De los escritos de Heráclito de Éfeso, uno de los primeros filósofos de Occidente, han llegado a nosotros sólo unos fragmentos, pero estos han concitado inmenso interés. Estas frases sueltas han sido numeradas y, en el contexto de la introspección, es ineludible referirse al fragmento 101 el cual, de manera justificadamente célebre, dice así: “Me he investigado a mí mismo.” Es una apelación emparentada con el oráculo de Delfos que ya hemos mencionado: el abrumador “conócete a ti mismo.” No sólo parecen demandas de ser consciente, sino de estar consciente de uno mismo, de reflexionar sobre la propia subjetividad como caminos de conocimiento no sólo válidos sino obligatorios si se pretende obtener un saber válido para vivir.
Pero hay que sopesar esta sentencia, pues acaso podría considerarse una forma de egocentrismo: de estudiar la propia vida y personalidad como fuentes de conocimiento. Aunque no se puede negar la utilidad de reconocer las estructuras, motivaciones, características o facultades de uno mismo para depurar la individualidad y darle un sentido consistente a la propia existencia, el aforismo de Heráclito probablemente va más allá de un sondeo en el yo personal. Oigamos lo que al respecto dice Werner Jaeger, uno de los más dedicados y sólidos analistas de la paideia, la cultura griega clásica, respecto al fragmento 101:
Las palabras que acabamos de mencionar demuestran el alto grado de desarrollo a que había llegado la conciencia del yo. (…) Pero la auto-observación de la que se habla nada tiene que ver con la investigación psicológica de sus peculiaridades e idiosincrasia personal. Significa simplemente que, al lado de la intuición sensible y el pensamiento racional, que han sido hasta aquí los únicos caminos de la filosofía, se revela un mundo nuevo a las tareas del conocimiento mediante la vuelta del alma a sí misma.
Esta idea de la vuelta del alma a sí misma como fuente de conocimiento puede parecer abstracta e indefinida, por lo que conviene compararla con dos tradiciones a las cuales recurrimos en estos escritos: la plenitud mental de la meditación budista y la epojé de la fenomenología. En referencia al budismo, el asunto tiene que ver con la idea y el objetivo centrales de la meditación sostenida y sistemática. El aplicar una forma de atención lo más constante posible sobre lo que acontece y sucede en la propia mente sin juzgar o identificarse con los contenidos permite al practicante acceder a principios universales e incondicionados. En cuanto a la epojé planteada por Edmund Husserl, para llegar a verdades trascendentales mediante una introspección sistemática, es necesario aparcar o “poner entre paréntesis” las creencias y sesgos personales. En secciones próximas escrutaremos un poco más estas dos tradiciones en referencia a la introspección y la conciencia del yo.
Pero hay que sopesar esta sentencia, pues acaso podría considerarse una forma de egocentrismo: de estudiar la propia vida y personalidad como fuentes de conocimiento. Aunque no se puede negar la utilidad de reconocer las estructuras, motivaciones, características o facultades de uno mismo para depurar la individualidad y darle un sentido consistente a la propia existencia, el aforismo de Heráclito probablemente va más allá de un sondeo en el yo personal. Oigamos lo que al respecto dice Werner Jaeger, uno de los más dedicados y sólidos analistas de la paideia, la cultura griega clásica, respecto al fragmento 101:
Las palabras que acabamos de mencionar demuestran el alto grado de desarrollo a que había llegado la conciencia del yo. (…) Pero la auto-observación de la que se habla nada tiene que ver con la investigación psicológica de sus peculiaridades e idiosincrasia personal. Significa simplemente que, al lado de la intuición sensible y el pensamiento racional, que han sido hasta aquí los únicos caminos de la filosofía, se revela un mundo nuevo a las tareas del conocimiento mediante la vuelta del alma a sí misma.
Esta idea de la vuelta del alma a sí misma como fuente de conocimiento puede parecer abstracta e indefinida, por lo que conviene compararla con dos tradiciones a las cuales recurrimos en estos escritos: la plenitud mental de la meditación budista y la epojé de la fenomenología. En referencia al budismo, el asunto tiene que ver con la idea y el objetivo centrales de la meditación sostenida y sistemática. El aplicar una forma de atención lo más constante posible sobre lo que acontece y sucede en la propia mente sin juzgar o identificarse con los contenidos permite al practicante acceder a principios universales e incondicionados. En cuanto a la epojé planteada por Edmund Husserl, para llegar a verdades trascendentales mediante una introspección sistemática, es necesario aparcar o “poner entre paréntesis” las creencias y sesgos personales. En secciones próximas escrutaremos un poco más estas dos tradiciones en referencia a la introspección y la conciencia del yo.
Respecto a lo que es posible indagar mediante la introspección, surgen muchas dudas. Heráclito descubre que todo fluye como un río, a lo que Borges replica deslumbrante: “el río me arrebata y yo soy ese río.” Pues bien, una de las cuestiones más debatidas es si es posible investigar la naturaleza del yo y del propio ser adentrándose en uno mismo, como al parecer sugieren el fragmento 101 de Heráclito, la contemplación budista o la epojé fenomenológica. Sobre esto es perentorio citar al empirista escocés David Hume, uno de los filósofos imprescindibles de la era moderna. En “Un tratado de la naturaleza humana” publicado en 1740, Hume describió una de las exploraciones más célebres que se hayan hecho de la propia mente. La traduzco de esta manera:
Por mi parte, cuando entro de la manera más íntima en lo que llamo yo mismo, siempre tropiezo con alguna percepción u otra, sea de frío o calor, de luz o sombra, amor u odio, dolor o placer. Nunca me atrapo a mí mismo sin una percepción, y nunca puedo observar algo más que la percepción… Si alguien más, después de una reflexión seria y sin prejuicios piensa que tiene una noción diferente de sí mismo, confieso que ya no puedo razonar con él. Todo lo que puedo concederle es que puede tener tanta razón como yo, y que diferimos esencialmente sobre el particular. Quizás él puede percibir algo simple y continuo que llame sí mismo; pero yo estoy seguro que en mí no hay tal principio.
Es patente que Hume niega un yo, un self, o un yo mismo como un objeto visible o discernible mediante la introspección, pero tambien parece claro que en su discurso el pensador escocés se identifica como capaz de realizar esta observación o al menos como el flujo de percepciones que advierte en su mente. Como se puede colegir al leer esta cita, cuando su autor habla de percepciones no se refiere a las escenas del mundo que mira o escucha, sino a aquello que observa en sí mismo, es decir, a percepciones de su cuerpo y de sus contenidos mentales. En pocas palabras, Hume no es un objeto que Hume perciba cuando penetra “en la intimidad de sí mismo”: es en todo caso el observador y relator del flujo de procesos mentales que percibe en su mente.
Ahora bien, las observaciones derivadas de una introspección no son del todo similares a la percepción de acuerdo a las nociones actuales de percepción. La metáfora de un ojo interior que mira lo que acontece en la propia mente no es exacta porque la observación y sus productos son bastante distintos de la percepción propia del sistema visual. Algunos pensadores han propuesto la palabra “detección” para significar lo que sucede cuando un sujeto realiza una introspección sistemática; otros han sugerido que se trata de un monitor peculiar del sistema cognitivo. En cualquier caso, es conveniente hacer varias distinciones, quizás inevitables. Por una parte, se perfila un objeto de la introspección, equivalente al contenido que cualquiera detecta en su mente, por otra, está el instrumento mismo de la introspección y, finalmente, se plantea un mecanismo o proceso observador que ejecuta la introspección. Tomemos el caso de una persona observando a través de un microscopio en el que es posible distinguir el tejido que observa, el instrumento que emplea y al propio observador. Esta distinción de entidades separadas se borra cuando se realiza la observación, una función que las unifica en un campo dinámico y complejo de información.
Este camino de reflexiones desemboca en considerar que el mecanismo de la introspección no es similar a un ojo interior, sino que depende de la atención, una facultad mental primaria y medular, que puede dirigirse hacia objetos del mundo externo o bien hacia los procesos de la propia mente. En particular, conviene analizar con mayor detalle la forma de atención que se enfoca hacia los procesos y los contenidos de la propia mente de manera deliberada, pues todo indica que este mecanismo cognitivo es la herramienta central de la introspección. En efecto, en contraste con la atención automática y espontánea, el control deliberado de la atención constituye una de las principales características de la agencia, de la introspección y del conocimiento de sí mismo. Esta atención auto-focalizada es la condición peculiar de un sujeto cuando se toma a sí mismo como objeto de su indagación. Todo esto subraya la importancia de la atención deliberadamente dirigida hacia uno mismo y que pronto abordaremos con mayor detenimiento.