El año nuevo prehispánico se celebraba cada 52 años

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En cada uno de los pueblos nahuas, los vecinos barrían sus casas, apagaban sus lumbres y arrojaban a lagunas su ropa vieja como parte del ritual de año nuevo.

Ciudad de México.- Antes de la llegada de los españoles, la medición del tiempo era distinta de cómo la conocemos ahora en nuestro continente, pues los ciclos duraban más tiempo.

Es difícil ajustar el calendario mesoamericano con el europeo y saber con precisión cuándo comenzaban los nuevos ciclos, pero haciendo una aproximación, se sabe que en algunos pueblos los ciclos se renovaban en el mes de enero, mientras que otros celebraban el inicio del año en febrero y algunos hasta marzo, y que la mayoría de ellos duraban cerca de 19 mil días, el equivalente a 52 años.

El advenimiento de cada año se celebraba con el ritual del Fuego Nuevo. Algunas de las prácticas rituales en este rito consistían en “estirar” a los niños de piernas y brazos para que crecieran grandes y fuertes, y en perforar sus orejas y beber pulque, de acuerdo con la investigadora del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Yolotl González Torres.

Otras prácticas eran el consumo de platillos festivos, cacerías rituales, el barrido simbólico fuera de la casa y el desecho de ropa y utensilios domésticos.

 El siglo prehispánico resultaba del cómputo de cuatro periodos de trece años de 18 meses de 20 días, según el calendario mesoamericano. Éste había sido creado por los olmecas, perfeccionado por los mayas y compartido por la mayoría de los pueblos del México antiguo.

El Fuego Nuevo, o Toxiuh molpilia (atadura de años) era un trance cosmogónico en el que estaba de por medio la supervivencia del universo, porque podía ocurrir que el Fuego Nuevo (el Sol) no prendiera y se acabara el mundo.

Bernardino de Sahagún narra en sus escritos que los pueblos nahuas se veían temerosos de que el nuevo sol, o el nuevo ciclo no llegara y padecieran hambre y frío. Días antes de la celebración guardaban maíz, frijol y pulque para estar preparados en caso de que eso ocurriera.

La “nueva lumbre” se encendía el primer día del primer mes mexica (acahualco), correspondiente al 26 de febrero del calendario gregoriano, en el ayaucalli (templo) del monte Uixachtécal, Iztapalapa, conocido actualmente como Cerro de la Estrella.  El ritual se realizaba en la noche y en la tarde se organizaba una procesión de Tenochtitlán a Iztapalapa, donde participaban sacerdotes y dignatarios mexicas, tlatelolcas y tepanecas, así como todos los pueblos del Valle de México.

En cada uno de los pueblos nahuas, los vecinos barrían sus casas, apagaban sus lumbres y arrojaban a lagunas su ropa vieja, sus penates (estatuillas de dioses domésticos) y sus utensilios caseros. Después, subían a sus azoteas para observar a distancia el encendido del Fuego Nuevo en la punta del Cerro de los Huizaches o Uixachtécatl.

Para evitar plagas, pestes y a los tzitzimeme, grandes monstruos caníbales se enmascaraban con pencas de magueyes, se encerraban en trojes y mantenían en vigilia a sus hijos porque de dormirse podían convertirse en ratones en caso de que la luz del Sol no volviera a la Tierra.

En tanto, el sacerdote de Copolco encabezaba una espectacular ceremonia en el monte Uixchtécatl que incluía el sacrificio de un guerrero extranjero de alta jerarquía y el encendido de una gran hoguera visible a 70 kilómetros.

 El ministro religioso nahua encendía el Fuego Nuevo y si la lumbre resistía la prueba de humedad con la sangre del sacrificado, el Toxiuh Molpilia había sido un éxito.

Una vez renovada la “lumbre”, el Fuego Nuevo se repartía a todos los representantes de los pueblos del Anáhuac, quienes la enviaban a sus respectivos centros rituales de la mano de corredores provistos con antorchas de ocote.

En cada nación, cada aldea y cada hogar nahua volvía el aliento, y la gente renovaba vestidos, alhajas, trastos de cocina, penates y petates.

Por el resto de la noche bebían agua y comían castañas con miel, y hacia el mediodía del 27 de febrero empezaba la fiesta en grande con el sacrificio de cautivos y esclavos, banquetes y danzas.

La última ceremonia del Fuego Nuevo en tiempos prehispánicos se realizó en febrero de 1507 cuando gobernaba en Tenochtitlán el tlatoani Moctezuma Yocoyotzin, el antepenúltimo emperador azteca. La próxima “atadura de años” en el monte Uixchtécatl se realizará el 2027.

elsemanario.com ocn información de Conaculta.

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