Según John Kelly, Jefe de Gabinete de la Casa Blanca en Washington, México es “un narcoestado fallido”. De acuerdo con reportes de prensa en México y Estados Unidos, el funcionario estadounidense usó esas palabras para describir al país en una reunión con los demócratas. Son declaraciones que ocurren –no está de más recordarlo– en medio de una relación tensa y complicada entre México y Estados Unidos. De fondo está la suspensión del programa DACA, la renegociación del Tratado de Libre Comercio y la insistencia de la presidencia estadounidense en la construcción del muro, la cereza de un pastel que indigestaría a cualquiera. Pero, ¿cómo interpretar sus dichos?, ¿qué es exactamente un “narcoestado fallido”? Hay dos lecturas: lo que puede significar en términos de un diagnóstico y lo que significa para quien lo dice. En la primera opción, sus palabras están llenas de ambigüedad, lo que conduce a análisis llanos y sin mucho trasfondo. Sin embargo, la segunda lectura, sobre el significado para quien lo dice, el terreno es minado y los intereses aparecen a diestra y siniestra.
Cada año, el Fondo para la Paz, una organización sin fines de lucro, elabora y publica el Índice de Estados Fallidos. A partir de la construcción de 12 indicadores, monitorean la evolución de diferentes países alrededor del mundo para extraer un número que coloca a cada Estado en parámetros que, aseguran, permiten comparar países. Estamos acostumbrados a metodologías que nos ayuden a reducir a un número realidades profundamente complejas. Y aunque los índices son generalmente herramientas útiles para dar otros pasos rumbo a diagnósticos mejor elaborados, su abuso tiende a construir realidades que ignoran que cada caso es diferente. Es lógico que, por eso, provoquen la tentación de ofrecer respuestas iguales a problemas supuestamente iguales, o a validar los decisiones de política pública tomadas desde el escritorio y con premura. Además, la idea de Estado fallido se presta para apreciar cómo ven las cosas quienes lo dicen, más que para decir dar información analíticamente útil sobre el problema.
En este caso, la idea de “narcoestado fallido” supone un sinfín de reductores de complejidad. Por supuesto que México tiene problemas asociados al narcotráfico, violencia, corrupción, impunidad y una larga lista de indeseables. Sin embargo, cada problema merece una propia explicación que considere: a) cuándo y cómo estos problemas se cruzan unos con otros, y 2) dónde y por qué pasa cada uno. En resumen: en México no existe un solo Estado ni se explica siempre con la misma fórmula. Enunciarlo como lo hizo Kelly invita consolidar en la imaginación un montón de preceptos sobre cosas que, en México, ciertamente no funcionan. Si se valida la forma en que lo expresó, es relativamente fácil imaginar a narcotraficantes (sea lo que eso sea) en posesión del Estado (sea lo que eso sea), cuyas instituciones fallan o simplemente nunca funcionaron. Si el ánimo es el de entender realmente qué ocurre, la etiqueta sirve de poco o nada. En su lugar, sería ideal contar con un análisis detallado de qué instituciones y/o personas en el gobierno son las que no funcionan, cuáles son las prácticas que producen los males, qué marcos legales, políticos e históricos lo explican. Eso ayudaría a corregir el rumbo en temas precisos y con estrategias que pongan por delante la dignidad de las personas, sobre todo de las más vulnerables.
Sin embargo, muchas veces la política no tiene tiempo para eso, particularmente la que es improvisada y piensa en cortos plazos. Ésa necesita de reductores de complejidad, dos o tres palabras que sinteticen como sea y habiliten la justificación para tomar decisiones también como sea. Y por eso importa mucho lo que Kelly dijo y lo que, con ello, quiso decir. Enunció el enfermedad y es lógico que proponga la medicina. La tentación de los conceptos fáciles pero endebles no es exclusiva del gobierno de Estados Unidos ni de la administración Trump. Abundan funcionarios mexicanos que no resisten a la tentación. En todo caso, monitorear ese abuso funciona como un barómetro que mida las presiones de gobiernos preocupados por resultados inmediatos, tendencia que generalmente se acompaña de hacer parecer antes que realmente ser o hacer.