En una época de convulsiones políticas y económicas como la que estamos viviendo, al analizar las noticias es frecuente que sólo fijemos la atención a los principales cambios en líderes y partidos de los diferentes países, sin detenernos a analizar su impacto en algunos aspectos fundamentales para el desarrollo futuro como es la política científica.
En la medida que, por mi carrera académica, he tenido oportunidad de vivir de cerca el caso de Brasil, en esta ocasión dedicaré este artículo a reflexionar sobre el mismo.
Desafortunadamente, lo que a partir de la segunda parte de la década de los noventa parecía un ejemplo para América Latina, ahora se enfrenta a un panorama sombrío.
Como indica Meira Chavés en un artículo sobre el tema, con el gobierno de Enrique Cardoso (1995- 2002) arrancó una política que daba atención prioritaria de la ciencia y la tecnología realizando un esfuerzo inédito para promover las contribuciones de Brasil en el campo internacional. El resultado fue notorio. En ningún periodo anterior se había tenido un número tan alto de graduados del doctorado y de registro de patentes.
Según mis propios cálculos con base en datos proporcionados, por un artículo de Albornoz (2001), en el 1998 el presupuesto asignado a la política de ciencia y tecnología en Brasil fue mayor que la suma de los montos que para este rubro destinaron México, Argentina, Chile y Colombia.
La prioridad para fomentar las actividades científicas dentro de la agenda de la política pública continuaría con los gobiernos de Lula da Silva y Dilma Rousseff, quienes le dieron cierto giro al buscar orientar la ciencia hacia los objetivos sociales.
Así, el porcentaje del PIB invertido en ciencia y tecnología pasó de 0.76% en 1998 a 1.56% en el 2016, el más alto de América Latina donde apenas se llegaba a un promedio del 0.7% (Sánchez Macchioli y Osorio). Como lo indica en un artículo publicado por Massarini (2010), entre 2003 y 2010 el número de estudiantes en las universidades aumentó más del doble.
Me ha tocado ser testigo de los resultados de esta política en el área de sociología (profesión del expresidente Cardoso) y de las ciencias sociales. En los congresos latinoamericanos, la presencia de colegas brasileños era cada vez más notable, e incluso circulaba la broma de que el español dejaría de ser el idioma mayoritario para ser desplazado por el portugués.
Sin embargo, durante los últimos años esta política ha sufrido importante reveses. Con la destitución de Dilma Rousseff, a partir del gobierno de Michel Temer el énfasis en la importancia del desarrollo científico se vino abajo y el presupuesto se recortó drásticamente, de tal forma que en abril de 2017 había bajado de 1.4% al 0 .5%. Lo anterior afectó de forma sustantiva la realización de proyectos de investigación y de otras tareas científicas.
Ahora, además de las restricciones económicas, frente al resultado de las recientes elecciones y el triunfo de Jair Bolsonaro, muchos científicos sociales también están preocupados por la incidencia que éste pueda tener en la libertad de cátedra.
Por la importancia del gigante latinoamericano, y la relevancia de la economía del conocimiento en el mundo actual, vale la pena poner atención a la forma en que la producción científica y el respeto a la libre expresión de las ideas en las universidades pueda verse afectada por las decisiones que se tomen en el gobierno de Brasil durante los próximos años.