Si la ontología es para la filosofía “la ciencia o el tratado del ser” y quien la cultiva afronta cuestiones profundas como qué soy yo, qué es el ser; cuál es exactamente la naturaleza, la esencia de algo (o de todo), y su razón de ser, quizás puede plantearse la cuestión en apariencia más mundana del estar: ¿cómo y dónde estoy?, ¿de dónde vengo y a dónde voy?, ¿cuál es mi sitio, mi ubicación y mi circunstancia?, ¿cuál es mi situación y la del otro?, ¿cuál es el vínculo del sujeto con el mundo y la razón de estar? Hace unos años recuperé de mi amigo Jacobo Chensinsky el término de ontoylogía para este putativo tratado del estar por aquella retracción tan mexicana de “¿on toy?” El buen sentido académico aconsejará no tomar el apelativo muy en serio, pero tampoco desdeñar el tema porque el ser humano no se ocupa usualmente con su ser, sino aspira a estar mejor, a cambiar su situación, su orientación y rumbo para prosperar, a estar consciente para llegar a ser consciente, pues para modificar el ser hay que cambiar la circunstancia. Examinemos entonces a la conciencia de uno mismo, tan asociada filosóficamente con el ser, desde la rosa de los vientos del estar.
Las lenguas romances de la península Ibérica −castellano, portugués, gallego y catalán− distinguen de manera clara y útil los significados de ser y estar. Ya hacia el año 1200, a partir del Cantar del Mio Cid, el verbo estar empieza a desplazar al verbo ser en oraciones que implican una condición transitoria (“está sentado”) o de actividad (“está peleando”). En el habla actual, ser identifica esencias, propiedades o características sustantivas o permanentes y estar cambios transitorios, locaciones, situaciones, o rasgos ocasionales, circunstanciales y cambiantes. Se usa ser cuando la cualidad es invariable, corresponde por naturaleza y es independiente de las condiciones, mientras que estar se aplica cuando resulta de un devenir y define una situación espacial, locativa, temporal, emocional y adquirida, de acuerdo a su etimología latina, pues stāre significa “estar de pie.” Ser expresa conceptos y juicios sobre algo, ordenándolo en categorías taxonómicas establecidas, en tanto que estar, verbo locomotor y saltamontes, formula el devenir y la circunstancia en que ese algo se encuentra, o los actos que realiza. La lingüista Mónica Sanaphre muestra que, desde el punto de vista cognitivo, el verbo ser impone una distancia mental entre quien lo usa y el objeto, mientras que estar lo coloca cerca del objeto. La perspectiva de quien utiliza el verbo ser es indirecta e impersonal, pero es directa y personal cuando usa estar.
Cuando alguien garabatea “yo estuve aquí” en un sitio público, quiere dejar su huella personal. El motivo surge en las pinturas rupestres que exhiben las manos aún anónimas de aquellos inaugurales artistas usadas como esténciles. Se trata del fuit hic (estuve aquí) latino dibujado por Johann Van Eyck a continuación de su nombre en el famoso lienzo “El matrimonio Arnolfini” que en 1434 revolucionara el cromatismo y la perspectiva en la pintura occidental.
En un artículo de 1970 publicado en el ABC de Madrid, el periodista Juan Luis Calleja reflexionó que la célebre indecisión de “to be or not to be” no cuestiona la esencia del príncipe Hamlet, sino la trágica situación que le demanda vengar el asesinato de su padre con el de su madre. No se trataría del reconocido e imperecedero “ser o no ser”, sino de actuar o no hacerlo entre demandas y principios contrapuestos que supondrían quebrantos discordes. Calleja considera que, más que en el ser, ponemos el esfuerzo en el estar: en la calidad y el acoplamiento de nuestros sentidos y apetencias con lo cualitativo, lo transitorio, lo accesorio. Por su parte, la intuición fundadora de René Descartes (1596-1650), “Je pense, donc je suis”, mejor conocida por cogito ergo sum, se traduce usualmente como “pienso, luego existo.” La traslación más precisa es “yo pienso y por lo tanto existo,” y puede entenderse aún mejor con el verbo estar: “estoy pensando y por lo tanto existo.” Así, el verbo estar no encasilla al sujeto como una prístina y abstracta esencia cartesiana, sino como una persona, un agente mente/cuerpo sujeto a su circunstancia.
Ramón Xirau, adolescente del exilio republicano español, hecho poeta y filósofo en México, meditó lúcidamente sobre la estancia y la situación humana en su Tiempo vivido. Acerca de “estar” (1985). Revela allí la implicación existencial de este verbo que tiene más contenido humano, sabor concreto y evocación de la persona que el ser, pues estar da lugar y sentido, involucra necesariamente al cuerpo y define que no somos conciencias puras o subjetividades desprendidas o descarnadas, sino personas, es decir, almas/cuerpos. “Estar significa con dignidad y modestia, con humildad y orgullo, arraigar en la tierra y vivir en relación subjetiva con los otros.” Más adelante, Xirau elucida el verso de Jorge Guillén “Soy, más, estoy. Respiro” como expresión depurada de la presencia. Este neurálgico y palpitante “soy, más, estoy” es entendido así por Octavio Paz: “la manera propia de ser es estar; estar es la consumación o realización del ser; estar es ser aquí y ahora.”
El verbo estar no sólo refiere al hecho de que las criaturas estamos presentes porque estamos en el tiempo, sino también porque el tiempo está en nosotros, en los procesos del cuerpo y del cerebro, en los movimientos de la mente, en los actos de conducta. El tiempo es real en dos sentidos: como una realidad fuera de los seres sintientes en el devenir de todo lo existente y como una realidad dentro de ellos que se manifiesta como los procesos de su vida y su conciencia. Estar designa la relación con lo que está allí en el momento actual. Y, como veremos en la siguiente columna, lo que está allí es el nicho humano, la porción que nos incumbe del universo.
En una reflexión sobre el “ser y estar en la poesía pura”, Gilbert Azam de la Universidad de Toulouse afirma lo siguiente:
“Es preciso estar. Estar, estar presente, existir concretamente en el instante, es más que ser, porque el ser es inconsciente (…) la maestría del hombre sobre el mundo de los objetos reside en el ser consciente, y que dicha conciencia no es nada sino ese maravilloso juego entre el yo y el universo”.