1. ¿Dónde estamos?
Al ver el mensaje de Greta Thunberg, una activista ambiental sueca adolescente reclamando en la ONU a líderes mundiales no haber hecho nada para detener el cambio climático, no se puede permanecer indiferente. Es difícil no pensar en la ingenuidad con la que se han llevado las negociaciones mundiales para proteger el medio ambiente en las últimas décadas y la inmoralidad con la que se han evadido las obligaciones que se han plasmado en esos acuerdos. Y no es que no haya acuerdos: actualmente hay alrededor de 1,300 Acuerdos Ambientales Multilaterales (AAM) y 2200 Acuerdos Ambientales Bilaterales (AAB) en el mundo (International Environmental Agreements, Data Base Project).
Como señala con todo detalle un informe reciente del Secretario General de Naciones Unidas sobre las lagunas en el derecho internacional del medio ambiente, la gran proliferación de acuerdos no ha ayudado en el avance hacia un marco jurídico común. “El carácter gradual y fraccionario de la actividad legislativa internacional del medio ambiente ha dado pie a una proliferación de regímenes reguladores en gran medida sectoriales y a la fragmentación del marco jurídico internacional para la protección del medio ambiente…” (pág. 4), lo que en nada contribuye a que se apliquen las regulaciones ambientales que se necesitan para frenar el desastre ambiental mundial.
El Acuerdo Multilateral más reciente, la Conferencia de París sobre el Clima (COP21), celebrada en diciembre de 2015, tiene el propósito de combatir el cambio climático y lograr la adaptación a este fenómeno, además de proveer un apoyo importante a los países en desarrollo para poder cumplir con su parte. Se han adherido 197 países a este acuerdo, y cada uno se ha puesto sus propias metas para contribuir a un plan de acción mundial cuya meta es limitar el calentamiento global a 2º C, pero preferentemente a 1.5º C, por encima de los niveles pre-industriales. Sin embargo, aunque todos los países alcanzaran sus metas nacionales, se calcula que la temperatura de todas formas subiría en 3º C, y ya vamos en un aumento de 1º C (Climate Action Tracker, CAT). La situación es crítica.

La heterogeneidad en los compromisos asumidos en 2015 es muy grande y los avances en el cumplimiento de ellos, aún más. La decisión de Estados Unidos, el mayor emisor en el mundo de CO2 per cápita en 2017 (The Economist, 21/09/2019), de salirse de los acuerdos de París es un golpe feroz y un gran obstáculo para evitar el descalabro irreversible del mundo.
Los que van por buen camino, entre otros, son la India (espera poder generar 40% de su energía mediante fuentes renovables para el 2030); la Unión Europea (40% de su energía de fuentes renovables en 2030), Costa Rica (100% energía renovable para 2021). En contraste, China, la mayor emisora de carbono en el mundo, si bien se adhirió a los compromisos de la Conferencia de París, se puso metas muy insuficientes pues sus emisiones de gases efecto invernadero seguirían aumentando hasta 2030. Rusia, que es el cuarto país más emisor de estos gases no se ha suscrito a la Conferencia de París y su compromiso de bajar sus emisiones es muy débil. Arabia Saudita tiene probablemente el peor comportamiento y CAT estima que con sus planes energéticos actuales, tendrán para 2030 un aumento de sus emisiones de 80% respecto a sus niveles de 2015 (National Geographic, 2019).
En el caso de México, el Climate Action Tracker considera muy poco factible que el país cumpla con su meta de reducir sus emisiones de 2015 en 30% y 35% para 2021 y 2024 respectivamente, al haberse revertido la política de energía limpia y haberse introducido planes de abrir nuevas plantas de carbón y dársele prioridad a la producción de petróleo como mayor fuente energética.

2. Estados Unidos, el gran salto hacia atrás en protección al medio ambiente
De todos los países de Occidente, Estados Unidos tiene la historia más decepcionante, pues en los años 90 tuvo el liderazgo en la introducción del tema ambiental en acuerdos de libre comercio regionales. Fue por el empuje del gobierno de Estados Unidos (presionados por su sociedad civil) que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) contó desde el principio con un Acuerdo de Cooperación Ambiental de Norteamérica (ACAAN).
La negociación y firma del TLCAN ocurrió en medio de la confluencia entre el despertar mundial del problema ambiental plasmado en los múltiples acuerdos firmados multilateralmente en la Cumbre de la Tierra que tuvo lugar en Río de Janeiro en 1992 y el impulso al libre comercio internacional reflejado en la creación de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 1995.
Durante la negociación del TLCAN la sociedad civil de Estados Unidos temía que se crearan “paraísos contaminantes” en México a partir de la apertura de fronteras para el comercio, es decir, se podrían desplazar inversiones desde Estados Unidos hacia México con el afán de aprovechar las normas ambientales más laxas de este país. Ello bajaría sus costos de producción y haría más competitivas las exportaciones desde México en los mercados de los vecinos del norte. Desde estos “paraísos de contaminación” grandes emisiones se transmitirían al agua y al aire que cruzarían la frontera de Estados Unidos, deteriorando su propio medio ambiente.

El tema ambiental en el TLCAN/ACAAN se enfoca en gran parte en asegurar que los países socios apliquen sus leyes ambientales y mejoren continuamente dichas leyes y regulaciones para evitar “una carrera hacia el fondo” y disuadir a los inversionistas cuyo interés pudiera ser aprovechar esta ventaja distorsionada. En años posteriores al arranque del acuerdo en 1994, ha habido un cúmulo de literatura sobre los “paraísos contaminantes”. Si se crearon o no “paraísos de contaminación” sigue siendo polémico, aunque está claro que no hubo una avalancha de inversiones en busca de ellos en México. Pero lo cierto es que las empresas multinacionales que hicieron cuantiosas inversiones a partir del TLCAN en México, y las que ya estaban en México aprovechando los regímenes especiales para la maquila, entre otros, han usado con frecuencia un doble estándar ambiental y difícilmente aplican los asumidos en sus países de origen a sus empresas operando en México (Schatan y Castilleja, 2005).
En este momento, contra todos los principios del ACAAN, el presidente Donald Trump de Estados Unidos está creando sus propios “paraísos contaminantes” en su país. Ofrece a los empresarios de Estados Unidos estándares ambientales más bajos (entre otros estímulos) para atraer sus inversiones a su país de origen. Ello ha ocurrido con las nuevas regulaciones en varios frentes lo que significará una mayor emisión de contaminantes. Vale la pena mencionar al menos tres de estas medidas:
- El gobierno de Trump ha actuado para evitar que California tenga regulaciones más estrictas que el gobierno federal para las emisiones de los automóviles. Esto con el propósito de bajar los costos y precios de los automóviles, hacerlos más competitivos en su mercado nacional y reducir las diferencias en condiciones de producción de las compañías automovilísticas en Estados Unidos respecto a sus competidores en el extranjero (que tienen menores estándares ambientales).
- El gobierno federal ha delegado a los estados la decisión de cuánto recortar sus emisiones de plantas de carbón y de si lo hacen o no. Esto incentiva una fuente de producción de energía más barata pero mucho más contaminante y que favorece a los productores en ese país. Así, si bien de 2005 a 2017, Estados Unidos redujo las emisiones vinculadas a la producción de energía proveniente del carbón en 14%, a partir del año pasado con la nueva norma, han estado subiendo (NYT, June 19, 2019).
- Asimismo, la administración Trump, acaba de presentar un plan para flexibilizar la regulación de las emisiones de gas metano. La Agencia de Protección Ambiental (EPA) de Estados Unidos ha propuesto una regla por la cual se eliminaría el requerimiento de que las compañías de petróleo y gas tengan que instalar tecnología para detectar y arreglar fisuras y escurrimientos de pozos o cañerías de esa industria. También cuestiona si la EPA realmente tendría que regular el metano como un contaminante (NYT 29/08/ 2019). Todo ello con propósitos similares a los ya mencionados. Es decir, pareciera que Estados Unidos ahora se quiere parecer al tercer mundo para poder competir con él en iguales términos, en lugar de ayudar a que los países más atrasados mejoren su desempeño ambiental y se parezcan más a los países de mejor desempeño.
3. Las Grandes Compañías
No falta razón a Greta Thunberg cuando acusó a los líderes del mundo de traición por no haber cumplido con su parte para detener el calentamiento global. Pero su reclamo no llega al fondo del problema, pues los líderes están influidos por, o están involucrados con las empresas que son las grandes emisoras de contaminantes (siendo Donald Trump un gran ejemplo de esta colusión). Asimismo, hay líderes que no cuentan con los instrumentos de política o la capacidad fiscalizadora para ser efectivos y forzar a las empresas a tener un determinado comportamiento.

De hecho, tras un proceso de gran concentración de riqueza y poder, estas empresas exceden las capacidades de gobiernos completos. La pregunta es si los gobiernos pueden influir sobre las empresas para que se comporten de manera tal que los países puedan cumplir con los compromisos alcanzados en los acuerdos de París. De acuerdo a un informe de Arabesque S-Ray (que monitorea la sustentabilidad de 7,000 de las corporaciones más grandes del mundo), citado por The Guardian, más de cuatro quintas partes de las empresas más grandes del mundo muy probablemente no cumplirán con las metas de reducción de gases efecto invernadero del Acuerdo de París para 2050. El estudio específico abarca 3,000 empresas e indica que sólo el 18% de ellas han hecho públicos planes alineados con las metas de limitar el aumento de las temperaturas a 1.5º C hacia mediados del siglo.
Ahora bien, en forma muy simplificada, podemos distinguir dos grandes actores en este proceso de generar contaminación: los productores y los consumidores. Las autoridades son árbitros del comportamiento de ambos lados y son responsables de poner las reglas y aplicarlas para detener esta pesadilla del calentamiento global, responsabilidad que, como ya dicho, cumplen bastante mal. Nadie parece querer asumir los costos del combate al cambio climático.
El potencial que tienen los gigantes tecnológicos para ayudar a orientar el comportamiento tanto de productores como de consumidores hacia un patrón sustentable es enorme. Tienen los recursos y la capacidad de hacerlo. Las grandes compañías como Google, Facebook Amazon (que, por cierto, tiene una huella ecológica muy negativa), nos bombardean constantemente con publicidad para que compremos, compremos y compremos más. Los productores que usan las plataformas digitales para vender sus productos también están bajo el monitoreo y exigencias de estas grandes compañías. Si estos gigantes tecnológicos pueden llegar a cada usuario con un conocimiento descomunal sobre él, ¿no podrían ayudar a difundir la importancia de ahorrar energía, no usar plásticos, manejar sustentablemente los desechos, etc.? Pero entre la enorme cantidad de publicidad que me llega, no recuerdo haber recibido ni un solo anuncio de este tipo, porque no producen ingresos ni ganancias. Sin embargo, aquí hay un terreno en que los gobiernos podrían explorar para exigir un espacio en estos canales para educar a consumidores y productores en el tema de protección al medio ambiente. Y esto sólo para aproximarnos a las conductas del consumidor, sin defecto de la enorme tarea que hay en los demás aspectos mencionados.
Muy bueno su articulo, el problema tan cacareado del problema ambiental está lleno de mentiras de grupos que quieren vivir de ese problemas creado por ellos.
Gracias por la claridad en el artículo. Lo voy a compartir, me parece importante.