Estado, patrimonialismo y carisma en el mundo actual
Este año se cumple el centenario de “La política como vocación”, el célebre texto de Max Weber (1864-1920) que resume algunas de las tesis más importantes de su vasta sociología política. En él se encuentra la conocida definición del “Estado moderno” como aquél que tiene el “monopolio de la violencia física legítima” y que, como tal, es el único que puede disponer sobre las acciones de la policía y el ejército que debieran garantizar la seguridad de la población.
Algunas circunstancias actuales hacen que esta definición esté en entredicho. En México, el ascenso de las organizaciones criminales y las fuertes dosis de impunidad, han hecho evidente que el monopolio de la violencia legítima está lejos de ser eficiente e incluso se ha llegado a afirmar que se trata de un “Estado fallido” que no tiene la capacidad de proveer seguridad a la mayoría de su población. Aunque en otros países las circunstancias son distintas, el número creciente de ataques terroristas (algunos de ellos operados por grupos internacionales) también han mermado la capacidad del Estado para asegurar la vida de sus ciudadanos.
En La política como vocación, Max Weber también presenta un resumen de su teoría de la dominación que había desarrollado en años anteriores. De acuerdo a ésta, los tipos de dominación se explican por los motivos de legitimidad, y esos pueden ser de tres tipos: el burocrático, el tradicional y el carismático.
Mientras la dominación burocrática responde a un régimen legal, y su aparato de mando está constituido por funcionarios capacitados para el cargo, la tradicional descansa en factores vinculados con las costumbres, la herencia o las religiones, y se sostiene en “funcionarios” que responden a puestos de nobleza o son favoritos del dirigente en turno. En su forma patrimonial, este tipo de autoridad se rige por las costumbres y una justicia que se ejerce más de acuerdo a la “sabiduría del líder” que el apego al orden constitucional. Las características de este tipo de autoridad hacen que el dirigente se presente como un “padre providente” que como tal, atiende los intereses de los súbditos a cambio de asegurar su lealtad. Lejos de seguir el orden moderno que apela a principios generales, la justicia se ejerce según sea el caso. A la manera salomónica, el dirigente decide evaluando las circunstancias y en función de lo que le parece más justo de acuerdo a su “propia sabiduría”.
En cuanto a la autoridad carismática, más allá de los factores positivos o negativos de los distintos líderes, y a la manera en que sucede en las grandes religiones (con figuras como Moisés, Jesús o Mahoma), la legitimidad descansa en características que se le atribuyen como innatas, por lo cual el líder se considera irremplazable. Mientras la burocracia tiene un carácter racional, el seguimiento al carisma responde básicamente a las emociones, y a menudo se sostiene en una polarización de la sociedad que el propio líder fomenta.
A partir de estas definiciones podemos observar cómo, aunque después de cien años los tiempos han cambiado, los tipos ideales de Max Weber resultan aún vigentes para el diagnóstico de la sociedad actual donde, en un amplio número de casos, las bases de legitimidad de los dirigentes responden más a características que se vinculan con sus propios atributos que con el apego a los ordenamientos racionales y jurídicos.
En cuanto a México se refiere, el gobierno de López Obrador parece tener fuertes coincidencias con la autoridad patrimonial-carismática. El cuestionamiento a las organizaciones intermedias y autónomas de todo tipo, y el otorgamiento directo de los apoyos sociales con altas dosis de clientelismo, favorecen una lealtad personal. En la medida en que su liderazgo reside en su propia figura y que, como él mismo lo ha dicho, si tiene que escoger entre ley o la justicia, lo mejor es optar por esta última, en su discurso hay un menosprecio hacia el ejercicio universal de la legalidad y una apelación a la moral de acuerdo a otros principios.
Así, lo que sucede en el mundo contemporáneo muestra que a pesar de que ya han pasado 100 años, las contribuciones de Max Weber son aún vigentes, por lo cual recomiendo ampliamente la lectura de este gran clásico del pensamiento social y político.