México, país sin padres

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Muchos son los padres que deciden deslindarse de su papel como co-criadores; esta característica propia de Latino América mantiene una connotacion más profunda de lo que se piensa.

Ciudad de México (elsemanario.com).- Las cifras indican que ha existido en los últimos años un incremento de las madres que se erigen como jefas de familia, de acuerdo con la Encuesta nacional de Ocupación 2012, ellas constituyen el 44.1 por ciento de la fuerza laboral del país y el 71.8 por ciento de ese sector le corresponde a madres solteras.

Los números indican que existe una fuerte ola de deslindamiento paterno por parte de la pareja al momento de tener hijos; según el Instituto de las Mujeres, en México existen 5.3 millones de madres solteras, lo que representa que siete de cada 10 madres en el país no cuentan con una pareja que aporte algún tipo de regulación paterna para sus hijos.

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La paternidad se caracteriza, especialmente en los países de América Latina, por ser ausente, es decir, por la falta de presencia en los estados más mínimos y los más relevantes de la constitución del niño. La paternidad ausente, para el Fondo de Población de las Naciones Unidas, puede dividirse en varios subtipos: el padre soltero que nunca formó pareja y que no asumió el embarazo inesperado/no deseado; el padre migrante, semipresencial que suele tener acceso por temporadas demasiado cortas, como para intervenir en la crianza de los hijos y el padre divorciado o separado, que pierden contacto con los hijos y en algunos casos se convierte en padre vespertino o de fin de semana.

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Si consideramos que la ausencia del padre no solo debe de tener una connotación física, sino que también es el resultado de una mínima intervención de éste en el cuidado y la crianza de los hijos, entonces podemos determinar que la mayoría de los niños en México carecen de la figura paterna.

Varios estudios demuestran que son muchos los hombres que no se sienten próximos a sus padres; reconocen o recuerdan muy poco haber sido besados, mimados o abrazados por él, aunque si recuerdan sus castigos y golpes. Se presenta en nuestra sociedad un padre inaccesible, intransigente y poco afectuoso. De acuerdo con Carrillo Trujillo y Revilla Fajardo, investigadores sobre el rol masculino en la sociedad, para un niño el rol del hombre adulto es menos conocido y comprensible; su padre trabaja, en la mayoría de los casos, fuera del hogar, por lo que el hijo no puede observar ni participar en su trabajo. Los niños no están en contacto directo con roles adultos masculinos tangibles, con los que puedan identificarse. El rol de hombre adulto es un misterio para el hijo, quien sabe poco de lo que hace su padre al salir de casa.

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De igual manera, Eduardo de la Fuente Rocha, doctor en psicología para la UNAM, explica que la sociedad orienta a los varones acerca de los sentimientos que pueden expresar y los que deben reprimir y hasta rechazar. Todo ello es relevante en la conformación de la figura del padre, pues los sentimientos son importantes porque son accesos innegables hacia la esencia de la persona, por lo que su represión fomenta la manifestación de los aspectos inaccesibles en la figura paterna.

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Al hombre en general y al padre en consecuencia, se le ha negado la posibilidad de expresar sus sentimientos porque así lo ha estipulado la sociedad, lo que genera la fragmentación de la figura del padre, manteniéndolo en un estado de incompletud constante. Tal escisión se manifiesta en los diversos campos de la persona, ya sea en lo afectivo, en lo cognitivo, en lo corporal, etcétera, y el varón la acepta con la finalidad de lograr un acuerdo con el sistema. La ruptura perdura en su proyecto de vida y se transfiere en sus relaciones humanas; prueba de ello es el distanciamiento afectivo con los hijos, al no haber pasado por un proceso de cercanía-separación con su propio padre.

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Se postula que la función paterna es el centro constitutivo de la identidad masculina y la expresión más plena de su versión hegemónica. El padre como figura, y como agente real, dispone de poderes simbólicos y prácticos que le permiten erguirse como el garante de la moralidad de una familia, así como modelar un proyecto de vida y una imagen de sí a cada uno de sus hijos. En la paternidad culmina la identidad masculina, otorgándole a los hombres una capacidad de reproducción simbólica, mediante la transmisión de un nombre y una historia, de una legitimidad y un lugar social para sus hijos, sin embargo, en los deslindes de la paternidad confluyen también otras dimensiones del modelo hegemónico de masculinidad -como la falta de afecto, el no mostrar sentimientos y el distanciarse de todo lo relacionado al hogar-, por lo cual el hombre encuentra en el ejercicio paterno los malestares más profundos de su neurosis, enseñanza que sera transmitida como calca a su descendencia.

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Por Diana Caballero.

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