El “profesionalismo” es un término que de tanto utilizarlo se ha desacreditado, a lo que quizá ha contribuido el que se ha empleado para calificar sólo algunas actividades como las deportivas; frecuentemente se refiere que un futbolista es un gran profesional que está lleno de profesionalismo, aunque rara vez se dice lo mismo de un abogado, un arquitecto o un médico.
El diccionario de la Real Academia Española de la Lengua define profesión como: “…empleo, facultad u oficio que cada uno tiene y ejerce públicamente”; profesional como: “…persona que ejerce una actividad como profesión”; y profesionista como: “…persona que cultiva o utiliza ciertas disciplinas, artes o deportes como medio de lucro”. También define como profesionista a quien profesa una actividad en el sentido de practicarla con fe. Pero, siguiendo a Nietzsche, quizá sea mejor renunciar al intento de establecer una definición, ya que no se puede definir lo que tiene historia.
Según Max Weber, la profesión es un tipo de actividad social que tiene dos características principales: presta un servicio específico a la sociedad en forma institucionalizada que debe ser indispensable para producir una vida humana digna y de calidad. La profesión se considera como una suerte de vocación, no sólo porque el profesionista sienta la inclinación de dedicarse a ella, sino también porque debe contar con determinadas aptitudes para su ejercicio y con interés por las metas que persigue, comprometiéndose con ellas sin tener en cuenta los móviles privados que lo impulsen. La profesión no le da al profesional una capacidad cualquiera, sino una facultad peculiar que lo habilita para contribuir con eficiencia e inteligencia al bien común, además de acarrearle un deber con la sociedad
Las definiciones anteriores ciñen el concepto de profesional al ejercicio de actividades específicas que conjuguen las características descritas; a lo anterior, debe sumarse la necesidad de una preparación con sentido universitario que desarrolle las aptitudes indispensables. En estos términos, para que una profesión se considere como tal, requiere prestar un servicio específico a la sociedad el cual sea necesario para ésta y que contribuya a mejorar su calidad de vida. ¿Qué sentido tendría una profesión si no contribuye al bien común que la legítima? Un profesionista carece de sustento si no ejerce con el sentido de perseguir o proporcionar el bien implícito en su actividad.
Los motivos personales para aprender una profesión y ejercerla casi siempre son válidos, y en ocasiones el tener un modus vivendi superior y un mejor status social pueden constituir un aliciente fundamental para el profesional, lo cual con frecuencia impulsa al estudiante a buscar el nivel profesional; sin embargo, sólo son justificables ‒se vuelven razones, dice Adela Cortina‒ si se conjuntan con las metas comunes de la profesión.
En un sentido comprometido con la modernidad de las profesiones, los profesionistas tienen el deber de mejorar la vida cotidiana. En este sentido, las actividades profesionales, cada una con sus características específicas, forman parte del ámbito público (que es el escenario de los cambios sociales), entre cuyas metas se encuentra esa evolución de la calidad de vida.
En un reciente programa de televisión (seguramente diferido porque el protagonista falleció el año pasado), presentaron una entrevista al Maestro Francisco Savín, destacado Director de Orquesta y Pianista, y al preguntarle si había logrado vivir de la música respondió que no sólo logró vivir de ella si no con ella y para ella. Es quizá una buena definición del “profesionalismo”.
Los fines legítimos de una profesión van de la mano con los hábitos que es necesario desarrollar para obtener el nivel profesional y, más aún, para conservarlo. Esos hábitos, que hoy se denominan virtudes, eran llamados por los griegos aretai, “excelencias”. Por eso, la búsqueda continua de la excelencia confiere al profesionalismo su verdadero sentido, y liga al profesionista común y corriente con la intención de dar a la sociedad el mayor beneficio posible, acción individual que da a las organizaciones donde labora su verdadero sentido social. Es importante agregar que se requiere gran madurez para ejercer una profesión de manera satisfactoria, y que tanto la madurez como la satisfacción desembocan en una actitud profesional, con la consecuente búsqueda de la excelencia.
“Profesionalismo” es, pues, el compromiso personal con los objetivos de la profesión; el deseo de ejercerla continuamente de la mejor forma posible, respetando su sentido social; la continua superación personal para mejorar las capacidades y actitudes necesarias para practicarla.
No cabe duda que los militares son profesionales y ejercen con profesionalismo. Los estudios para cursar la instrucción militar están establecidos desde hace muchos años y se han ido sistematizando, organizándose cada vez de manera más clara y estricta. También, desde su fundación, 1975, la Universidad del Ejército y Fuerza Aérea Mexicanos fundamentalmente tiene como objetivo impartir clases a oficiales que integren el Ejército mexicano, y formarlos como profesionistas para que sirvan al mismo tiempo a la nación. La Universidad Naval, más recientemente establecida, se dedica a formar los activos necesarios para la Secretaría de Marina. No cabe duda del beneficio social que generan los militares y los marinos. Por ello, en sentido estricto, se trata de profesiones que pueden ejercerse con profesionalismo.
El Colegio Militar, de larga tradición, está conformado en el más estricto sentido de los Ejércitos de finales del siglo XIX y principios del XX; famosos generales, después directores del Colegio, tuvieron estancias en Europa, Ángeles, Amaro, entre otros, y pronto se creó un Instituto Educativo que formó Clases y Oficiales de la más alta calidad, pero siempre en el sentido más formal de la Defensa de la Patria, pues el motivo central es ése. La disciplina, cohesión, capacidad física que distingue a los egresados, está fundamentalmente dirigida a esto.
Los uniformes, los desfiles, las insignias no tienen un sentido teatral, ni en su formación ni en el ejercicio, están creadas para crear y resaltar los sentimientos que distinguen a los miembros de las fuerzas armadas, quienes se dirigen a la lucha contra el posible enemigo que, en una posibilidad, puede agredir a la patria o a la nación. No es otra la función y, por lo tanto, la formación. Pero, preguntémonos, ¿por qué en situaciones de desastre nacional (Plan DN) los militares funcionan tan bien? Porque no hay enemigo y entonces todas sus capacidades se despliegan con humanismo, solidaridad, empatía. Cuando existe un enemigo están entrenados, educados y formados para destruirlo; es el sentido más antiguo del Ejército y que pervive de manera modificada hasta la actualidad.
Parte de esta disciplina consiste en un respeto y obediencia, prácticamente irrestrictas a los superiores.
Es posible que en nuestro México violento algún militar haya fallado sin ejercer a plenitud su profesión con todo el respeto a sus valores, pero sin duda la inmensa mayoría sí lo han practicado.
La situación actual de violencia en nuestro país es gravísima y ataca a la sociedad en su conjunto. No sé si es necesario la participación de la Fuerzas Armadas en el combate a la delincuencia, afortunadamente no está en mi ámbito ninguna decisión al respecto. Lo que parece claro es que sus miembros no están formados en las labores de investigación policíaca que seguramente se requieren y que me parece eufemístico pensar que una fuerza deja de ser militar porque la dirija un militar en retiro. Es muy difícil pensar que el General de Brigada Luis Rodríguez Bucio, deje de ser militar, pensar como militar, vivir como militar, si se pensiona. Sus más de 40 años de ejercicio en su profesión y el profesionalismo con el que la ha ejercido seguramente han dejado una huella indeleble. Lo mismo sucede en otros grupos profesionales, cuando se ejerce una labor tanto tiempo, especialmente si se hace bien, la marca es indeleble.
Una muestra de disciplina del General Rodríguez Bucio es tomar la responsabilidad de la Guardia Nacional y tener que retirarse a punto de pensionarse por edad y seguramente muy cerca de adquirir la tercera estrella junto al águila para ser General de División, máxima graduación del Ejército mexicano, y aspiración legítima de todos los cadetes desde el primer día en el Colegio.
Lecturas recomendadas:
Cortina, A. Ética de las profesiones. Madrid: El País, 20 de febrero de 1998.
Ramiro, M. El compromiso del médico. Med. Int. México, 2002;18:117-118.
Ramiro, M. “Profesionalismo”. En: Ramiro, M., A. Lifshitz, J. Halabe, A. Frati. El Internista. Medicina Interna para Internistas. Nieto Editores. Colegio de Medicina Interna de México. 3ª ed. México 2008: 27-29.
Sox HC. Medical professionalism in the new millennium: A physician charter. Ann Intern Me, 2002; 136:243-46.
Dr Ramiro
Como siempre muy interesante su reflexión
Siempre es un placer leer sus ensayos
Bonito día
Me aterran los ejércitos militares si. Si fueran solo para proteger gente contra la agresion pero su explication muy interesante y educadora. Sofía Scholar MD
Doctor Ramiro muy interesante su disertación sobre las definiciones de Profesión y Profesionalismo, lo cual centra en las Fuerzas Armadas de México.
Antes de Felipe Calderón a mi me inspiraban orgullo, admiración, pero a partir de ese sexenio solo me daban terror, enojo, aunque como usted dice, no se les puede generalizar en las malas actuaciones que algunos elementos tuvieron.
Al país tanto el Pri como el Pan, lo dejaron en un terrible estado de violencia, por lo cual no es posible encontrar una solución viable a corto plazo, ya que no hay personal capacitado, digamos policías en todas las entidades del país, además de no estar capacitados, entrenados, muchos se coludieron con grupos delincuenciles, de narcotraficantes.
Es verdaderamente imposible que el gobierno del presidente López Obrador lo solucione de un plumazo, así que por todas las explicaciones del valor y preparación que tienen los militares, se les tuvo que poner al frente de este terrible flagelo que estamos padeciendo en el país.