Las escalofriantes imágenes captadas en cámara –y que contradicen versiones originarias de los agentes del orden– en la localidad de Powderhorn, Minneapolis (Estados Unidos), en donde se observa la letal agresión de uniformados policiales en contra del afroamericano George Floyd el pasado 25 de mayo, ha desencadenado desde entonces en una serie de protestas en varias ciudades en diversos países del mundo, así como la condena de líderes de la sociedad civil y representantes de organismos como el Alto Comisionado de la ONU, cuya máxima representante Michelle Bachelet instó al país norteamericano a tomar “medidas serias” para poner fin a estos asesinatos.
En un principio, creo que la animadversión hacia “el otro” inicia desde el mismo momento en donde no nos damos la “oportunidad” de empatizar con historias de vida particulares, lo cual a la postre contribuye a generar estereotipos y “marcar” una suerte de “línea roja” en relación al encuentro con el prójimo.
Sea cual fuere la motivación, esta brutal privación del derecho a la vida de un ciudadano afrodescendiente y sin ofrecer resistencia por parte de aquellos designados en nombre del estado a “proteger” la misma, es un indicativo de que sin importar nacionalidad, la violencia, y más aquella relacionada a la que se origina desde la individualidad racista y que se “incuba” y extiende a amplios sectores de nuestras sociedades, es una triste realidad. Producto de lo que yo llamaría “el virus del racismo”, el cual ha tenido cabida en todas las sociedades desde los inicios de la humanidad –pienso que debido a ingentes prácticas–, motivadas desde instancias de poder para “legitimar” ciertas actuaciones –como la que criticamos en esta pieza periodística–.
Esto sólo contribuye a perpetuar los desequilibrios sociales, económicos, medioambientales, etc., pues estas actitudes acentúan la posibilidad de “dividir” premeditadamente los núcleos poblaciones en “buenos” y “malos”. Al respecto, ya lo afirmó el pensador de origen judío Abraham J. Heschel, en el sentido de que el racismo es la mayor amenaza para el hombre debido a que el mismo es “lo máximo del odio por el mínimo de la razón”. Es lo que yo podría catalogar como la imposición de la fuerza animal sobre la activación humana razonada.
Por otra parte, si bien es cierto, la fiscalización de los quehaceres policiales está mayormente supeditada a las posibilidades de una mayor transparencia –producto del uso de diversos dispositivos ciudadanos portables que pueden viralizar estos hechos, como también ocurrió en esta ocasión–. De esta manera, es necesario instaurar mecanismos de formación antirracismo en cada comunidad policial, pero desde las escuelas y ampliándolos a los hogares a fin de posibilitar una instrucción integral de fomento a la tolerancia y el “despojo” de los prejuicios.
Me parece loable la movilización de ciudadanos, aun en tiempo de pandemias como la que actualmente ha afectado a nuestra humanidad, pues es impostergable la exigencia de una reparación “ejemplar” a los responsables de este hecho.
Estas protestas revisten un alto grado de simbolismo en tanto se constata que, a pesar del confinamiento, son las sociedades que avalan o se rebelan ante injusticias que, sin una sanción apropiada, se reproducen en más impunidad y alicientes de la desigualdad social.
En un informe de finales de 2018, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos con base a entidades oficiales estadounidenses, denuncia que, por ejemplo, en el 2015 el 34% de los civiles desarmados asesinados por agentes de policía eran afroestadounidenses.
En definitiva, para suprimir el racismo en nuestras sociedades, son necesarias dosis de comprensión intercultural, tolerancia y serenidad, acompañadas de abordaje psico-terapéuticos para la gestión de las relaciones interpersonales en entornos en donde haya convivencias interétnicas.
Posdata: Autoridades de Minnesota informaron el pasado 3 de junio que los cuatro agentes involucrados en el asesinato de George Floyd se encuentran detenidos y sometidos desde ya a un proceso judicial.
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