La segunda ronda de negociaciones del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) arrancó la semana pasada en la Ciudad de México. En medio del misticismo de una negociación crucial, Bosco de la Vega, presidente del Consejo Nacional Agropecuario, aseguró a la prensa que la seguridad y el narcotráfico están por incluirse en la agenda. “Todos los temas que padecemos los tres países están en la mesa de negociación”, afirmó. El planteamiento es interesante, pues de las mismas raíces de las que se inspira el libre comercio se nutren la mayoría de los flujos ilegales internacionales. Por ejemplo, no es descabellado reconocer que el tráfico internacional de drogas se vale de los acuerdos, caminos y rutas que fueron diseñados y construidos para el comercio internacional legal. Son dos lados de una moneda que, probablemente, tenga más de dos caras.
Lo mejor y lo peor puede venir del libre comercio. Igual permite la creación de empleos, el crecimiento económico o el tránsito de ideas, que la destrucción ambiental, la marginación de comunidades, la precarización laboral o el incremento de la pobreza y la desigualdad. Lo han dicho expertos en comercio internacional como Luis Miguel González: el TLCAN creó una clase ganadora en México, próspera y enriquecida, pero también generó perdedores que agudizaron las diferencias entre algunos sectores del país. No es descabellado llevar esa explicación al narcotráfico.
Por un lado, aparecen algunos narcotraficantes que se han visto favorecidos por la intensificación del comercio entre ambos países, exportando drogas y personas al por mayor e importando dinero y armas. Y por el otro, aparece un ejército de campesinos marginados que han servido de mano de obra barata para el mismo fin pero recibiendo las migajas del negocio. Aquel campesino cuya calidad de vida no ha mejorado en las últimas décadas (ni por el TLCAN ni por otras políticas públicas), es orillado a decidir entre migrar o cultivar amapola o marihuana para algún grupo criminal como una forma de sobrevivencia. Es un escenario que los deja atrapados entre la ilegalidad y la amenaza de ser el eslabón más frágil de organizaciones criminales. Fuego cruzado hacia donde miren.
Pero no es sólo el narcotráfico. Una revisión de la prensa publicada sobre el tratado en el último año permite ver todos los temas que, sin ser primordialmente comerciales y sí de la agenda de seguridad, se han montado sobre la renegociación. Migración, trata de personas, seguridad cibernética, seguridad en la frontera, tráfico de armas y el mismo narcotráfico, todos son milagros encargados al mismo santo. Es un acierto reconocer que el TLCAN y en general el impulso al comercio involucra estos temas, pero también debe reconocerse la contradicción en el origen. Peter Andreas, investigador de la Universidad de Brown, lleva diciéndolo desde hace años: la promoción de las reformas de libre mercado y las prohibiciones del mercado de drogas ilícitas están basados en lógicas completamente opuestas. Mientras que el objetivo último del libre mercado es maximizar el comercio y evitar la intervención del Estado, el prohibicionismo pretende justamente lo contrario, suprimir todo el mercado a través de la intervención estatal.
Lo cierto es que el TLCAN no puede, ni antes ni después de su renegociación, resolverlos por sí sólo, pero tampoco se puede renunciar a incluirlos en la agenda. Incumben tanto al tratado como a la misma dinámica comercial que tantos beneficios han traído a las economías de los tres países. No hay salida obvia para desenredar este nudo, tiene sentido y es importante discutirlo en la mesa. Aunque en las condiciones actuales, es probable que incorporarlas termine empantanado más una negociación que ya de por sí transcurre entre la nebulosa.
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