El peso de parecer

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En México, la diferencia entre ser y parecer depende mucho de quién juzgue. Hace poco más de una semana, la esposa del gobernador de Zacatecas, Cristina Rodríguez, visitó un municipio de ese estado donde se realizaba un evento cultural. Ahí, estudiantes de la Telesecundaria “Suave Patria” prepararon una coreografía para recibirla. El atuendo para el baile consistía en pantalones militares y playeras negras; además, los hombres aparecieron con pasamontañas y las mujeres con lentes obscuros y pintura de camuflaje en las mejillas. “Parecen sicarios”, fue la reacción de la primera dama, y se tomó el tiempo para interpretar el ánimo del resto del auditorio: “Veo muchas caras de preocupación”, dijo, y justificó: “los chicos parecen más sicarios que personas que pudieran ser un ejemplo para la sociedad”.

Las declaraciones fueron reproducidas y, en algunos casos, reprobadas en redes sociales por etiquetar a los jóvenes –entre las cuales destaca la defensa que la maestra de los chicos hiciera de sus pupilos–. Como reacción, la primera dama zacatecana publicó una disculpa: “Ofrezco una disculpa si alguien se sintió ofendido por mis expresiones”, aunque inmediatamente volvió a justificar sus dichos: “es la misma disculpa que todos como sociedad debemos exigir a quienes desde las aulas hacen apología del delito”. Además, dedicó unas líneas a la vestimenta de los adolescentes: “no va de acuerdo con su experiencia de vida, ni con los valores que sus padres les han inculcado”.

Lo cierto es que, tanto el atuendo como la coreografía bailada por los estudiantes, aparecen en un popular video del coreógrafo armenio Mihran Kirakosian, y que en YouTube tiene más de 17 millones y medio de reproducciones.[1] Ninguna referencia cercana a un sicario parece haber pasado por los jóvenes bailarines mientras preparaban su coreografía. La tentación de etiquetar es poderosa y peligrosa. Por un lado, es una vía corta y generalmente irresponsable para dar sentido a dinámicas sociales que, de otra forma, serían al menos más complicadas de comprender. Por el otro, refuerza prejuicios que, en contextos de desigualdad, violencia, clasismo y racismo, conducen a prácticas nocivas. El caso está lejos de ser anecdótico y, más bien, refleja parte de la crisis mexicana.

Según la más reciente Encuesta Nacional de Discriminación (2010), 26% de los mexicanos piensa que es justificable llamar a la policía cuando uno ve muchos jóvenes juntos en una esquina, y 57% piensa que, en México, esa práctica es recurrente. Detrás hay una lógica preocupante: es común y justificado pensar que varios jóvenes juntos y en la calle son peligrosos, ya no digamos si “parecen sicarios”. Además, prácticamente uno de cada cuatro encuestados ha sentido que sus derechos no han sido respetados por su apariencia física (24.5%) y dos de cada cinco reconocieron la misma situación pero por su forma de vestir (19.7%).

En un país en el que “como te ven te tratan”, y donde el sistema de justicia está rebasado y opera de forma discrecional, el peso de parecer puede hacer la diferencia entre culpable o inocente, libertad y prisión, vida o muerte. De ese tamaño es el dilema. Preocupa la forma en que tan fácilmente se estigmatiza a adolescentes, alarman los casos en que esos estigmas tienen consecuencias arbitrarias y se traducen en casos de injusticia. En parte, explica por qué no es extraño que la victimización de algunos sectores juveniles de la población sea el pan de cada día. El tamaño de la crisis mexicana exige gobernantes menos preocupados por lo que parece y más ocupados por lo que es. También de prejuicios está empedrado el camino al infierno.

[1] URL: https://www.youtube.com/watch?v=2i6BXbPTRYY

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