El acelerado ritmo de la tecnología nos está llevando a perder lo poco o mucho de humanidad que llevamos dentro de nosotros. ¿Se han percatado en sus comidas de fin de semana en algún restaurante cuando todos los miembros de una familia llevan un celular, se sientan, y siguen pegados al teléfono? Se molestan cuando el empleado que los atiende interrumpe para preguntar qué desean tomar. Contestan de mala gana y regresan al aparato, y sucede con todos invariablemente.
Si llevan a un pequeño de dos a tres años lo entretienen con un iPad, seguramente para evitar que dé lata, mientras él se comporta como lo que es, un niño, inquieto, deseoso de conocer, ver, aprender, de dar guerra, es por instinto.
Confieso que mis hijos ya casados, y con sus respectivos hijos, aplican la misma forma, el celular o el iPad. Me doy cuenta que la comunicación ya no existe, y se supone que ir a comer en “familia”, dadas las ocupaciones de todos los miembros, debería ser para convivir genuinamente y compartir cómo nos ha ido en la semana, ya sea en la escuela, el hogar, el club, el trabajo, los planes que todos tenemos y cómo los vamos a lograr, a ejecutar, etc. Es muy lamentable que nada de esto surja.
¿Acaso los niños que no tienen para un celular o un iPad, viven infelices?, ¿cómo es su vida?, ¿realmente ellos sí pueden convivir con su familia?, ¿disfrutan el tiempo juntos? No dudo que en su casa tengan una TV y que, como la mayoría de las personas, vean películas, noticias, programas o series, pero estoy seguro de que su convivencia es mejor porque se da en conjunto y todos participan de la misma.
Si pasamos a otros casos relacionados con el confort y el menor esfuerzo, sólo pensemos cuando nos invitan a una comida cualquiera, y de acabarse el hielo o los refrescos, teniendo cercana una tienda de conveniencia a 100 metros, siempre predomina la preferencia de ir en coche en lugar de caminar un poco. Hay familias, en otras circunstancias (y no sólo económicas), que caminan más para ir por cualquier cosa que haga falta sin la necesidad de sacar el auto.
También cuando se trata de las tareas escolares, el panorama es distinto en familias que cuentan con recursos, en donde hay computadoras óptimas, una buena red de Internet, impresoras, y en general, la mejor tecnología disponible para el cumplimiento de las labores de la escuela sin salir de casa. Pero, en contraparte, ¿qué pasa con las familias de pocos recursos?, ¿tendrán computadora?, ¿Internet?, ¿impresora?, desde luego que no, y si hay dinero tendrán que acudir a un cibercafé –con mucha prisa para que no se les acabe el tiempo comprado de Internet, sacar la mayor información posible, y si les sobra, pedir que le impriman la información y cumplir con la labor escolar para el día siguiente–. Claro que también están las zonas de WiFi que ha instalado el gobierno (aunque no seguras, las hay), pero faltaría solucionar el tema de imprimir.
¿A qué voy con todo esto?, recordemos el tema toral de esta columna “desigualdad”, ¿se dan cuenta del abismo que sufre la mayoría de los niños en nuestro país?, ¿cómo podemos pedir mejor educación para nuestros hijos cuando existe esa brecha enorme de clases sociales?
Si bien es cierto, un sector de los industriales con buenas o regulares intenciones donan equipos de computo a las escuelas (sí, algunos dirán que lo hacen para no pagar impuestos, pero ¿por qué ver lo negativo todo el tiempo y no lo positivo?, están dando herramientas a los niños para evitar que esa “brecha” sea más grande cada día).
Les pregunto ahora, ¿puede realmente haber competencia entre un estudiante con la última tecnología existente a su alcance, y la de otro niño que no tiene idea ni siquiera de cómo prender una computadora?, ¿estar ajeno a las noticias no sólo tecnológicas, sino ambientales, industriales, alimenticias, etc.? Es obvio que no, luego entonces, ¿qué hacer? Desde mi opinión, promover que las empresas importantes donen (con o sin impuestos) equipos, tecnología a las escuelas, ya que está visto que el gobierno no lo hará, y si lo hacen, será porque en esas escuelas asisten conocidos, hijos de empleados del mismo gobierno, secretarias o compadres; si no se han dado cuenta, el sistema no ha cambiado y ni cambiará.
Para muestra del año que termina, si bien es cierto que existían muchas asociaciones “rémoras” que vivían del presupuesto sin hacer absolutamente nada, no todas eran iguales. Por eso se cortó de manera tajante con todas, aunque creo que se pudo haber hecho algo mejor, como realmente investigar las instituciones que eran productivas, separarlas de las deficientes, y quitarles los impulsos, desapareciendo todos los vicios. Lo que ha pasado es una pequeña muestra de que falta personal preparado, instruido, con “sentido común”; no todo estaba corrompido, ¿qué se hizo con la gran cantidad de dinero que supuestamente se ahorró?, ¿dónde está?, ¿por qué no hacer lo mismo con los partidos políticos?, reducir el número de integrantes en la Cámara de Diputados (¿la mayoría trabaja?), del Senado. Si vamos a hacer una limpia, que sea “completa” y veamos si hay voluntad política para llegar hasta allá.
De la bandera de principio de año gubernamental, el “huachicol”, ¿quiénes han caído?, ¿cuánto dinero se ha incautado?, los líderes, ¿ya se les comprobó algo?, hay miles de carpetas de investigación, cierto, pero ¿se está investigando en realidad? O, una vez más, ¿es atole con el dedo?
Se le pregunta al Ejecutivo en sus mañaneras sobre este tema, pero la respuesta va a Saturno, pasa por Mercurio, se detiene –el clásico impasse– pero no responde nada de lo que se le cuestionó… así, nadie puede.
Como mencionaba al principio, teniendo un cierto camino recorrido con sus altas y bajas –cómo todos los que trabajamos–, sugería que en las próximas reuniones propias de la bella época decembrina, hicieran el ejercicio de que a la hora de recibir a sus invitados en una reunión familiar, pusieran una cesta, y de la manera más amorosa y cortés pedir a todos que pongan sus equipos celulares dentro de la misma y se dediquen a volver a hacer lo que se acostumbraba antes de la llegada de los mismos. Les aseguro que, aunque al principio algunos se molesten, al final de la velada agradecerán que se les haya inducido amorosamente a convivir con lo más importante que hay para el ser humano, “la familia”, “la amistad”, recuerden que ninguna de éstas se compra, se podrá fingir, cierto, pero ésa se delata o reconoce muy fácilmente.
Sólo me queda agradecer sus comentarios, sugerencias y desearles que tengan unas festividades llenas de amor, y que el 2020 les traiga principalmente salud y, de ser posible, bienestar.
Si gustan, nos seguimos leyendo.