¿De la teoría a la realidad?
Dados los eventos financieros recientes adversos, se ha buscado una explicación económica “científica”, que dé luz sobre las causas que originaron las dificultades y las quiebras de un sin número de instituciones financieras y que, de igual forma, sumieron al mundo capitalista en una gran contracción económica. Tal explicación no parece realmente emerger, en virtud de que la teoría dominante ha sido cuestionada en sus fundamentos, y la llamada inteligencia convencional no parece estar plenamente satisfecha sobre la materia.
Así, desde una buena parte de las esferas de académicos, especialistas y profesionales de los menesteres financieros, se considera que la teoría que ha dominado el pensamiento económico no corresponde válidamente a la realidad. Al tiempo que la realidad misma prueba chocar con la perspectiva del pensamiento deseado o la ilusión económica (Wishful Thinking) que apelan a ciertos grupos de interés de la sociedad.
Sin duda, la crisis financiera, iniciada en 2008, desenmascaró una visión teórica sobre la economía, que ha resultado insuficiente para explicar cómo opera ésta y por qué produce los resultados que genera. De igual manera, la crisis ha puesto en evidencia la ilusión frecuente que se ha tenido sobre cómo funcionan los mercados y sobrecómo se comporta realmente el Homo Sapiens en materia económica, bautizado Homo Economicus, desde el siglo antepasado.
El concepto Homo Economicus es una conjetura filosófica que se esgrimió por primera vez en el siglo XIX, esencialmente por John Stuart Mill, para explicar el comportamiento económico del ser humano dentro de la sociedad (economipedia.com/definiciones/homo-economicus.html). La conjura partió del principio de que el hombre económico era una persona racional que pretendía maximizar su utilidad personal en sus decisiones y acciones, al buscar los mayores beneficios posibles para sí con un esfuerzo mínimo.
Tal artilugio permitió, desde la configuración social del liberalismo, explicar el comportamiento individual, que agregadamente, es decir, de la suma conductual de todos los individuos, dio paso a la explicación de una supuesta conducta social racional que permitía entender cómo y por qué la economía operaba como operaba. De esta manera, per sæcula sæculorum urbi et orbi, por siempre y para siempre en todo el mundo, el Homo Economicus, sin más restricción que su racionalidad e interés, definiría la realidad económica de la sociedad en beneficio último de cada uno de sus miembros. Significando que lo que es en beneficio de uno es en beneficio de todos.
Tal conjetura o artilugio conceptual para explicar al hombre en su acción individual e interacción en sociedad ha sido fuertemente cuestionada desde hace más de medio siglo, tanto desde la perspectiva de la información misma que permitiera tomar decisiones al Homo Economicus, como de su comportamiento a partir de su psicología. De esta manera, relevantemente se cuestionó la limitación instrumental y de capacidad del Homo Sapiens para hacer cálculos, casi permanentemente, de una amplia información, que le permitieran maximizar su utilidad; aún en su integración a las grandes organizaciones, tal como argumentó, Herbert A. Simon, Nobel de economía en 1978.
Con posterioridad, se señaló la existencia de información incompleta o asimétrica, que podría generar mercados imperfectos, es decir, no competitivos, o llevar a decisiones económicamente equivocadas. Sorprendentemente, tales eventos podrían acontecer, se argumentó, porque algunos individuos e instituciones, al buscar satisfacer sus intereses, tenían acceso a información que no deseaban compartir o poner a disposición de otros. Tales teorías, más pertinentes a la realidad, dieron pie a que George A. Akerlof, A. Michael Spence y Joseph E. Stiglitz obtuvieran en 2001 el premio Nobel en economía.
Más recientemente, el Homo Economicus fue analizado psicológicamente, en lo concerniente a sus juicios, dentro de la ciencia económica, con lo que Daniel Kahneman fue laureado con el Nobel de Economía en 2002. Sin duda, con los estudios de Kahneman se definió, en mucho, la actual corriente de Behavioral Economics (economía conductual), que integra la psicología con la economía para investigar la conducta de individuos e instituciones. Por sus trabajos dentro de esta corriente, en 2017, Richard Thaler ganó el premio Nobel en Ciencias económicas.
La conjunción de psicología y economía ha servido para explicar el comportamiento de las decisiones financieras del Homo Sapiens, pero también ha permitido entender que el entorno social e institucional importa para explicar el comportamiento individual. Así, la racionalidad del Homo Economicus ha terminado por ponerse en su contexto real, siendo científicamente más pertinente la explicación de su conducta y desempeño.
La sociedad importa en la configuración de la conducta económica de sus miembros, no sólo por sus valores, sino también por las restricciones y holguras que le impone en su toma de decisiones y en la prioridad y protección de los intereses en juego. Por ello, las instituciones importan e importan mucho, fundamentalmente en sus fines y gobernanza.
Tal contexto puede resultar contrastante con el Wishful Thinking económico que conlleva a privilegiar el interés particular sobre el general, el interés privado sobre el público; ilusión que lleva a creer que el hombre y el ciudadano actúan en automático para su beneficio, sin considerar el perjuicio de otros, sin tomar en cuenta el interés del conjunto de la sociedad.
Tal ingenua visión, sin la menor duda, terminó por rasgar el tejido social en buena parte de nuestros países y socavar a las instituciones que surgieron con la democracia y el desarrollo económico. El dilema simple es reconstruir a las instituciones, pensando en un pasado que nunca existió o en aquel que sí ocurrió. En cualquiera de los casos, el reto es imaginarnos y construir valederamente el futuro a partir del presente.