Las recientes elecciones en Estados Unidos de América han abierto una herida profunda a la tradición democrática de más de dos siglos de esta nación, que mereció elogios de personajes de la talla de Alexander Von Humboldt, Alexis de Tocqueville y el Marqués de Lafayette, por sólo citar a los más notables de ellos. Toda comparación es odiosa dice el dicho popular, pero los imperios se asemejan a los seres vivos: nacen, se reproducen y mueren. Así sucedió, por traer sólo un ejemplo con el imperio romano –sin embargo, dicho sea de paso, los imperios de la antigüedad duraban más tiempo–, que vivió su origen, su esplendor y su caída. Dos hechos son particularmente evidentes en el caso del vecino del norte: la derrota del ejército norteamericano en Vietnam en 1973 y el ataque terrorista a las torres gemelas de Nueva York en 2001; que probaron la vulnerabilidad del imperio empoderado con sus triunfos en las dos guerras mundiales que enlutaron la humanidad el siglo XX, en el cual surgió el poderío económico, que conserva todavía, una república que tiene enfrente al gigante amarillo, presto a sustituirlo en los siglos venideros.
Hoy, el modelo de la democracia estadounidense, sufre un revés ante un mundo vertiginosamente acelerado e interconectado por medios de comunicación y redes sociales, en la disputa entre un presidente polémico que responde al nombre de Donald Trump y un candidato aún no legalmente electo, como es Joe Biden, pero con una mayoría de 306 contra 232 votos a favor de Trump, de los Colegios Electorales de los estados que conforman la Unión Americana; difícil de disminuir por haber rebasado con más de cuatro millones de votantes al amenazador y vociferante inquilino de la Casa Blanca, quien invoca fraude electoral por el conteo de votos en estados claves como Georgia, Pensilvania y Arizona. Advierto que Biden, aún no es legalmente electo en virtud de que los recursos legales interpuestos por los abogados al servicio del presidente Trump, no han sido desahogados y el cómputo de votos en algunas entidades prosigue como el caso de Colorado.
La mayoría de las analistas se desgañitan contra el presidente Trump por no salir a reconocer su derrota –y aprovechan el viaje para atacar en forma tosca al presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, por no enviar sus congratulaciones a Joe Biden y a su compañera de fórmula, la senadora Kamala Harris– y aceptar el triunfo de su oponente de filiación demócrata, cuyo partido ganó la mayoría en la Cámara de Representantes; equivalente a nuestra Cámara de Diputados, aunque en la de Senadores, a la fecha, todavía sigue el conteo en el caso de Georgia, en la que se decide si prevalecerá la mayoría republicana, pero con la opinión de algunos de ellos que ya se inclinan por la victoria del candidato demócrata. No obstante que la mayoría de los medios también proclaman el éxito de Joe Biden, lo hacen generalmente desde un plano político y sociológico olvidándose del proceso electoral jurídico que será definitivo.
Trump, hasta el momento de escribir estas líneas, no cede en este último pleito, a pesar de que varios jueces han negado, en diversas formas, el fraude electoral que anunció desde antes de la elección. Por ello, el equipo de transición y los fondos presupuestales para el cambio, se han paralizado y mantiene un suspenso a la Alfred Hitchcock, que viene a incrementar la incertidumbre, que sólo podrá ser despejada hasta que la autoridad judicial de la última instancia se pronuncie sobre la legalidad del enmarañado asunto, el cual ha llevado al modelo democrático yanqui a demostrar que su sistema electoral es obsoleto y requiere de una reforma profunda para no volver a hacer este papelón frente a la comunidad internacional.
Lo cierto es que la otrora república ostentosa, tanto por su belicismo como por su poderosa economía mundial, prevalente en el mundo capitalista como ejemplo democrático hacia lo interno, está en crisis. No hay que olvidar que más de 72 millones de ciudadanos estadounidenses votaron por la permanencia del Trump en la presidencia frente a los 78 millones de Biden en la jornada electoral, en las cuales emitieron su voto el 67 por ciento, provocando la polarización de los simpatizantes que ya preparan marchas en favor de ambos personajes. En los últimos cien años, salvo las marchas en contra de la Guerra de Vietnam, nunca se había visto tal división del pueblo norteamericano, cuyos efectos están por verse en las próximas semanas.
¿Será la Suprema Corte de Justicia, el tercer poder, que desactive jurídicamente el conflicto entre la tozudez trumpiana y la prudencia bideana? ¿Reconocerá Trump, a regañadientes, finalmente el triunfo de su opositor? ¿Ambas determinaciones serán aceptadas por los partidarios de los contendientes? Súmele el lector todas las demás dudas a este inédito escenario en las contiendas civiles por el gran poder, que mantiene la demacrada faz de la república llamada “La esperanza del mundo” pero también el “Gran Satán”.
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