En los últimos meses, México ha entrado en un proceso de menor crecimiento económico acompañado con un aumento de la inflación. Aun cuando la economía nacional desde hace casi treinta años ha mantenido un relativo estancamiento productivo, hoy evidencia una desaceleración en las tasas de crecimiento del PIB, en relación a las observadas en el pasado reciente. De igual manera, a pesar de que en años recientes la inflación había estado bajo control, desde inicios de este año el nivel del aumento de precios ha sido tema recurrente del Banco Central, como lo han reportado los medios de comunicación. Esta combinación de hechos –estancamiento productivo e inflación‒, que desde mediados de los sesenta se ha denominado estanflación (stangflation, en inglés), amenaza el futuro inmediato del país.
De acuerdo a cifras oficiales, a pesar de la recuperación económica de 2010 de 5.1% del Producto Interno Bruto (PIB) y de 4% en 2011 y 2102, después de la severa contracción económica experimentada en 2009 de 4.7%, la economía mexicana ha manifestado en años recientes una clara de desaceleración. Así, en tanto en 2015 la economía creció en 2.6% y en 2016 alcanzó una tasa de únicamente 2.3%, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OECD) ha pronosticado recientemente un crecimiento para 2017 de 1.9%, menor al originalmente estimado de 2.3%.
Esta desaceleración ha sido manifiesta en México desde antes del efecto Trump, mismo que agravará la situación estructural prevaleciente. Por lo que, ante la persistencia del entorno de comercio internacional adverso, según el Banco Mundial, que afectará nuestras exportaciones, y la disminución de las inversiones tanto públicas y privadas, no sólo es de esperase un cierre productivo anual complicado, sino también un anuncio de menor crecimiento del PIB para 2018. Perspectivas que afectarán aún más la generación de empleo, especialmente en la industria, como lo informo el INEGI lo logrado en enero-abril, en un ambiente de crecimiento interno de precios, que no parece menguar y que afectará mayormente a las familias de menores ingresos.
En el mismo tenor de preocupación, la inflación experimentó hasta el pasado reciente una declinación sistemática. De acuerdo a la metodología y las cifras del INEGI, pasó en 2013 de 4.6% a 2.6% en 2016. Un decremento porcentual cercano a 50% de lo experimentado en el primer año señalado. Sin embargo, para el presente año se estima alcanzará 6.16%; porcentaje que significa un incremento de más de 100% al alcanzado en el año previo, dinámica que, a todas luces, técnica y políticamente, debería ser de gran preocupación para la administración actual.
La estimación anual de inflación para 2017 de 6.16%, es contravenida por los hechos recientes, dado que en mayo se alcanzó un nivel anualizado, al mismo mes del año anterior, de 6.2%, estimándose mayor en julio, al ser de 6.3%. Tal situación, de aparente descontrol de precios y estimaciones, se antoja más complicada si se toma en consideración que el INEGI ha reportado que el Índice Nacional de Precios al Productor (INPP) para Mercancías y Servicios de Uso Intermedio en el presente año llegará anualmente a 10.97%.
Tales cifras del INPP indican que el productor está teniendo incrementos en costos mayores a los que se estima será la inflación. Por lo que, en algún momento, de aquí a 2018 incluido, el productor deberá repercutir el aumento de costos en mayores precios al consumidor. De manera que es altamente probable que la inflación no ceda, en tanto los incrementos en costos no se contengan.
De acuerdo a la OECD, el diferencial de inflación entre México y el resto de los países miembros de ese organismo es de 300%. Siendo una de las principales razones el incremento de precios de los energéticos que, al mes de mayo con cifras anualizadas, experimentó un crecimiento nacional de 16%, siendo el promedio del conjunto de países únicamente de 5.6%. Tal relación de efecto-causa resulta válida si se toma en cuenta la repercusión de la energía en el conjunto de la economía.
De acuerdo a lo anterior, el país enfrenta un aumento de la inflación por la vía de costos, inicialmente de bienes y servicios públicos, aunque se pretenda asumir como un problema monetario combatible con el aumento de tasas de interés, para bajar el nivel de demanda agregada. En la década de los años ochenta así se pretendió abatir la inflación, terminando por generar simplemente una inflación inercial y un menor crecimiento económico.
La década perdida de entonces, significada por la inflación y un menor crecimiento, expresó claramente lo que era vivir una estanflación en buena parte de los países de la región y las repercusiones sociales que debieron ser asumidas. Parece que poco aprendemos del ayer, reiterando en los hechos ser cautivos de ideas equivocadas que terminaron por agudizar los problemas que pretendidamente se esperaba resolver. Pronto veremos, al menos, la discusión conceptual de la razón de la inflación nacional, aunque a la luz de los hechos sea muy clara de entender.
Muy estimado Dr. Reyes, no cuestiono en nada su preocupación, solamente creo que no son comprables la economía de México de los 80s con la de ahora; en aquellos entonces el Gobierno vivía en un altísimo porcentaje del petróleo, hoy no; veníamos de un incremento de 300% de deuda externa en un sexenio hoy no; pero, sobre todo, aún no sucedía la revolución de las telecomunicaciones que hoy está modificando las formas de hacer economía. No es el lugar ni el momento para argumentarlo, pero hoy creo que México no tiene un mal horizonte para los próximos 20 años, aún con Trump y sus efectos. Logramos transformar finalmente nuestras formas de producir en el campo, en nuestra industria y en nuestro comercio, que si bien eso no nos va hacer primer mundo, nos mantendrá punteros dentro del grupo de “emergentes”. Saludos.
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