y generan el 75% de los empleos del país (INEGI, 2017). De acuerdo con el Reporte de Crédito de las Micro, Pequeñas y Medianas Empresas en México[1], las empresas de este rango carecen de velocidad para comercializar sus productos, así como de escalabilidad. Este reporte indica que las ventas se estancan junto con las propuestas para acceder a un crédito que impulse el potencial de la empresa, lo que termina por hundirla.
Esta falta de soluciones crediticias tiene un peculiar desenlace: al no ser capaces de generar mayor producción, las empresas pueden llegar a vender sus productos o servicios en condiciones de cobranza inalcanzables para su punto de equilibrio; vendiendo a crédito de cuarenta y cinco, sesenta, noventa e, incluso, ciento veinte días después de la venta, lo que empieza a tambalear la operación y desencadena quejas con los clientes. Así es como la gran mayoría de las empresas declinan su crecimiento y frenan la velocidad de sus ventas; por ello, y ante la imposibilidad de acceder a créditos que ayuden a solventar los gastos operativos más comunes (nómina, impuestos, servicios de luz, agua, gas, etc.), los empresarios optan por cerrar lo que un día se vislumbraba como el negocio más prometedor.
En otro escenario internacional, hay ocasiones en las cuales las empresas crecen a ritmos tan acelerados que terminan por extinguirse con la misma rapidez con la que fueron creadas. Una joven con sueños increíbles diseña una solución que revolucionará todos los procesos médicos para obtener diagnósticos precisos, en poco tiempo. En este caso, la apuesta por el financiamiento comunitario es la opción más viable para generar una empresa de investigación millonaria en poco tiempo. La empresa nace con una suerte inmejorable, adquiere fama por brindar soluciones fuera de lo establecido (disruptoras) y es fondeada por inversionistas de talla mundial. Esta empresa levanta capital millonario para presentar sus productos finales a los inversionistas y, de pronto, todo cae abruptamente, por falta de veracidad. El resultado es que un grupo de inversionistas exige de vuelta sus millones de dólares al no obtener el resultado prometido.
En ambos casos, nos enfrentamos con empresas que mueren de éxito por la velocidad del mundo actual. La falta de recursos y veracidad son dos de las funciones críticas de cualquier empresa innovadora y por ello suelen ser historias dignas de contarse. En el primer caso, la falta de opciones para un crédito y, en el segundo, el no contar la verdad a los inversionistas terminaron con la vida de dos empresas prometedoras.
¿Qué aprendimos de estos casos?
- Si el empresario no se pregunta: ¿qué pasaría si mi empresa crece al doble en los primeros seis meses?, está destinado a fracasar.
- Debemos pensar fuera de la caja e imaginarnos escenarios óptimos, pero también hay que crear un plan por si la empresa crece a ritmos extraordinarios.
- Mentir a los inversionistas jamás traerá algo bueno a las empresas. Por muy “piadosa” que sea la mentira, ésta saldrá a la luz en algún momento determinado.
Emprender siempre llevará un riesgo, pero si nos preparamos ante los diversos escenarios, puede ser que soportemos mejor la caída. La idea es levantarnos lo más rápido posible y reivindicar el rumbo para empezar otra vez, tal vez desde cero, pero con conocimiento de causa. Lo ideal sería no caer, pero si es así, tenemos que estar preparados, limpiarnos el polvo de las rodillas y emprender de nuevo, ahora sí, con pleno conocimiento de lo que implica acelerar desde cero a cien kilómetros por hora. Mario Andretti solía decir que “Si todo parece bajo control, es que no llevas bastante velocidad”.
Referencias: