Las trágicas consecuencias del alcoholismo en mujeres embarazadas ya eran evidentes hace cientos de años. Cuando las indígenas de la tribu Lakota daban a luz, la habitación se impregnaba de un putrefacto olor a vino: el bebé había estado sumergido durante nueve meses en la placenta saturada de licor.
Los niños de la tribu Lakota nacían con ‘delirium tremens’. Fuertes convulsiones sacudían al recién nacido al cortar el cordón umbilical. Los sobrevivientes jamás serían niños normales: cerebros sin capacidad de retención, sin sentido común. Ataques, espina dorsal desviada, dentadura doble, ojos vacíos, quijada abierta.
La tribu Lakota conoció lo que llamaría ‘agua mágica’ a través de cazadores europeos. Los indígenas en Estados Unidos canjeaban pieles de visón por alcohol y otras baratijas. El ‘elixir milagroso’ producía una efervescencia superior a la experimentada en la ‘Hanbleceya’, ritual religioso tradicional que producía alucinaciones después de muchas horas de danza ininterrumpida bajo el sol.
La ‘Hanbleceya’ se iniciaba en la pubertad. El Lakota permanecía varios días en soledad en el bosque sin ningún utensilio, arma o provisión para alimentarse o protegerse de los elementos. Creía que, en estado de consciencia profunda producida por el temor, el ayuno y la sed, le sería revelado el rol que debería desempeñar en la comunidad: la iluminación sobre el sentido de su propia vida. El alcohol, o ‘agua mágica’, parecía ofrecer una mayor euforia: una forma más eficaz de alterar la conciencia, y menos dolorosa.
La tribu adoptó la conducta escandalosa e irracional de los cazadores europeos. El alcohol fue pervirtiendo a los indígenas: hombres, mujeres y niños. Mientras que la ‘Hanbleceya’ había resuelto para ellos durante siglos la contradicción de la existencia humana, el alcohol aumentaba la confusión de la vida al romper la delicada red de deberes y costumbres ancestrales. Cayeron por tierra las cuatro virtudes cardinales de los Lakota: generosidad, valentía, fortaleza e integridad moral. Fueron substituidas por el juego, el robo y la prostitución. Eran comunes los suicidios, asesinatos, violaciones. Se hizo frecuente la desintegración familiar, la miseria y la dependencia. El alcohol diezmaba a los indígenas en la misma proporción que la viruela: 19 morían, de cada 20.
Años después, totalmente derrotados por el ‘agua mágica’ -líquido aparentemente delicado que se evaporaba al sol- fueron recluidos en las llamadas ‘Reservaciones’, que para su estilo de vida seminómada fue devastador. El ocio y las enormes cantidades disponibles de licor sofocaron la vida cultural y espiritual de los Lakota. Perdieron el sentido de dignidad y el espíritu de lucha.
Los hombres engendraban a sus hijos en estado de ebriedad. La leche de los biberones de los bebés era mezclada con alcohol “para que se durmieran”. Las niñas jugaban a que “se emborrachaban los papás”, reproduciendo escenas de violencia con las muñecas. Las mujeres se pasaban mejor las molestias del embarazo bebiendo. Habían olvidado el tradicional sagrado deber de la maternidad: cuidar con esmero la semilla de la vida, fecundada en el centro mismo del ser, milagro supremo de la Creación.
Olvidaron también el Ritual de la Fecundidad: “Yo recibo tus semillas en mí y velaré porque nada les falte para germinar. Cuidaré mi mente, mi cuerpo y mi espíritu, las envolveré con amor y esperanza. Tus semillas de amor seguirán germinando, generación tras generación. Yo las recibo. Sí.”
El polvo ha cubierto esas páginas trágicas de la historia, pero las terribles consecuencias perduran en los infortunados descendientes de los Lakota. Las estadísticas revelan que la tragedia del alcoholismo continúa: millones de hijos de alcohólicos nacen marcados por el FAS (Síndrome de Alcoholismo Fetal, por sus siglas en inglés).
Pudiera justificar a los Lakota el hecho de que ignoraban la relación entre alcohol y deformación fetal, pero, en la Era de la Informática, no hay excusa que puedan ofrecer los padres de hoy para engendrar hijos en estado de ebriedad. No hay excusa para que una futura madre tome una o dos copas cuando conoce de antemano que cada gota de alcohol será almacenada en su cuerpo en la placenta y causará daños irreversibles a las células de su bebé en gestación.
Alcohol, drogas, tabaco: son substancias teratógenas (del griego ‘terrado’ y ‘genes’, “hacer monstruos”). Muchos padres y madres de hoy en todos los rincones del mundo olvidan cuidar con dedicación y esmero las semillas de vida.