El periodista y exconsejero de los Kirchner, K. Tomás Méndez de C5N (Canal 5 Noticias) de Argentina y su programa ADN, ofreció una disculpa ante los judíos por manifestar que el COVID-19 fue creado intencionalmente en un laboratorio chino por personas de Estados Unidos, Europa e Israel, luego también de haber hecho declaraciones que la DAIA (Delegación de Asociaciones Israelistas de Argentina) y el INADI (Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo) calificaron de antisemitas. No obstante lo anterior, de lo que no se disculpó fue de haber mencionado a esos países –y no incluir a otros países como Rusia y China–, supongo que por ser imperialistas y disponer de armas biológicas. De manera que si Israel es imperialista por el conflicto israelí-palestino –Palestina con una población de 5 millones–, también lo es China por su conflicto con Tibet –de 3 a 4 millones de tibetanos; China no libera mucha información–, o Turquía, Irán, Siria e Irak por el conflicto con los kurdos –pueblo de por lo menos 40 millones de personas–.
La teoría de la conspiración con relación al COVID-19 no deja de progresar y ampliarse, al menos es parte de mi forma de ver las cosas. Se habla mucho de los dueños del mundo, su afán de poder y de concentrar el dinero. Hasta ahora siempre descarté que Israel o los judíos sean parte de ese grupo que domina el mundo, el verdadero poder. Sin embargo, me pregunto, ¿cómo es posible que un país que tiene tantas guerras sigue avanzando y se considera un país rico?
La crisis del año 2008 realmente no afectó al país tal como se publica en algunos medios. Un año antes el mismo periódico en otro artículo publicaba:
En el capítulo económico el saliente Olmert dice preocuparle sobre todo la rampante desigualdad de un país en el que las cifras macro no cuadran con la distribución de la riqueza. Según los datos del gobierno, hasta un 35% de los niños israelíes vive por debajo del umbral de pobreza. La desigualdad se ceba sobre todo con la población árabe-israelí y con la comunidad haredi, los judíos ultraortodoxos, que acostumbran a tener un ejército de hijos y que en buena parte viven de subsidios estatales y dedican su vida al estudio de la Torá.
En el año 2011 el escritor David Grossman se manifestó:
¿Cómo pudimos resignarnos a que el gobierno elegido por nosotros convirtiera nuestros sistemas de educación y de salud en un lujo? ¿Por qué no gritamos y protestamos cuando el Ministerio de Economía aplastó a los trabajadores sociales en huelga, y antes de ellos a los discapacitados, a los supervivientes del Holocausto, los ancianos y los jubilados? ¿Cómo es posible que durante años empujáramos a los pobres y los hambrientos a una vida de humillaciones sin fin, en comedores sociales y otras instituciones de beneficencia? ¿Cómo es posible que abandonásemos a los trabajadores extranjeros a merced de personas que les perseguían y les vendían como esclavos de todo tipo, incluso sexuales? ¿Por qué nos acostumbramos a la rapiña de las privatizaciones, que provocó la pérdida de la solidaridad, la responsabilidad, la ayuda mutua, el sentimiento de pertenecer a una misma nación?
Ya en el año 2017, El País, en otra interesante publicación incluye: las medidas de liberalización de la economía y la práctica congelación de los costes laborales desde hace casi dos décadas han contribuido, en su opinión, a aminorar la pérdida de competitividad.
En mis notas trato de no incluir mi experiencia personal y, sin embargo, en este caso, debo mencionar que trabajé 13 años con el mismo sueldo (2001-2013) y sufriendo también reducciones. Desde febrero del año 2014 radico en país extranjero. También, en otro párrafo ilustrativo, rescato lo siguiente: El Estado israelí presenta hoy dos caras económicas con crecientes diferencias entre ambas vertientes. El 90% de los trabajadores, los empleados en sectores no tecnológicos, cuentan con bajos salarios y registran bajos niveles de productividad, según ha admitido la gobernadora del Banco de Israel, Karmit Flug.
Llegamos al año 2020, en plena pandemia del COVID-19, y en este momento, al día del 18 de abril, el dato es que en Israel murieron 151 personas.
El físico y biofísico sudafricano Michael Levitt, Premio Nobel de Química, hace un mes señalaba: Cuando el brote llegue al pico no habrá más de una decena de muertes en Israel. “Me sorprendería si el número de fallecidos es mayor a diez”, dijo, al destacar la infraestructura sanitaria del país. Hace unos días, y a raíz también de una publicación sumamente favorable para Israel, pregunté a un amigo residente en el país qué opinaba y me respondió: Es propaganda que es manejada por Bibi (Benjamin Netanyahu), pero estamos en un lugar razonable según los parámetros a los que se refieren.
La muerte de mayores, enfermos y pobres, y cualquier combinación de estas condiciones, es parte de la teoría de la conspiración y estimo que también Israel está relacionado con el programa y en todo el mundo. Oficialmente las medidas son para proteger a la población, pero el encierro generalizado para todos no es muy sano y aparentemente se prolongará mucho tiempo. El estancamiento económico para mucha gente puede llegar a ser mortal, más que el virus mismo.
Mi propia idea ya la he puesto de manifiesto en uno de mis artículos aquí en El Semanario: Aparentemente la mortalidad no es tan grande y los más afectados son las personas mayores, en especial, los que tienen alguna enfermedad crónica. ¿No es acaso uno de los problemas del mundo actual, especialmente el occidental, la prolongación de la vida y el envejecimiento de la población que se convierten en una carga a los sistemas de pensiones, a los sistemas de salud, etc.? No es agradable y, hasta inhumano, lo que pienso, pero la sensación es que parece un programa de sanidad global. La participación de los políticos en manifestar que hacen todo lo posible para evitar la propagación de la enfermedad, no siempre es confiable. No les creo, nunca les creo; ésa es mi verdad.
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