La armadura del caballero Andrés

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 “Todos estamos atrapados en una armadura”

 Robert Fisher

A lo largo de la historia en el reino de México desfilaron multitudes de caballeros que juraron lealtad y vivir bajo un código de ética y servicio a la nación.

Ahora, el reino tiene un nuevo caballero que se ha comprometido a defender a la nación e impulsar el bienestar; pero, en sus primeras batallas – de las que parece haber salido bien librado – ha dejado uno que otro raspón en la economía, otro más en la confianza y un fuerte y doloroso hematoma de incertidumbre.

La armadura que presume el caballero Andrés

Fue la mañana del primero de diciembre, cuando el caballero Andrés inició su misión. En la mente sólo tenía una cosa, destruir al dragón de la corrupción, un demonio de feroces y afiladas fauces que ha asolado a los aldeanos por décadas.

Más de una ceja se levantó cuando vieron llegar al peculiar caballero. La armadura que portaba no era la que la mayoría esperaba. Su yelmo era un tanto anticuado y parecía vulnerable; pero tenia una peculiaridad, en la parte superior se podía distinguir la palabra “honestidad,” un leve grabado que sólo se lograba leer con el reflejo del rayo del sol.

Sin duda, un yelmo poco convencional, pero según el caballero, era lo que necesitaba para contrarrestar los dardos de la ambición que son disparados directamente a la cabeza en los terrenos del poder.

Por su parte, la coraza y el escudo estaban un poco oxidados, parecía que hacía muchos años que nadie los utilizaba. Entre lo opaco del metal, se alcanzaba a distinguir en uno la palabra “transparencia” y en el otro “integridad.”

Estos elementos tampoco eran lo esperado, pero el caballero de cabeza cana insistió en que para defenderse de los dardos de sus adversarios, lo único que lo ayudaría sería hacer todo a la vista pública, con claridad, actuando con rectitud y apegado a los principios del reino.

“La palabra,” es el nombre que llevaba la espada afilada en la mano del caballero – es con la que inicia sus batallas matutinas – pero no parece ser su mejor aliada ya que es un poco lento al usarla e incluso algunos lo califican como torpe y poco astuto, algo que al caballero parecer ser lo que menos le importa, ya que con su espada ha logrado calmar a ejércitos extranjeros que han amenazando al reino con romper toda relación y acuerdos.

Además de no robar, ser consecuente, es decir, con principios e ideales… Gobernar con honestidad, fraternidad y amor al prójimo.

Andrés.

Una guardia amorosa o de armaduras oxidadas

La estrategia de batalla no recae sólo en el caballero Andrés. Para lograr su objetivo se ha hecho de guerreros que dicen tener su misma visión y compromiso de lucha; sin embargo, hasta ahora se desconoce si todos portan la misma clase de armadura o tiene armas especiales con las que lucharán por sus propios intereses.

Algunos se han unido a este ejército con la visión de lograr un reino mejor, pero muchos otros se han infiltrado para llevar víveres a sus propios graneros.

Puede ser que no todos en la guardia tengan armaduras con las mismas características y en su afán de ganar sus propias batallas olviden que juraron lealtad al reino y se vuelvan a repetir los errores de guardias anteriores.

Muchos de los aldeanos no están cien por ciento convencidos de que la armadura del caballero Andrés sea auténtica, lo han criticado por sus discursos moralistas y ponen en duda su estrategia señalada como mesiánica.

Además, su cuadrilla se conforma por personajes de la vieja guardia que en tiempos anteriores han portado armaduras que más que atacar al dragón, parecen ser dulces caramelos que lo han alimentado por años.

El dragón es muy astuto, sabe cómo seducir a cualquiera que se le acerque, tal vez a lo largo de las batallas veremos a algunos caer en sus garras y a otros causarle heridas que lo debiliten.

Si bien la armadura moralista que dice portar el ahora líder de la corte está diseñada para resistir y atacar al dragón, como en todo, debe ser auténtica. Los yelmos, corazas, escudos y espadas falsas serán presa fácil de las fauces de la gran bestia y terminarán siendo sólo armaduras oxidadas que ocultan los rostros de caballeros que han perdido el sentido real por el cuál son lo que son.

Ninguno de ellos debe olvidar la lección de aquel filisteo Goliat, que a pesar de portar una enorme armadura bastó una pequeña abertura en su yelmo para que la onda diera en el blanco y cayera desmayado por el impacto de una piedra, más fuera su propia espada el instrumento utilizado para su muerte a manos de un humilde pastor.

 

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