El ocaso de los ídolos

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La parafernalia que envolvió a la Ciudad de México tras el temblor del 19 de septiembre sólo fue un espejismo causado por el estruendo de un colapso. El endiosamiento de la colectividad mexicana fue sin duda un momento romántico en sentido estricto de la palabra. Es decir, como románticos de la época cortesana, los mexicanos nos vimos deslumbrados por la belleza de una doncella, la cual, pese a los intentos abruptos de cortejarla nos fue imposible poseerla.

Según Aristóteles, los hombres, así como todas las entidades que conforman el ser, somos susceptibles a cambios de índole accidental y esencial. Dicho de otra manera, los seres humanos podemos cambiar nuestro aspecto físico (cambio accidental), pero si cambiamos nuestra esencia (cambio esencial), dejaríamos de ser lo que somos.

Con las muestras de solidaridad y apoyo de los mexicanos, que sin duda denotan un sesgo de humanidad en una era en la cual el hombre se ha tecnificado, la población había pensado que esta armonía entre hombres era un parteaguas en la conducta de nuestra sociedad. Lo cierto es, que los hombres no podemos cambiar nuestra esencia, el mexicano es por antonomasia egoísta.

Esta afirmación no se debe mal interpretar, el egoísmo del mexicano deviene de una vanidad arraigada en su esencia. El mexicano es vanidoso por que disfruta de sobajar al prójimo, su actuar está impulsado por la mirada del otro, por el “qué dirán de mí”. El mexicano ayuda y opina por un sentido de pertenencia, porque disfruta de la algarabía que la masa trae consigo.

La ayuda que nos asombró durante y después del sismo, ciertamente era esa doncella que se admira, desea y enajena. Lamentablemente todo se reduce a esa contemplación; como si fuera un arcoíris o una aurora boreal, la experiencia estética de la imagen se difumina con el paso del tiempo, termina por ser tan sólo un recuerdo.

El panorama vuelve hacer el mismo, el olvido sano al mexicano que regresa a pasos agigantados a su eterno pernoctar. Los hombres regresan a su arcaica condición de vanidad y egoísmo ¿acaso ya no existen las buenas intenciones?

Hemos entrado en el ocaso de los ídolos, la caída de aquellos héroes que morirán en la memoria colectiva a manos de los mexicanos y su actuar. ¿Existe algún antídoto? Me temo que los hombres nos cambiamos en esencia, sólo podemos modificar nuestras acciones.

Esperemos que este ocaso pronto encuentre un destello de luz, pues mucho me temo que si no fuera así Nietzsche tendría la razón. La democracia representa la no-creencia en hombres superiores, en clases elegidas. Todos somos iguales. En el fondo todos somos un rebaño egoísta y plebeyo.

Carlos Ramírez  

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Jose Aguilar

En lo que no estoy de acuerdo es que esa sea nuestra “esencia”. Creo que la educación tiene mucho que ver con la socialización. Quiénes viven de la vanidad, hasta ayudando no podían dejar de sacarse selfies, quiénes viven solidariamente, porque de otra manera no sobrevivirían, también demostraron que estaban dispuestos a dar incluso lo poco que tenían sin aspavientos.

Carlos Ramírez

Gracias por tu opinión Jesus, creo que tienes razón en el hecho de que es peligroso generalizar. Sin embargo, me parece que la motivante de los actos de los mexicanos y los humanos en general, se debe a un aspecto de vanidad.

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