El fetichismo y la ambigüedad de la inversión pública

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Hoy que se reconoce que el tamaño de la economía nacional tuvo en 2019 un decrecimiento o al menos un crecimiento nulo, se fortalece el debate sobre asignación de los recursos públicos gubernamentales, mayormente por parte del gobierno federal.  Debate general que oscurece cabalmente “el qué” y “el cómo” puede crecer la economía en el corto y en el mediano plazo a partir de la inversión pública.

En tal debate, los economistas convencionales insisten en la realización de obra pública y en la industria. En materia de la obra pública no se precisa si ésta debe ser de mantenimiento, reposición o de ampliación. En el mejor de los casos, la obra pública de reposición se hace necesaria por el abandono secular del mantenimiento de la existente y, lo más sobresaliente, por la destrucción deliberada del gobierno de aquella ya existente. 

Por ello vemos sistemáticamente la destrucción de banquetas, calles y grandes carreteras. En muchos de tales casos se apela a su aceptación con la justificación del remozamiento, embellecimiento y modernización de la infraestructura. Para ello obviamente se sustituye la existente por el apetito inconmensurable del cemento.  No se entiende, por tirios y troyanos, que el cemento no se reproduce y que su costo, en las condiciones ambientales y de servicios del país, termina siendo elevado.

baja inversion y desarrollo en el pais
Fotografía: López-Elías Finanzas Públicas.

Por otra parte, en términos productivos, el debate lleva a la urgencia de apoyar a la industria, sin precisar qué significan tales apoyos y, en todo caso, las características que implica la inversión en tal sector. Así, se obvia que las decisiones de inversión en la industria implican periodos de mediano o largo plazos. Que la de maduración de la inversión, especialmente si es de reposición o de ampliación lleva tiempo.  Mayormente importante, que los montos requeridos por unidad productiva y empleo generado son elevados.  

Sin duda, el sector agroalimentario es una gran oportunidad que hemos desarrollado y que podría apoyar aún más al crecimiento y desarrollo del país. No únicamente por la agricultura del norte del país, sino con el apoyo productivo del trópico mexicano, especialmente del sur-sureste. Amén que el sector agropecuario es un sector de corto plazo de maduración, relativa baja inversión por unidad productiva y de ocupación. Ello es posible siempre y cuando veamos el futuro hacia adelante y reconozcamos nuestras fortalezas y oportunidades productivas.

Cuando fui a París, representando a la Secretaría de Programación y Presupuesto en la Reunión de Cooperación México Francia de 1983, nuestro país transitaba del Sistema Alimentario Mexicano al Programa Nacional de Alimentación. Se había pasado de tener la preocupación de la producción primaria, enfocada a la autosuficiencia alimentaria, al reto de la alimentación, dada la crisis de la deuda y su efecto en la caída de los ingresos de las familias. Ya entonces Europa se enfocaba a la agroalimentación y nosotros estábamos en lo primario. 

Hoy las condiciones de política pública parecen seguir ancladas en el enfoque productivista del pasado, con el agravante del desconocimiento de la importancia productiva y económica del “sector” agroalimentario.  En los últimos años hemos tenido un cambio estructural relativamente positivo en la materia, tanto por su relevancia macroeconómica como de exportaciones. Ello porque estamos de vecinos del estómago más grande del mundo y, en mucho, porque hemos sabido aprovechar relativamente tal vecindad.  

inversion exportacion agroalimentaria en mexico
Fotografía: 2000agro.com.mx

Nuestras exportaciones agroalimentarias en valor equivalen al monto total de remesas anuales que el país recibe por los migrantes o a la inversión extranjera directa. En contraste, la balanza comercial agroalimentaria es positiva en menos del 10% de nuestras exportaciones en la materia, uno de los porcentajes más bajos del continente, especialmente frente a Brasil, Argentina o Chile.  Así, importamos proporcionalmente los mayores porcentajes para atender el consumo en soya, trigo, arroz, en mayor proporción que el maíz.  Iguales son los casos de la carne de puerco, aves y leche.  

Dados los volúmenes de importaciones agroalimentarias, apoyar la producción nacional de lo que hoy se importa evidencia que el sector puede ser una opción de política de pública y de financiamiento para el actual gobierno, con grandes expectativas de resultados en el corto plazo y mediano plazo. El “sector” agroalimentario es claramente anticíclico, es decir, aun cuando los otros sectores caigan productivamente, la agroalimentación crece, como aconteció en 2019.  Así, el empleo y la ocupación en la cadena agroalimentaria es una posibilidad del país, como lo evidencia el pasado mediato, a pesar de las políticas públicas y la asignación real de los “apoyos” gubernamentales.

La visión del siglo XIX y XX del grueso de nuestros economistas es anti-funcional y, más grave, relativamente impertinente para el crecimiento y desarrollo del país. Las generalidades y el desconocimiento productivo del país han gestado un fetichismo sobre la inversión y los sectores productivos del país, con demérito del desarrollo del país.

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Ricardo Solis

Excelente diagnóstico y propuesta de política para el sector agropecuario

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