Se sube al coche. Como de costumbre, le pregunto cómo le fue en la escuela.
‒ Hoy tuvimos clase de música…
‒ Y…
‒ La miss nos preguntó si sabíamos quién era Chopin. Le dije que era un viejito que se metía un micrófono en la nariz y que cantaba en francés… Pero me contestó que en la época de Chopin no había micrófonos…
Claro está que la maestra, pianista cubana sólidamente formada en los modelos del Conservatorio de Moscú implementados en la Habana, se refería al compositor polaco Frédéric Chopin (1810-1849), conocido por su extenso repertorio pianístico romántico. Sin embargo, para mi hijo, Chopin era alguien más. Durante algún tiempo nos dio por escucharlo casi a diario en el trayecto de regreso a casa. Su voz retumbando de manera alternada en el sistema estéreo del automóvil: rouge, rouge, rouge, un, deux, trois, quatre… mientras nos divertíamos repitiéndolo al unísono con voz gutural. Le había platicado de Henri Chopin (1922-2008) innumerables veces. Sobre su excepcional historia durante la Segunda Guerra Mundial, en la Francia ocupada, cuando tuvo que evacuar París para ser capturado más tarde por los nazis y llevado al campo de trabajos forzados de Olomouc en la entonces Checoslovaquia. De cómo, después de un bombardeo, lograría huir y juntarse temporalmente al Ejército Rojo, para una vez más acabar siendo capturado por los alemanes y enviado al oeste en una marcha que esparciría la muerte en su camino. Las memorias de esta lúgubre caminata sonora lo marcarían por el resto de su vida. Voces, llantos, sollozos, gemidos, gritos, susurros, suspiros, lamentos, quejas y súplicas… Chopin conseguiría regresar sano y salvo a su natal París para trazar una larga y pionera trayectoria en el campo de la poesía sonora.
Su trabajo revolucionario tendería un puente entre los primeros poetas sonoros dadaístas y futuristas de la primera mitad del siglo XX, y los artistas sonoros contemporáneos. Exponente de la poesía concreta y sonora, Henri Chopin sería uno de los representantes más significativos de la vanguardia francesa de la posguerra. Su utilización de la poesía a través del énfasis en las propiedades acústicas de las palabras, más que en su significado, vendría a poner en relieve las cualidades sónicas del poema, por encima de sus cualidades semánticas. Sus composiciones, basadas en los sonidos del texto, generarían obras que utilizan la tecnología para la manipulación electrónica de la voz, dando lugar a una especie de literatura electroacústica. Su apropiación de recursos electrónicos, como micrófonos, consolas, cintas, grabadoras y amplificadores, crearía un arte de difícil clasificación, que iría más allá del experimentalismo de la música concreta de Pierre Schaeffer, para instaurar un universo sonoro basado en una constante metamorfosis espectral. Su exploración de las diferentes posibilidades sónicas de la voz lo conduciría posteriormente a la búsqueda de los insospechados recursos sonoros del cuerpo humano. Usaría diferentes tipos de micrófonos para investigar los sonidos de los sistemas respiratorio, gástrico y del aparato fonador, para encontrar las resonancias del aliento en ellos. Como resultado de su búsqueda, el cuerpo sería entendido, en última instancia, como un instrumento musical amplificado. Su poesía redundaría en un performance musical, en el que la teatralidad y el gesto del intérprete configurarían la obra a través del fenómeno acústico de la voz corporeizada y extendida electroacústicamente.
Henri Chopin. French Lesson (1974).
Chopin iniciaría su recorrido sonoro con la poesía y desembocaría en la música. Deconstruiría la lengua en sonido, llegando a identificar elementos menores a los que llamaría micropartículas fonéticas. Sus improvisaciones vocales electroacústicas estarían combinadas y muchas veces sobrepuestas a grabaciones de su propia voz generadas a partir de métodos de bricolaje. En ellas, efectos como el eco, la amplificación y la manipulación en tiempo real de cintas pregrabadas se combinarían con la ejecución de técnicas vocales extendidas, explorando el límite entre la inteligibilidad de las palabras y la distorsión del sonido. Seguiría haciendo presentaciones de su trabajo aún en una edad muy avanzada, sin perder jamás su fascinación por los sonidos. En algunos videos que ilustran su trabajo, se puede apreciar cómo sus ojos brillan de entusiasmo mientras escucha el desplazamiento de los diferentes objetos sonoros en el espacio, como un niño maravillado al mirar burbujas coloridas de jabón arrastradas por el viento.
Evidentemente Paulo, a pesar de su corta edad y de su falta de perspectiva histórica, dedujo que la maestra hablaba de alguien más. La enorme distancia cronológica que separa a los dos Chopins no resulta quizás tan evidente para él, pero sus respectivos mundos sonoros orbitan, desde luego, en galaxias totalmente distantes. Para un niño nativo digital, el sonido muy probablemente es aprehendido como una entidad virtual en sus propios términos. La delgada división entre música y fenómeno sónico, entendidos desde los paradigmas de las viejas generaciones, quizás se esté desdibujando poco a poco, para dar lugar a procesos de recepción abiertos e intuitivos a la vez. En una avalancha de datos que se hace cada vez más densa y disponible, han surgido nichos de información para grupos especializados en demanda de determinados conocimientos. Como mineros en busca del preciado oro, los freaks rastreamos joyas raras de las esferas sonoras alternativas en la creación musical occidental. Después de aclarado el malentendido ocurrido en la clase de música, decidimos oír a Chopin. Al “otro” Chopin. Mientras en las bocinas del auto se escucha el Nocturno Op. 9 No. 2 en mi bemol mayor, le pregunto maliciosamente:
‒ ¿Y cuál de los dos Chopins te gusta más?
‒ Ahhh… yo creo que el viejito francés del micrófono…
Mientras suena la bella melodía al piano, manejo por el Periférico sin poder disimular una pequeña sonrisa en mis labios, mixtura de culpa y orgullo materno.
Henri Chopin. En vivo en el Espace Gantner, Bourogne, Francia, 2005.