Si en algo se ha superado el ser humano a través de la historia, además de destruir el medio ambiente, es también en buscar maneras creativas de torturar y matar a sus semejantes, sobre todo en nombre de la ley y/o la religión.
Así, desde los legendarios persas, practicando el escafismo –embadurnar a la víctima con miel, darle de comer comida podrida para que le diera diarrea y vómito, con lo cual le caería miles de bichos que se pegarían a su cuerpo y se lo comerían lentamente–, pasando por la crucifixión, te sentaran un elefante encima, te serrucharan por la mitad o empalaran, la imaginación del hombre en materia de crueldad no tiene límite.
Como se sabe, los españoles nos trajeron su religión, pero también su pesado bagaje legislativo, un tanto apolillado y con un rancio olor a siglo oscuro, a medievo. Y aunque la Corona desde el principio quiso incentivar leyes más justas que promovieran el buen trato a los indígenas, no por buenas ondas sino para que éstos doblaran sus manitas más rápido, los primeros años de la Conquista fueron testigos de costumbres judiciales españolas poco divertidas, como el famoso aperreamiento, una pena capital sencilla: se amarraba al indígena para que no escapara y se les soltaban uno, dos o tres perrengues de ojo inyectado y colmillo risueño para darse el festín destazando al pobre diablo.
Guardado hoy en la Biblioteca Nacional de Francia se encuentra el Manuscrito del aperreamiento, una hoja de papel europeo pintado en 1560, que muestra en el centro a un sacerdote atado mientras lo ataca y mata un perro. Es el primer registro de aperreamiento que se tienen noticia en la Nueva España, y muestra históricamente la ejecución de siete indios nobles de Cholula ordenada por Hernán Cortés en Coyoacán en 1523.
Ya en la Europa medieval era costumbre el uso de perros entrenados para atacar tanto a animales como personas, sobre todo en cacerías y guerras. Por lo mismo el aperreamiento como castigo judicial siguió siendo efectivo ya bien entrado el siglo XVI. Sin embargo, en la Nueva España nunca estuvo, digamos, “dado de alta” en el sistema penal de la época, pues había maneras menos radicales dentro de los medios legales de ejecución que se aplicaban. Por ejemplo, si un noble cometía un delito muy grave era decapitado, mientras los demás eran ahorcados. Otras infracciones eran penadas con el amenísimo garrote –un collar de hierro atravesado por un tornillo acabado en una bola que, al girarlo, causaba la rotura del cuello–, en tanto la Inquisición prefería el fogonazo. Había delitos que ameritaban que te mutilaran un pie, una mano o un dedo, o simplemente te daban un par de decenas de azotes en la plaza pública y listo.
Esto no quitó que a principios de la Conquista la aplicación del aperreamiento les diera buenos resultados a los del equipo de la Cruz y la Espada, pues se trataba de un castigo ejemplar, un despliegue de teatro del terror para que el indo supiera a qué se atenía si no acataba órdenes. Ahora bien, delitos como la idolatría, negarse a pagar tributos en oro o conspirar contra la corona eran crímenes que no requerían de juicio previo para dictar y ejecutar la sentencia a placer del de las barbas, quien aplicaba el Baile del Perrito,aunque no estuviera legalmente permitido –sobre todo si no le decían on’taba el cochino oro–.
La primera vez que los españoles utilizaron perros contra los indígenas fue en marzo de 1495, cuando Bartolomé Colón utilizó veinte perros para completar los doscientos hombres y veinte caballos que tenía para pelear contra los indios del Caribe. Por otro lado, es cuestión de imaginarse la impresión que se llevaron los indígenas de nuestras tierras al ver a aquellos monstruos peludos ladrando ferozmente y sacando espuma por la boca. Antes de la llegada de los españoles, había en Mesoamérica cinco razas de perros, casi todos modelo-ratón: el famoso Xoloitzcuintle, con una altura de cuarenta y cinco centímetros; el Tlalchichi, o perro enano, con una altura de veinte centímetros; el Loberro, una cruza de lobo y perro que de altura tenía sesenta centímetros; el genuino “solovino” callejero, y el Maya, de cuarenta centímetros de alto. Mientras tanto los españoles llegaron con cruzas de perros feroces y muy fuertes, como mastines, dogos y alanos. El Mastín mide mínimo ochenta centímetros de altura.
Fray Bartolomé de las Casas menciona que estos canes: eran instrumentos de terror y servían para crear pavor cuando al llegar a alguna aldea se dejaban ir sobre algún aborigen sin mediar ningún motivo. Ya despertado el alboroto entre los aldeanos, los españoles se servían de este pretexto para robar y someter a los indios luego de un buen saqueo. Estos perros eran pues la mejor herramienta de disuasión con que contaban los conquistadores contra los que pudieran alzarse al infundir un terror bien justificado.
Uno de los perros más famosos, por lo temible para el combate y el aperreamiento, fue el Becerrillo, un can de la raza de los alanes españoles: Era descomunal, con muchas manchas de color negro que irregularizaban su pelaje rojizo. Además, poseía una nariz oscura y unos ojos de color ocre que se hallaban circundados por pelo de tintes negruzcos. Tenía una mandíbula poderosa que albergaba unos dientes afiladísimos, capaces de arrancar de cuajo la extremidad de un adulto sin mayores dificultades.
Becerrillo no sólo servía para enfrentar al enemigo o destazar humanos –después de Plastilina-1, su tarea favorita–, sino también para perseguir incansable a los prófugos, fueran españoles o indígenas. Era tan feroz y eficaz que los indios temían más a diez españoles con este perro, que a cien sin él. Por todo esto Becerrillo cobraba el sueldo equivalente al de un arquero, además de que “recibía doble ración de comida –que en más de una ocasión era mejor que la de los propios infantes–”. Otros famosos canes de aperreamiento fueron el hijo de Becerrillo, Leoncillo, que tenía las mismas cualidades que su padre y llegó a ganar sueldo de capitán. Otro fue Marquesillo, un galgo al que “bastaba oler a un indio para lanzarse y destriparlo en minutos.”
Al caer Tenochtitlán, Cortés prefirió edificar sus cuarteles en un más tranquilo Coyoacán. Ahí se dio a la tarea de, primero, ahorcar a su esposa, y segundo, de apresar a cuanto indígena “mayor” cayera en sus manos, para ser ejecutados si no le decían dónde estaba el bendito oro. Cierto, el viejo Erny no se andaba con medios chiles: En los Anales de Tlatelolco se denuncian eventos relacionados con ejecuciones de gobernantes indígenas y de funcionarios menores procedentes de Xochimilco, de Tetzcoco y de Cuautitlán que fueron descarnados por perros en Coyoacán, comenta la maestra Perla Valle Pérez, de la Dirección de Etnohistoria, del INAH, quien hizo un extenso estudio sobre la interpretación y significado del Manuscrito de aperreamiento.
Cuando en 1529 interrogaron a Pedro de Alvarado durante su juicio de residencia, se supo que durante su incursión en Oaxaca obligaba a todo indígena a que le dieran tributos en oro y si se negaban “les hacía aperrear por dos perros bravos, ya fueran señores o principales”. Otro gran practicante del aperreamiento fue Nuño de Guzmán durante su campaña para conquistar el occidente de México, entre 1530 y 1538. Este verdadero jijodeutilla fue un maestro de la crueldad, y entre miles de ruines triquiñuelas amenazaba a los indígenas con el perro bravísimo que siempre lo acompañaba para que le dieran, ¡una vez más!, el dichoso oro: si no se lo daban, les herraba la cara o los aperreaba. Jamás gastó en croquetas para perro.
También durante la expedición encabezada por el virrey Antonio de Mendoza a Nueva Galicia, en 1541, hizo ahorcar y mutilar, lapidar y herrar por esclavos a muchos de sus prisioneros y mandó aperrear a muchos de ellos. Y de ahí un largo etcétera.
Aunque los hechos históricos deben de ponerse en contexto con su época, es innegable que la crueldad siempre termina como una herramienta que usamos con sorprendente facilidad para cualesquiera que sean nuestros fines. Sí, la crueldad es inherente en el ser humano y es imposible eliminarla. En tiempos de la Conquista fue el Baile del Perrito, en el siglo pasado fue el exterminio de pueblos enteros, y hoy la tenemos en forma de fanatismo religioso o feminicidio, pero el entusiasmo que el hombre invierte en convertirse en el lobo del hombre no está disminuyendo, ni dejará de asombrarnos la versatilidad con la que el lado oscuro del corazón humano se seguirá manifestando en forma de un monstruo con dos cabezas: crueldad y violencia.
Al final, el hombre siempre será cruel con los demás, pero su aperreamiento más grande es consigo mismo.
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Como siempre querido tocayo y sobrino. Aunque conozco el tema de tiempo atrás, muchas particularidades que das, son nuevas para mí y desgraciadamente para peor.
Un abrazo y felicidades
Gerardo el “choco”
Irónico, mordaz pero siempre bien documentado.
gracias Australia por este artículo tan terrorífico, no cabe duda que la perra vida de la humanidad ha estado marcada por la violencia y la crueldad…….
Conocer estas Historias , me causan mucha tristeza , la supuesta calidad Humana durante la historia del hombre no ha tenido ni calidad y menos humana, pareciera que la competencia por someter al otro , de una manera u otra es la constante en el paso del ser humano por la tierra , Gran articulo
Muy bueno
GRACIAS POR LA AYUDA