Menos de una cuarta parte de los habitantes de África tienen acceso a una conexión de Internet. Y en conjunto, su participación global no llega siquiera al 10% de la población conectada a nivel mundial.
Las dificultades no paran ahí. La poca o nula conectividad se suma a costos que pueden ser hasta 10 veces más altos que el costo promedio en países desarrollados.
La paradoja salta a la vista: quienes más los necesitan, menos acceso tienen a ello. No es una paradoja exclusiva de la Era Digital, sino el dramático resumen estructural de la inequidad llevada a niveles planetarios.
Los mapas no tienen márgenes. Los tienen, claro, pero ello corresponde más su composición gráfica, ya sea en papel o digital, que a la propia condición de los territorios que representan.
Abierto e interconectado, el mundo de hoy, globalizado e interdependiente, dibuja, sin embargo, sus propios márgenes a partir de la exclusión.
No sorprende en absoluto, en ese sentido, que algunas de las nociones centrales hacia modelos de desarrollo global más equilibrado, refieran, justamente, a la noción de circularidad como epítome de su visión de futuro.
A diferencia de la figura de la línea progresiva y ascendente con el que siglo XX fraguó su discurso de éxito, pensar, hablar, asumir una economía que pudiera ser circular, revela ya en sí misma una imagen sin márgenes.
Lo que se trasluce es en cambio la atención de ese momento en que los márgenes, simbólicos y reales, son habitados por aquellos que no tienen sitio: los sin lugar; es decir, los marginados.
Hasta hace un par de años, los niveles de marginación tecnológica del continente africano eran simplemente inconcebibles.
En la inmensa mayoría de los países del continente africano, naciones de ingresos bajos, sus habitantes pagan los precios más altos del planeta para tener acceso a una herramienta que hoy significa romper inercias de marginalidad ancestral.
Internet no sólo es una potente herramienta para que las personas puedan comenzar la transición hacia nuevas formas económicas, sino además es un componente básico de libertad individual y participación ciudadana.
En sentido inverso, la experiencia es irrefutable. Mientras mayor sea la brecha digital, las víctimas seguirán siendo quienes ya lo son en otros ámbitos; especialmente las mujeres y quien habita en zonas no urbanas.
Las dificultades de acceso a la Red, eso está claro hace tiempo, expanden y robustecen desigualdades, a través de una suerte de esquema perverso de doble o triple exclusión.
Para considerar un acceso asequible, la media no es arbitraria, por cierto. Ha sido la propia Organización de las Naciones Unidas que ha establecido un tope de 2% de los ingresos como lo máximo que alguien debería pagar por un 1 GB de conexión.
En algunos países africanos este 2% recomendado por la ONU, puede elevarse hasta 10 veces más, es decir, 20% del salario medio de una persona.
La propia Naciones Unidas, empero, alerta también sobre señales positivas. A pesar de las dificultades, el acceso a Internet en África crece exponencialmente.
Sí, es cierto, a la fecha sólo alrededor del 24% de su población tiene acceso a la Red, pero habría que decir en descargo, que hace tres lustros, en 2005, este porcentaje llegaba a duras penas al 2% de la población.
Las prácticas monopólicas, erradas y erráticas políticas de gobierno, paupérrima infraestructura, forman parte del entramado que, de no corregirse, mantendrá a los africanos al margen de la sociedad digital global.
La fórmula para revertir esta situación pasa por la adopción urgente de políticas públicas que regulen efectivamente las prácticas monopólicas, refuercen la competencia, bajen precios y mejoren calidad.
No menor resulta que los gobiernos se comprometan a la vez con el despliegue de acciones efectivas para instalar zonas de acceso libre en espacios comunes.
Convergentes, pues, con la asequibilidad y la calidad, aparece la infraestructura, por un lado, y el afianzamiento de Internet como una cuestión pública, es decir, como un espacio regulado y estimulado desde la responsabilidad de los Estados, no de los privados.
Cual si fuera el dibujo de un círculo, se tiene previsto que el proyecto “2Africa” haya concluido con la instalación de un gran cable marino que rodea el continente, al tiempo que lo conecta con nodos en Europa y Medio Oriente.
Detrás de esta inmensa apuesta hacia una infraestructura que mejore la conectividad, se encuentra un esquema de aportaciones tanto públicas como privadas, destacando el papel que ha jugado China, entre las primeras, y Facebook y Google, entre las segundas.
No cabe la menor duda que una vez en funcionamiento, el “2Africa” mejorará la velocidad y posibilidades de conectividad del continente.
Queda sin embargo pendiente la tarea que estimule, desde los propios países africanos, la formulación de legislaciones que, privilegiando el interés social, erijan formas de regulación en relación con los intereses foráneos y privados.
Las consecuencias de la falta de legislación dirigida al interés social, por omisión o colusión, supondría, han advertido no pocas voces, la implantación de una nueva forma de empobrecimiento y expoliación. Colonialismo digital le han llamado.
Con toda razón.
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Africa es el continente olvidado.
Lo explotaron sus colonizadores mientras pudieron y después lo dejaron a la deriva. Naciones en manos de dictadores corruptos, a la cabeza de pueblos a los que la educación llegó a cuentagotas.
El internet sería la gran oportunidad.