El poder no corrompe; el poder desenmascara.
Rubén Blades.
En la clase de mercadotecnia, el maestro nos preguntó algo así como: ¿Quién induce, la publicidad a los consumidores a comprar productos innecesarios o los consumidores a la publicidad a promover productos a partir de sus necesidades? Las opiniones estuvieron divididas. Yo fui de los que dijo que la publicidad inducía. El profesor sostuvo que la publicidad sólo despierta la parte más primitiva del ser humano, el ego, o sea le da al consumidor lo que le gusta, sentir poder.
Recuerdo este pasaje porque en la frase de Rubén Blades sostiene el mismo criterio que el maestro. Ambos conceptos despiertan o desenmascaran, sacando lo que en verdad muchos llevamos dentro: egoísmo.
Pese a que he trabajado para varios (vaya, varios) políticos, no deja de asombrarme cómo cambian de la noche a la mañana; diría en un tris-tras (si bien no todos, sí la mayoría) que, aunque se les recuerde los fines por los que llegan al poder (beneficio para todos, beneficio común, beneficio para la mayoría…), terminan diciendo que ellos son los que saben qué, cómo, cuándo, dónde, etcétera.
A muchos le cambia el carácter, pero matizan. Con los electores son de una forma: sencillos, humildes, cercanos (cubren apariencias), pero con sus colaboradores y subordinados se les pierde su sensatez, su cordura, su cariño desbordante de besos y abrazos. Y, pues, se entiende, porque a los primeros hay que darles respuestas (pero no mentirles), y los segundos tienen que responder sino para qué se les contrata (pero no fregarles la vida).
Sin embargo, aunque así es, por aquello de tener que responder a las expectativas de los electores, tampoco deja de aturdir (que a muchos asusta) cuando se les sale el espectro egocéntrico y nada tiene más valor ni razón, ni sentido sino como esa persona (presidente, secretario, ministro, senador, diputado o alcalde) ve su realidad (que es sólo una parte de lo que es), por mucho que crea que sabe todo. Peor son aquellos que se creen dios. De hecho, sí hay quien se cree escogido desde la concepción para construir el camino verdadero.
Como dice José Saramago: “El humano es un ser que está constantemente en construcción, pero también, y de manera paralela, siempre en un estado de destrucción”. Porque (ahora sí generalizo) buscamos nuestros intereses particulares; y como si fuera obligatorio, es la ruta de la mayoría de los políticos cuando logran el poder, que aun contra la ética y la moral que juraron defender, van fabricando sus propias verdades.
En este desajuste humano y divorcio desde el poder, traigo a Edgar Morín (7 saberes necesarios para la educación del futuro), quien sostiene que la concepción compleja del género humano comprende la triada: individuo-sociedad-especie, son no solamente inseparables sino coproductores el uno del otro. Por lo que es necesario ver a la humanidad, su entorno y su ser particular en una dimensión “antropo-ética” que pide asumir la misión antropológica del milenio, es decir: trabajar para la humanización de la humanidad; efectuar el doble pilotaje del planeta (obedecer a la vida, guiar la vida). Lograr la unidad planetaria en la diversidad; respetar en el otro, a la vez, tanto la diferencia como la identidad consigo mismo. Desarrollar la ética de la solidaridad; desarrollar la ética de la comprensión y enseñar la ética del género humano.
Si no son éstos los asuntos verdaderos en beneficio de la humanidad, como para qué tanto afán por el poder. De hecho, después se pasan por el arco del triunfo los llamados propósitos, presumiendo su ego.