La liga de los villanos

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Según información liberada por la Agencia Central de Investigación (CIA) de Estados Unidos, Osama Bin Laden, ex líder de la organización terrorista Al Qaeda, disfrutaba de ver dibujos animados. Lo hacía desde su escondite blindado en Abbottabad (Pakistán). Títulos como Antz, Batman, Chicken Little, Cars y La era del Hielo, entre otros, formaban parte de una colección lúdica entre la que también se hallaba pornografía, videojuegos y documentales producidos por la BBC y National Geographic. Las revelaciones hacen terrenal y mundano a quien fuera el hombre más buscado del planeta y autor intelectual del mayor ataque terrorista en la era reciente. La imagen provoca un corto circuito en la lógica de las expectativas del súper villano. Cómo es posible que “el más malo”, disfrute del mismo entretenimiento que las masas, que ría con las mismas bromas y se relaje con las mismas historias. En ese choque hay una desilusión que debe confrontarse: ¿qué tan malo es el más grande villano?

A principios de los sesenta, la filósofa alemana Hannah Arendt viajó a Jerusalén para presenciar el juicio de Adolf Eichmann, alto mando del ejército nazi. Eichmann fue el responsable de ejecutar la logística y transporte de presos y deportados hacia los campos de concentración alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. Él decidía y ordenaba el embarque, recepción y detalles del movimiento de un sinfín de víctimas del nazismo. Cientos de miles de muertes se decidieron a partir de sus instrucciones. Arendt, una de las mentes más brillantes del siglo XX, viajó como corresponsal de la revista estadounidense The New Yorker. Después de haber presenciado el juicio, y de ver el comportamiento sumiso y obediente del ex oficial nazi hacia los custodios de su celda, la conclusión de la autora fue fascinante: el hombre era un burócrata más, uno que sólo seguía instrucciones; culpable hasta la médula, pero no el origen de la maldad que tantos esperaban. Ése fue otro choque y desilusión: se creía haber capturado al “malo”, y con él, al “origen de la maldad”. No era así.

Algo parecido pasó cuando Sean Penn y Kate del Castillo lograron una grabación de “El Chapo” Guzmán, heredero del trono de los más malos después de la captura de Bin Laden. “Si yo me muero, al negocio no le pasa lo que es nada”, dijo “El Chapo” en el citado video. Inesperada muestra de espontánea sabiduría que igual funciona para el terrorismo internacional, los regímenes totalitarios o la violencia en México. La sensación de decepción que causan estos casos son reflejo de un síntoma mayor. Estamos acostumbrados a pensar en la maldad, el crimen o la violencia como una excepción extirpable. Es cosa de hacer una tarea quirúrgica de identificar y extirpar el tumor, o aislarlo. La decepción es mayúscula. En última instancia, para entender los fenómenos no sirve de mayor cosa poner a prueba la bondad de Bin Laden, Eichmann o Guzmán, ni de incorporar a nuevos elementos dentro de las filas de la Liga de los Villanos. Más bien, la tarea consiste en detectar los mecanismos, instituciones, prácticas y comportamientos a través de los cuales las atrocidades ocurren, y luego proponer formas de recomponer el camino.

Políticas de seguridad por todo el mundo siguen orientadas a perseguir, atrapar y descabezar “villanos” como el primer y último fin. Hacerlo construye el camino corto para ignorar problemas de raíz. Además, corretear a los más buscados suele resultar en espectacularidad, y eso en estrategias para legitimar políticas punitivas o agresivas, generalmente en decremento de la protección fundamental de derechos humanos de poblaciones vulnerables. Está por verse qué papel juega la política de seguridad en las próximas elecciones de 2018. Venimos de administraciones que, por estrategia o por omisión, han visto crecer los índices delictivos. Tan sólo el pasado mes de octubre rompió récord como el mes con más asesinatos en el país desde 2006. Cualquier posibilidad de un México en paz, requiere más madurez en la solución profunda de problemas estructurales, y menos en corretear villanos como única prioridad.

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