Cuento para una noche de cuarentena. El hombre que subió la montaña

Lectura: 4 minutos

#NocheDeCuarentena #ElHombreQueSubioLaMontaña

Había una vez un hombre que se vistió y salió de su casa con dirección a la montaña. Desde muy joven la había visto y siempre soñó con llegar a su cima. Esa vez que se vistió y trató de llegar a ella, estuvo a punto de lograrlo y, sin embargo, diferentes obstáculos se interpusieron entre él y su meta. A esa punta de la montaña sólo podría llegar uno, y en esta ocasión no pudo ser él.

Pasaron seis largos años y aquel hombre, durante todo ese tiempo, suspiró por llegar a la cima de montaña. La veía desde lejos. La estudiaba desde diferentes ángulos. Ideaba estrategias para subir de forma exitosa, incluso pensaba en alianzas con otros hombres para que le ayudaran a cumplir su destino. En esa ocasión, ni siquiera se dio cuenta en qué momento fue rebasado por otro hombre que subió más rápido; incluso se encontró a una mujer que, durante buena parte del trayecto, corría detrás de él. Cuando tomó aire para alcanzarlos, su fuerza y empeño le dieron el impulso para alcanzar a la mujer e incluso pasarla, sin embargo, el otro hombre ya estaba muy arriba y le fue imposible alcanzarlo.

Aquel hombre tesonudo no se desanimó, y después de otros seis largos años, volvió a emprender el camino. Esta vez, aunque maduro y golpeado por el paso de los años, se le veía más fuerte que nunca. Traía un ritmo muy por encima de los demás y con el caminar se entusiasmaba más y más al sentirse cada vez más cerca de la meta. Siempre había querido llegar a la cima de la montaña. Era el objetivo más importante en su vida. Todo el tiempo se había preparado para lograr la gran hazaña y ahora parecía el momento de la gloria. Todo indicaba que llegaría por fin a esa cima anhelada; que sería el que llegaría allá arriba, allá donde solo llegaba uno cada seis años. Ese lugar que parecía de tan difícil acceso y por el que tuvo que sacrificar tantas cosas. Llegar a esa cima le implicó enemistarse con mucha gente, ser atacado por muchos adversarios –e incluso correligionarios– y sortear miles y miles de trabas. El esfuerzo había sido tremendo, pero estaba por llegar.

En algún momento el hombre dudó y volteó hacia atrás para ver si los otros hombres le seguían de cerca. Se encontró tranquilizado al ver que no se veían por ningún lado.

Por fin, una tarde de julio, aquel hombre llegó a la cima. Volteó a su alrededor y se encontró solo. Una ráfaga de viento le golpeaba la cara, y el sonido del viento era lo único que se escuchaba en ese infinito silencio. Se sentó entonces y con un dejo de emoción dijo para sí mismo:

—“¡Lo logré, ya estoy aquí!” (y el silencio y la soledad lo inundaron y un escalofrío le estremeció por un momento).

En efecto, aquel hombre estaba ahí, pero la felicidad que sentía semanas atrás, cuando veía que su escalada incansable por fin lo llevaría a la cima, se había desdibujado. El hombre no era feliz. No sabía qué hacer. Se trazó un objetivo claro que era llegar a la cima de la montaña. Por años se fijó ese objetivo y se había preparado para alcanzarlo. ¡Lo había logrado! Entonces, ¿por qué se sentía tan solo y triste?, ¿por qué no había experimentado satisfacción alguna desde que había llegado a la cima?, ¿por qué lo embargaba esa frustración en todo momento?

El hombre dejó pasar el tiempo. Se mantuvo caminando en esa cima, dando vueltas y vueltas. Seguía sintiendo el viento golpeándole la cara. A veces por un lado, a veces por otro. Otras veces el viento frenaba y el frío, penetrante, se apoderaba de todo. Aquel hombre trataba de calentarse, de moverse, pero el frío no lo dejaba. A veces, lo que desesperaba a aquel hombre, era el silencio. ¡¡¡No podía más!!! Su desesperación era tal, que todo le estaba saliendo mal. Si el día era cálido y debía aprovechar las bondades del sol, salir a sentirlo, a vivirlo, él se agazapaba y titiritaba de frío. Si el frío azotaba, él no lo percibía de esa forma y se quitaba la camisa para quedar con el torso descubierto. Ya no identificaba nada, ya no entendía nada. Estaba al borde de la locura. En su desesperación creciente miró al cielo y gritó:

—¡Dios!, ¿por qué subí hasta la cima?, ¿por qué?

Lo que aquel hombre no esperó es que Dios le contestara súbitamente. La voz era de un estruendo ensordecedor. Dios le dijo al hombre:

—Hombre soberbio y orgulloso, has estado tantos años planeando llegar a la cima y ahora que estás en ella, ¿te preguntas por qué?

El hombre, asustado, cayó al piso perplejo por lo que acababa de oír. Un largo silencio se apoderó del ambiente, para ser roto por otra frase que, al sonar, parecía la voz del Dios del trueno, de un megáfono cósmico interestelar que le hablaba del más allá y que le dijo:

—La pregunta que te debes hacer no es “por qué” sino “para qué”.

El hombre se quedó solo en la cima, sentado, abrazando con los brazos sus rodillas y meciéndose hacia adelante y hacia atrás. Tendría cinco largos años para descifrarlo, por lo que entre más rápido lo hiciera, más rápido saldría de esa angustia, soledad y desesperación que le causaba estar en la cima de aquella montaña.

Fin.


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Manuel Menchaca

¿Para qué?
Es la pregunta que todos nos hacemos ahora que nos encontramos aislados en casa esperando pase la contingencia Covid-19.
Espero tú y tu querida familia se encuentren resguardados y bien de salud.
Recibe un fuerte abrazo,

Anónimo

Abrazo querido Manuel, igualmente espero todos se encuentren bien en tu familia.

Anónimo

Para reflexionar en lo importante , lo positivo , lo valioso en nuestros logros, nuestro andar … Pero caminar sólo ¡Nunca!!

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