¿Qué es la belleza? La filosofía y la neuroestética lo explican

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Durante muchos años, definir qué es la belleza fue una tarea delegada sólo a las humanidades; sin embargo, desde hace algunos años, la filosofía y la neuroestética han nutrido estas explicaciones.

 

Ejercer un juicio crítico sobre una obra de arte no es una labor sencilla si consideramos el gran acervo de teorías que han emergido a lo largo de la historia de la humanidad. Muchos son los aspectos a considerar para ejercer dicho juicio, uno de ellos, quizá el más antiguo y con mayor pluralidad, es aquel que se sujeta a la belleza de la obra.

Pero ¿qué es la belleza? ¿desde dónde explicarla?

Desde la filosofía

El ser humano siempre se ha preocupado por definir qué es lo bello y entre más se esmera en encontrar una respuesta, más diversifica sus definiciones. Al respecto, Hegel señala que las representaciones de lo bello son infinitas y particulares, por lo tanto toda reflexión estética se lleva acabo a partir de la experiencia individual.

Por su parte, Schlegel destaca que la poesía (gran mar universal donde desembocan todas las corrientes del arte) brota principalmente de lo más hondo y primigenio del alma humana. Aunque este filósofo pone especial énfasis a las fuerzas intangibles de lo poético y por ende de lo bello, reconoce que también es importante plasmar el sentido profundo de las cosas.

Si centramos nuestra atención en el sentido de lo bello, para Longino ese “sentido profundo de las cosas” se traduce como “lo sublime”; lo cual define como el eco de la grandeza del pensamiento, es este lo que despierta el éxtasis que conduce a lo prodigioso, lo asombroso y lo que arrebata, lo que deja huella en el pensamiento.

Lo sublime es atemporal, complace en todo tiempo. Para Roland Barthes la complacencia de la que habla Longino se traduce más bien en placer, en un instante insostenible, un espacio intangible.

¿Qué dice la ciencia?

Aún en su definición más abstracta, intangible y subjetiva, el arte genera reacciones físicas en el cuerpo humano. En un intento por develar la raíz, concreta y tangible de los miles de conceptos explicados sólo a través de otros conceptos en la rama de las humanidades, surgen las neurohumanidades, entre ellas la neuroestética. ¿Estas disciplinas podrían explicar y concentrar las explicaciones de Longino, Hegel y Barthes a través de una red de reacciones químicas en el cerebro?

La neuroestética intenta explicar que la concepción de lo bello es el resultado de una evolución natural de nuestra capacidad de distinguir lo bueno de lo malo para satisfacer nuestras necesidades biológicas básicas. Apreciar una obra de arte provoca la misma reacción cerebral que cuando se disfruta de una comida, explica Verónica Guerrero.

Lo bello está asociado a la percepción a través de los sentidos, cuya función más primitiva es la de mantenernos alerta ante los estímulos exteriores para sobrevivir. Si bien los sentidos están asociados a las necesidades básicas del cuerpo, cuando estos se ven estimulados por una obra de arte, responden también a exigencias sociales o culturales. De tal forma que los científicos que sostienen la postura donde el arte es un producto residual de la evolución, relegan la importancia de los orígenes espirituales y anímicos del arte.

¿Ciencia vs Arte?

Muchos aspectos del arte siguen escapando del dominio científico, especialmente aquellos que desde sus orígenes más abstractos producen sensaciones corpóreas. ¿Es realmente posible que las neurohumanidades logren explicar las sensaciones que produce  lo bello, elemento fundamental en lo intangible del arte?

¿La actual relación ciencia-arte supone una forma de interdisciplina? O más bien, ¿las neurohumanidades son ahora las reivindicadoras de las artes liberales como señala Alissa Quart? En el último siglo, la ciencia, específicamente la aplicación del conocimiento científico, han tenido un auge casi algorítmico; por lo tanto, no es de extrañar que el arte en combinación con la ciencia se valide inmediatamente, la ciencia “ofrece un brillo instantáneo de credibilidad”, apunta Deena Skolnick.

En el último siglo, donde casi todos los aspectos de la vida diaria son cuantificables, la neuroestética trata de cuantificar la subjetividad, de definirla en una gráfica de escala específica. Durante miles cientos de años, lo intangible del arte se explicó a través de algo también intangible, el lenguaje; las búsqueda científica para encontrar una representación tangible de lo anterior, implica a su vez una la abstracción de algo ya de por sí metafísico.

Lo que el arte genera en el ser humano se convierte en una búsqueda entre espejos colocados uno frente al otro, donde cada imagen es la representación de un concepto, volviendo cada nueva representación en la representación de la representación, así en una cadena que no sabemos donde terminará.

La inclinación de las humanidades por buscarse un sentido a través de modelos científicos, debe ser una búsqueda auténtica para la construcción de más conocimiento en torno a su propia disciplina ya que, como sentencia Verónica Guerrero, el arte ayuda a comprender la función del cerebro y no el cerebro a comprender la función del arte.

Si las humanidades se adornan con la popularidad de la ciencia, no hacen otro cosa que reforzar la tendencia moderna de depositar ciegamente la fe en todo lo que puede ser demostrable científicamente, convirtiendo a la ciencia en la nueva religión del siglo XXI.  Si se actúa por esta última vía, es posible que la subjetividad y la belleza se vuelva canónica, un canon con la validez irrefutable de la ciencia.

 

 

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