A finales del mes de abril, Donald Trump felicitó al actual presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte. Según una conversación filtrada y publicada por el diario New York Times, el estadounidense le reconoció a Duterte que estaba haciendo un “increíble trabajo ante el problema de la droga”. La sola felicitación me hace levantar las cejas, pero los datos me confirman la mala espina. El nuevo gobierno filipino asumió el poder hace exactamente un año, en junio de 2016. Desde entonces se emprendió una guerra contra las drogas (otra más) que según estimaciones cobra mil vidas mensuales. Además, es una política confesa: “esperen 20 o 30 mil muertes más para poder acabar con el problema de las drogas de mi país”, dijo Duterte en octubre del año pasado, a cuatro meses de haber asumido. Se trata de una guerra que costará vidas. ¿Dónde he escuchado eso? Hoy en día, grupos locales de la sociedad civil calculan entre 8 y 10 mil muertos, producto del conflicto filipino.
La receta para lidiar con el problema no es, sin embargo, novedosa. Un aumento de ejecuciones extrajudiciales en varias zonas del país, justificación de la violencia contra los narcotraficantes, criminalización de los consumidores, malos o inexistentes procesos de impartición de justicia y desprecio por las víctimas y sus familiares. ¿Dónde he visto eso? Para muestra un botón.
La BBC documentó en noviembre del año pasado que había alrededor de 200 cuerpos que permanecían sin reclamar en la morgue de Manila, la capital del país. La razón era que esos familiares temían que, al momento de reclamar el cuerpo, podrían convertirse en nuevo objetivo de la policía o de los grupos de vigilantes. Por si fuera poco, el gobierno acaba de reconocer que el Estado Islámico está ya en Filipinas, lo que contribuye a legitimar la mano dura de un gobierno que, a pesar de todo, goza de una aprobación relativamente alta.
Sin embargo, a la receta de violencia y balas le falta un ingrediente usualmente subestimado pero con inmenso poder: el discurso de la guerra. Una de las declaraciones de Duterte en el marco de su campaña electoral estaba dirigido a un auditorio muy específico: “Todos ustedes que están en las drogas, ustedes hijos de p…, de verdad que voy a matarlos”, dijo. ¿Quiénes son esos ustedes? La experiencia mexicana podría ser de ayuda para desentrañar la trampa discursiva. ¿Son los adictos?, ¿son los consumidores ocasionales?, ¿o quizás los productores?, ¿o los traficantes? O, ¿por qué no? nadie, o todos. Así es como “ustedes” puede fácilmente convertirse en “nosotros”.
En febrero de 2009, Felipe Calderón dijo que, la mexicana, sería “una guerra sin cuartel porque ya no hay posibilidad de convivir con el narco (…) No hay regreso; son ellos o nosotros”. Todavía hoy seguimos sin cuartel. Lo que sí hay es una ilusión mortífera de “ellos” que se parece mucho al “ustedes” de Duterte en Filipinas. Toda guerra necesita un enemigo, de otra forma es insensata. El drama es que el enemigo, en estos casos, suelen ser ciudadanos. Algunos, en el peor de los casos, criminales, pero la mayor parte de ellos, muchísimos, inocentes que mueren en el marco de complicadas y dramáticas espirales de violencia. En todo caso, aun y cuando el enemigo pueda ser un producto del discurso, lo cierto es que las balas, las armas, así como las víctimas y sus familias, ésas sí son reales.
Me encantaría pensar que la tragedia de violencia mexicana –que está lejos de haberse disipado– es una experiencia que ayudará a no cometer los mismos errores, tanto en el país como en otras latitudes. Lo cierto es que no es así. No somos la primera ni la última experiencia de la letal receta de la guerra contra las drogas.
Su comentario es magnífico y sus estudios extraordinarios. Pero mire usted Yo vivo en la Frontera con los Estados Unidos y para desgracia de México si esta País no fuera el mayor consumidor de la mariguana y otras múltiples drogas y quien vende más armas en el mundo, este sería diferente. Es indudable que los Estados Unidos son maravillosos por múltiples razónes pero estas dos que doy a conocer lo hacen ser el causante mayor de todas las trajedias. Mire el señor Trump en esta última visita a Arabia Saudita les ha vendido $110,000.000.00 [ciento diez mil millones de dólares en armamento]. Cuándo se acabarán las guerras y los asesinatos en México: NUNCA, pues LAS ARMAS Y LAS DROGAS SON EL MEJOR NEGOCIO PARA LOS ESTADOS UNIDOS.