Ya está listo el arsenal para las batallas de hoy, las guerras del mes siguiente y del año próximo, a librarse en ciudades, desiertos, océanos y selvas del planeta. La fórmula: armas-tecnología-poder se resuelve con las que he bautizado Armas Frankenstein, una extraordinaria fusión de modelos convencionales con sistemas robóticos, mecatrónicos y electrónicos. Ya no hay combate cara a cara. El nuevo arsenal aniquila a gran distancia más objetivos y rápido.
En su discurso de fin de mandato, el 17 de enero de 1961, el presidente estadounidense Dwight D. Eisenhower advertía que los consejos de gobierno debían evitar “la influencia del complejo industrial-militar (CIM), que implica el riesgo de desarrollar un poder usurpado”. Sin embargo, el poder e influencia del CMI creció desde la guerra de Vietnam y se mantiene en los 55 conflictos armados activos que registra el Anuario 2017 del Instituto de Estocolmo para la Investigación de la Paz (SIPRI).
Clara expresión de ello es el trabajo conjunto del CMI y centros de educación superior. Los laboratorios de la no muy pública Agencia de Investigación de Proyectos Avanzados de Defensa (DARPA, en inglés) y prestigiadas Instituciones como el Instituto Tecnológico de Massachussetts (MIT). Todos producen Armas Frankenstein.
A la intención de preservar la hegemonía estadounidense en el Pacífico, siguió la bomba nuclear. La paranoica ola anticomunista creó la perversa eficiencia del arsenal biológico y la bomba neutrónica en tiempos de Ronald Reagan. El amanecer del siglo XXI construyó un imaginario colectivo del miedo donde el mundo exterior es conflictivo y en perpetua inseguridad, con ciudadanos inmovilizados, analiza el politólogo Robinson Salazar.
Ese imaginario inspira el diseño de las Armas Frankenstein para cumplir el postulado del prusiano Carl von Clausewitz (1780-1831), de que ‘la guerra no es el objetivo, sino vencer’. Y eso se logra en la modalidad de guerra aérea, que dispone de satélites espías a los que se suma una legión de ubicuos minidrones con cargas letales. También se nutre de los indetectables cazas furtivos F-22 Raptor, casi invisibles, apoyados por sensibles radares distribuidos en todo el mundo y un universo de señales de radio de gran capacidad destructiva.
El producto más acabado es la poderosa Terminal de Defensa de Área a Gran Altitud (THAAD o Escudo Antimisiles de Estados Unidos). Un sistema de misiles instalado en Surcorea, destinado a interceptar misiles norcoreanos. Sin embargo, esas armas teledirigidas pueden alcanzar territorio ruso, de ahí que hace dos semanas el Kremlin presentara su misil intercontinental impulsado por energía nuclear casi imposibles de ser interceptados por el THAAD.
Hoy, la infantería terrestre dispone de un amplio repertorio en Armas Frankenstein. Ingenieros del MIT, de la Universidad de Harvard y la Universidad de Seúl, crearon el warrior-worm, un gusano robot de material super maleable que se contrae hasta pasar por orificios diminutos, que sobrevive a grandes impactos, cuya cámara térmica detecta blancos a gran distancia, es muy silencioso e ideal para tareas de reconocimiento.
También el Pentágono tiene sus propias Armas Frankenstein. Uno es el chita-robot que se desplaza a más de 20 kilómetros por hora; se diseñó ese felino electrónico para ayudar a los combatientes en un amplio rango de misiones. Esa fauna bélica se enriquece con el perro-robot Alfa que carga hasta 132 kilos de peso y recorre 40 kilómetros de pendientes sin repostar.
¿Qué país en desarrollo, luchador social, guerrilla o defensor de la soberanía de su patria puede enfrentar a un soldado invasor con overol blindado, casco con transmisión de video, geoposicionador satelital con reconocimiento de voz y provisto de un rifle calibre 5,56mm con lanzagranadas y mira laser? ¿Qué fuerza puede enfrentar el cañón estadunidense de plasma inducido por láser? La DARPA creó ese uniforme-inteligente ante la preocupación del Pentágono por el alto costo político que conllevaba la muerte de sus tropas en el frente de batalla.
Y como la guerra es negocio, los beneficiarios son contratistas como la Boston Dynamics, que provee al US Army cascos con sensores que graban y transmiten lo que sucede en el campo de batalla y, eventualmente, miden la gravedad de impactos en pleno combate. Otra favorecida es la Lockheed Martin, que fabrica misiles Aegis y aviones F-35, así como BAE Systems, creador del tanque de combate de futuro más rápido del mundo. Las firmas contratistas quieren el botín que representa el presupuesto militar de Estados Unidos (el mayor gasto militar con más del 40 por ciento del total global).
Hasta ahora, a la pregunta de ¿cómo enfrentar al arsenal Frankenstein? Vale responder con el ejemplo del líder vietnamita Ho Chi Minh, quien ordenó colgar bolsas con orina en árboles altos de la selva, para desorientar a las mortíferas bombas de napalm, guiadas por el calor humano. Ingenio contra el horror y la paranoia.
Escalofriante!!
Ante este panorama solo queda rezar y esperar que las generaciones futuras entiendan que en las guerras, todos pierden.
Saludos.
Además de rezar, estimado Alfonso García, la información que adquirimos sobre este dramático asunto puede motivarnos a influir en nuestros gobiernos. ¿Le parece bien?
No es escalofriante, es solo producto de la actual sociedad donde se han cambiado los valores; Familia, Hijos, Padres, Hermanos, etc. Donde el dinero lo justifica todo sin atender a la forma de obtenerlo. El unico valor que tiene un ciudadano para su pais y sus politicos es UN VOTO. ni mas ni menos.
Muchas gracias por su atenta lectura, estimado Juan Martin. Efectivamente, los ciudadanos no estamos totalmente inermes; la organización y la decisión ante las urnas son variantes interesantes.