La esencia de política económica de los últimos gobiernos ha sido la promesa y persecución de un doble equilibrio: el equilibrio fiscal y el equilibrio monetario o de precios. En ambos afanes, los gobiernos de los últimos lustros han totalmente fallado, aunque pretendan festinar cotidianamente logros nunca alcanzados.
El equilibrio fiscal, asociado públicamente a las finanzas presupuestales sanas, teóricamente hubiera significado que el gobierno no habría gastado más allá del total de sus ingresos y, por lo tanto, hubiera evitado inflar más los pasivos públicos. Como la realidad es muy necia, y más cuando ésta se refiere a las cuestiones monetarias, resulta que desde el año 2000 hasta 2016 sólo en dos años, 2006-2007, el gobierno federal tuvo superávit en su balance presupuestario, lo que implicó que no tuviera necesidad de endeudar más al país. En todos los demás años el déficit obligó a incrementar la deuda pública.
De esta manera, el Saldo de los Requerimientos Financieros del Sector Público pasaron nominalmente de alrededor de 2 billones de pesos en 2000 a un poco más de 9.5 billones millones de pesos, entendidos los billones como millones de millones; es decir, la verdad pública del gobierno federal se incrementó en dieciséis años en alrededor del cuatrocientos por ciento. Lo más grave de la velocidad con que se generó la deuda pública es que sus incrementos, que fueron de casi cuatrocientos mil millones anuales, cifra aún programada para 2017, se destinaron cada año básicamente para pagar comisiones e intereses de pasivos cada vez más abultados.
Tal hecho de falta de transparencia y rendición de cuentas puede parecer sorprendente a los legos de la realidad económica nacional, pero no puede pensarse que durante dieciséis años los responsables de las finanzas públicas, entonces y ahora, no sabían el estado verdadero de la hacienda pública y fueran omisos a la crisis que se estaba deliberadamente gestando. Aún más, tales funcionarios insistentemente pregonaban la aplicación de políticas presupuestales que hacían el tener finanzas públicas responsables.
Tales pretensiones fallidas, que la misma realidad cuestiona, son extensivas al débil desempeño efectivo del Banco de México, cuyo mantra pasado fue el discurso del equilibrio monetario y la baja inflación anual lograda. En primer lugar, el Banxico normalmente no ha cumplido con los objetivos o metas de inflación y de estabilidad de precios pregonada, incluida la del dólar, amén de que la sociedad cuestiona sistemáticamente el nivel de la inflación, frente a la dinámica de los salarios y de su poder adquisitivo.
En segundo lugar, en los años pasados para mantener relativamente fijo el tipo de cambio del peso respecto al dólar, se aplicó una “devaluación interna”. Esta devaluación interna previno una devaluación externa, significando que los salarios reales se deprimieran y perdieran su capacidad de compra, a fin de mantener la competitividad nacional frente al dólar. Ello significó la precarización del trabajo y su explosión informal, al extremo que hoy se reconoce nacionalmente y por casi todos los sectores sociales la urgencia de aumentar los salarios, como un precio del factor productivo del trabajo, para ampliar el mercado interno y paliar la pobreza y la miseria de más de cincuenta millones de mexicanos.
Las fallidas pretensiones oficiales del doble equilibrio fiscal y monetario han traído como correlato la perpetuación de la pobreza y la miseria, creando un desaliento generalizado de expectativas sociales y personales. Hoy la pobreza en México se expresa más en el medio urbano que en el medio rural, de allí que la violencia social se agudice claramente en las pequeñas y medias ciudades, llevando al país casi a la ingobernabilidad y la existencia de un estado fallido. Mientras, los hacedores pasados de la patria se tornan en salvadores del presente y valedores del futuro.
Y no obstante lo menos comprensible, es como hay quiénes creen que votando por los mismos de siempre que nos tienen en una miseria cada vez mayor y se han beneficiado ellos solos de la supuesta responsabilidad fiscal, algo puede mejorar.
Es como dicen: es locura querer hacer siempre lo mismo y esperar que “en una de esas” el resultado sea diferente.
Le agradecería mucho al Dr. Reyes, de quien valoro en mucho su conocimiento y opinión, nos explicara por qué todos los países del mundo se han endeudado tanto (desde antes de 2008 ya se veía la tendencia y a partir de ese año se disparó) y, paralelo, mediante el mercado de futuros, la mayoría de las grandes empresas mundiales deben más quizá que lo no van a producir en cinco años por el efecto de los derivados. En contraparte, por qué en el período de la década de los noventas las potencias bajaron su deuda soberana, incluso México tengo entendido que se desendeudó en esa época. Gracias de antemano.