No es la primera vez que México y Estados Unidos se emparejan en una crisis semejante aunque cada quien por su lado. Lo verdaderamente relevante es cómo resuelve cada cual su crisis, o en qué sentido se desenreda la madeja. En México se destapa un ángulo más del pozo de corrupción con marca Odebrecht (mismo que, aunque visible, es un punto más en una marea de casos). Santiago Nieto, hasta entonces el titular de la Fiscalía Especializada para la Atención de los Delitos Electorales, reveló a la prensa que la fiscalía realizaba una investigación que seguía al extitular de Pemex, Emilio Lozoya. La acusación: presuntos sobornos recibidos de la empresa brasileña Odebrecht que pudieron haberse traducido en apoyos para la campaña presidencial de Enrique Peña Nieto en 2012. Se trataba (y quién sabe si algún día podremos saberlo) del hilo que, a punto de jaloneos, llevaría a resolver acusaciones de compra de votos. Imposible no recordar, por ejemplo, el Monexgate. “Follow the money”, dijo el testigo protegido que llevaría a desenredar el caso de Watergate y posterior destitución de Richard Nixon en la década de 1970.
Mientras tanto, en Estados Unidos, Paul Manafort, ex jefe de campaña del presidente Donald Trump, fue acusado junto a su socio Rick Gates por los cargos de conspiración y lavado de dinero, entre otros. Ambos se presentaron ante el FBI y se declararon inocentes de los cargos. Sin embargo, casi al mismo tiempo, el ex asesor de la campaña electoral de Trump, George Papadopoulos, se declaró culpable de mentir sobre los lazos de la campaña electoral con Rusia. En concreto, el ex asesor admitió haber ocultado el contacto que sostuvo con un profesor extranjero anónimo que decía tener vínculos con el Kremlin y ofrecía información sobre Hillary Clinton. Robert Mueller, fiscal especial designado para este caso, aseguró que las mentiras de Papadopoulos impidió que la investigación que el FBI realiza sobre el tema pudiera progresar. Se trata de un capítulo de varios más que componen la novela de Rusia apoyando directamente la campaña presidencial de Trump, o al menos perjudicado indirectamente a Clinton.
La posibilidad de un fraude electoral en ambos lados de la frontera no está exenta (cualquier revisión ligera de la historia reciente lo confirma). Y aunque los mecanismos pueden variar, lo que también varía es el camino para resolver las acusaciones. Aquí cobra relevancia el papel de las instituciones. En México, por lo pronto, el panorama pinta negro. En una decisión inesperada, Santiago Nieto fue removido del cargo y luego él mismo renunció a continuar. Ya se sospechaba el interés de los partidos políticos afectados en que Nieto no continuará, pero el ahora ex fiscal ni siquiera dio tiempo para confirmar las sospechas a través de la votación de legisladores para mantenerlo o retirarlo del cargo. Por si fuera poco, la crisis institucional se agudiza al no contar con un fiscal anticorrupción (enorme deuda pendiente del actual gobierno) ni un fiscal general (cuya ausencia se debe a que organizaciones de la sociedad civil lograron impedir al #FiscalCarnal, como fue acertadamente nombrado). En la prensa se lee que “así se llega a la elección del 2018”. Es eso, junto con la historia de la elección de 2012.
Ambos casos comparten similitudes dignas de subrayarse. La presunción de una campaña electoral tramposa, acusaciones de irregularidades, dudas que repercuten en la legitimidad de los procesos y de los mandatarios actuales. Los indicios de nexos entre Trump y Rusia crecen, aun y cuando hasta el momento no ha sido comprobable ninguna acusación directa contra el presidente. Por otro lado, la presunción de dinero producto de corrupción en la campaña de Peña Nieto despierta dudas respecto al impacto en la elección que viene, aun y cuando nadie en el gobierno ha tenido alguna acusación comprobada. ¿Por qué vía transitará la crisis cada país? En tanto que ese camino esté pavimentado por las instituciones, en esa medida se podrá reconocer la fuerza de la democracia. Es la siembra de lo que cada quien cosecha.