En el debate político sobre el narcotráfico, el ángulo del consumo conlleva la tentación de tratarse de forma maniquea. En la conversación entre Donald Trump y Enrique Peña Nieto que el diario The Washington Post publicó, el primero le asegura a su par mexicano que “los narcotraficantes en México están destrozando” a su país. El diagnóstico no podría ser más simplista. Resaltarlo no es menor porque, en última instancia, el narcotráfico envuelve una acción de compra-venta que supone el consentimiento de las dos partes. Ignorarlo invita a suponer que el consumidor es una víctima, una relación que no es tan clara como sí ocurre en otros delitos como homicidio o robo, en donde la víctima y el victimario sí son más evidentes. Detrás de esa omisión –y que es más recurrente de lo que debería– se encuentra una pregunta indispensable: ¿de verdad el narcotráfico se reduce a un problema de venta y no de consumo? La repuesta apunta a un falso dilema. Sin duda involucra ambas partes, pues son acciones inseparables en tanto que se asuma como transacción mercantil. Pero por el otro lado, y quizás más importante, el tráfico y consumo de drogas es mucho más que un problema netamente económico, por lo que, además de oferta y demanda, ciertamente necesita de más variables para ser explicado.
Curiosamente, una forma de nutrir ese debate es justamente analizando el tema del consumo y dónde ocurre. Hacerlo muestra que sí es una variable fundamental para trazar una radiografía del problema. Se parte de dos ideas básicas: no todas las drogas son iguales y no se consumen en iguales cantidades e intensidades en todos lados. Qué consumen, quiénes y en dónde se convierte en una información valiosa rumbo a entender dinámicas y generar diagnósticos. Anualmente, la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC por sus siglas en inglés) elabora informes de prevalencia de consumo de distintas drogas. Estos se elaboran con información generalmente proporcionada por gobiernos nacionales alrededor del mundo. Y aunque eso implica reconocer dificultades metodológicas, aun así se obtienen datos interesantes de grandes tendencias. Gracias a ello, por ejemplo, es posible confirmar y/o actualizar información clave como el sentido de los flujos de narcotráfico, la aparición de nuevas drogas y, por supuesto, la lista de los países en donde más consumen.
El Informe mundial sobre las Drogas 2017 de UNODC arroja información relevante. Entre ellas destaca la existencia de una población global de consumidores estimada de 250 millones de personas que, alrededor del mundo, consumieron drogas al menos una vez en 2015 (el año más reciente con el que el informe estima el cálculo). De ellos, 183 millones reconocieron consumo de cannabis, 35 de opioides, 18 de opiáceos, 17 de cocaína y, 37 de anfetaminas (una de las drogas que muestra mayor dinamismo en la última década). Además, cual brújula, indica y refuerza a un norte consumidor y concretamente a Estados Unidos como el mayor mercado de consumo de drogas en el mundo, seguido de Europa y Australia. Según datos del informe, Estados Unidos es el mayor consumidor del mundo de anfetaminas (2.9% de la población), cannabis (16.5%), opioides (6%) y el tercero en consumo de cocaína (2.3%), sólo después de Escocia y Albania.
Además, el informe también es útil en las omisiones. Señalo dos ejemplos. El primero involucra a México, y es que urge contar con cifras actualizadas sobre el consumo de ciertas drogas profundamente adictivas, dañinas y baratas como el cristal (el año más reciente que UNODC utiliza para su comparación es 2011). La importancia de este dato radica en que su consumo está asociado a otras dinámicas de criminalidad y violencia y que, aquí, sí, el consumidor en México sea tanto víctima como victimario. En ese sentido, es muy probable que, en el caso de esta droga, se trate mucho menos de una simple transacción comercial y mucho más de una relación de coerción y violencia, aunque necesitamos información actualizada para conocerlo con certeza. El segundo caso involucra a los países centroamericanos. En las mediciones de drogas específicas como cocaína y metanfetaminas se observan muy altos grados de consumo aunque con mediciones muy desactualizadas, algunas incluso datan de 2005. Desde ese año a la fecha, varios de esos países han sufrido espirales de violencia que requieren de información actualizada sobre el consumo de ciertas drogas para elaborar diagnósticos.
Hay elementos de sobra para justificar el impulso de un estudio sobre la geografía del consumo en América del Norte y Centroamérica. Además de oxigenar el debate sobre el narcotráfico con ideas, mediciones e indicadores, también sería una oportunidad para evitar el uso del consumidor de forma únicamente retórica y maniquea, fortalecer el enfoque de salud pública y repensar los marcos del prohibicionismo. No sería la primera vez que, en este tema y desde el campo de las ideas, se logren impulsar cambios significativos en políticas públicas y, por consecuencia, en la dinámica social.
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