México ha sido colonia, imperio, reino, república y cada una de esas formas de organización política ha dejado su sello en la identidad de nuestro país. Para algunos analistas la independencia fue la esperada escisión de la metrópoli que buscaban las élites criollas; para otros, fue una revolución que trastocó los principios y valores del status quo. En todo caso, es de celebrar esa liberación lograda tras un proceso político y bélico que se tradujo en un reordenamiento geopolítico regional e internacional y que marcó la vocación pluripolar y cosmopolita del nuevo Estado. Repensar qué significa ser independiente, es sano a 107 años del inicio de esa gesta y ese es nuestro intento.
Más que malestar o el cansancio de un pueblo; mucho más que el valor y la simpatía popular que despierten los insurgentes, se necesita que coincidan varios factores geopolíticos para que la rebelión, guerrilla, movimiento independentista o revolución alcancen el triunfo. En el caso mexicano fueron: 1) La posición estratégica del territorio como puente entre el norte y sur de América, así como su gran riqueza; 2) la independencia de Estados Unidos, que en su juego de intereses necesitaba un Estado que no compitiera, así como vecinos débiles y 3) una España débil, pues tras ser ocupada por Napoleón Bonaparte perdió su calidad de potencia, como el doctor en derecho Juan José Mateos Santillán.
Tras consumar el proceso bélico por su independencia, el naciente México se posicionó como actor regional y global. Su enorme extensión y patrimonio se lo permitían. Ya avanzado el siglo XXI, cuando los intereses geopolíticos entre Occidente y Oriente, Norte y el Sur articulan sus relaciones político-militares y económicas, vale preguntar qué tan independientes somos. El Diccionario de la Real Academia Española (RAE), atribuye dos significados al vocablo independencia: a) Libertad, especialmente la de un Estado que no es tributario ni depende de otro y b) Entereza, firmeza de carácter. Agregaría que la independencia es multidimensional; es decir, que se tiene independencia energética, hídrica, en biodiversidad, telecomunicaciones, minerales, producción agropecuaria, tecnológica y transporte, entre otras. Y esa plena soberanía no está reñida con la cooperación internacional bajo el principio de la reciprocidad.
Cuando un Estado exporta sus bienes para mantener su economía y desabastece al mercado interno, o necesita del exterior para extraer, producir y comercializar sus propios recursos ‒alimentos, por ejemplo‒ no es independiente. Sacrificar el futuro porque la interrelación con la superpotencia mundial es tan estrecha, que cualquier sacudida política o desbalance financiero y económico allá estremece los cimientos del sistema político-económico del México contemporáneo, es síntoma de gran vulnerabilidad. Así lo confirma el largo y sinuoso camino de los negociadores gubernamentales en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Para sus detractores, ese pacto es un foco rojo para la independencia alimentaria.
Y aportan datos: entre 2015 y 2016 México se convirtió en el principal comprador de maíz estadounidense. En abril pasado se importó grano equivalente al 34 por ciento de los 35 millones de toneladas que aquel país exporta mundialmente, advertía el Centro de Estudios para el Desarrollo Rural Sustentable y la Soberanía Alimentaria de la Cámara de Diputados. Tampoco se puede ser independiente si, como México, tiene a 50.6 por ciento de su población en pobreza con “ingreso inferior a la línea de bienestar”, como revela el informe del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval). Tampoco es signo de soberanía, exportar hidrocarburos e importar 503 mil barriles diarios de gasolina regular (equivalente a la Magna y Premium) –60 por ciento de la demanda nacional– a 71.36 dólares por barril, como admite Petróleos Mexicanos.
Pero no hay que desanimarse. La independencia política, pura e inmaculada, es extraordinaria en una geopolítica de espacios controlados y territorios planificados en compleja coexistencia. Hoy, los Estados conviven con “nuevas tierras incógnitas que funcionan con lógica interna propia”, describe el geógrafo colombiano José Luis Cadena. ¿Cómo hablar de independencia cuando el sistema-mundo capitalista ‒situado en el norte‒, no logra sostener su Estado de Bienestar? Una respuesta optimista llega del centro y del sur con las economías emergentes: los BRICS –Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica‒, que avanzan en su recuperación política, económica y territorial y ponen al centro de su discurso a la independencia. Rusia, con el tablero geopolítico a su favor tras la magistral gestión de su riqueza energética; y China posicionada como segunda economía global. Con ese mundo en evolución de trasfondo, brindaremos este 15 de septiembre con los mexicanísimos tequila y mezcal. ¡Salud por un México independiente y con entereza! Por no ser tributarios ni depender de otros. Tenemos lo necesario para erradicar el hambre, la pobreza, el analfabetismo y la violencia.