Después del acuerdo de la semana pasada de la Unión Europea (UE), que teóricamente debería significar un nuevo tratado, magnificado en materia de integración y disciplina fiscal de casi todos sus miembros, cualquiera hubiera esperado que los “mercados” reaccionaran positivamente. Sin embargo, el hecho es que las bolsas comenzaron la semana con grandes pérdidas.
El Fondo Monetario Internacional (FMI) consideró insuficiente el acuerdo y el presidente Barack Obama estimó que el tema de urgencia no se había realmente abordado. En este entorno, es evidente que hay dos visiones y posiciones; la optimista y la pesimista, sobre el futuro inmediato de la crisis europea. Por simple lógica es posible decir que la visión optimista únicamente puede surgir y ser valedera después de haber atendido y derrotado a la visión pesimista. Sea la visión que se asuma, objetivamente o con fe, ante los acontecimientos europeos de este fin de año lo que resta decir es que Europa va y va. La pregunta, en todo caso, sería ¿hacia dónde va?
Desde mediados del año que termina, El Semanario Sin Límites ha abordado sistemáticamente el tema de la crisis europea, tal como consta en su revista semanal. Obviamente, la cuestión original que se documentó fue el rescate de Grecia, porque era el principal tema de la agenda europea; tema que como contagio se amplió hacia España. Era, además, el tema porque todo dejaba indicar que por primera vez la UE había dado un golpe de timón que, como en el comunicado oficial se señaló, evitaría el chantaje de las calificadoras y, por ende, de los mercados.
Además, con el rescate oficial griego se enunció que se pondría en marcha un equivalente Plan Marshall, que en su momento permitió la reconstrucción de Europa después de la Segunda Guerra Mundial. El tiempo demostró que tales compromisos fueron vanos, estando pendiente hasta muy recientemente el último tramo de apoyo a Grecia convenido en 2010.
Desde el surgimiento de los problemas de la deuda española, tal como los analistas y otras fuentes internacionales lo avizoraron, en El Semanario Sin Límites también se anunció el riesgo que presentaba ya Italia, especialmente por el embate y apreciación de las calificadoras sobre su deuda y gasto público. En uno de sus artículos, la revista presentó artículos relativos a la Bolsa y de la influencia que sobre ella tienen las calificadoras, sin dejar de enfatizar la duda sobre la racionalidad económica que implica el comportamiento de los “agentes” de la bolsa, calificada por Keynes como un concurso de belleza (beauty contest).
El Semanario Sin Límites tuvo también la atingencia de indicar oportunamente que el problema de la deuda soberana de la UE estaría indefectiblemente vinculado a los bancos y a la necesidad de su capitalización que enfrentarían en el corto plazo. Esta observación se enfatizó aún después de la pruebas de resistencia del mes de septiembre, que demostraron supuestamente la sanidad financiera de los grandes bancos europeos globales. Así, se argumentó que la crisis bancaria europea, negada aún por el ruido mediático internacional, podría ser un tsunami de graves consecuencias de contagio para la economía a escala mundial.
Con bastante certeza, en El Semanario Sin Límites se señaló igualmente que los bancos por su aversión al riesgo contraerían más el mercado de préstamos, que se agudizaría por el retiro de los fondos de inversión de EU, contribuyendo todo ello a deprimir fuertemente la economía del Viejo Continente. Se dijo que en el proceso de un círculo vicioso, las crisis de deuda, la bancaria y la económica terminarían por retroalimentarse a sí mismas, creando un contagio sistémico en donde el euro podría ser el eslabón más débil (weakest link) de una cadena que parece interminable.
La visión aparentemente pesimista que se plasmó en esta publicación se fue tornando aceptable conforme las decisiones institucionales –el Consejo Europeo, el Banco Central Europeo (BCE), Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (FEEF), entre otros– fueron anunciando y reiterando sus medidas para enfrentar la crisis, que no lograban ni siquiera paliarla. Esto en un contexto en el que las dos potencias dominantes sobre las decisiones anticrisis, Francia y Alemania, se negaban sistemáticamente a aceptar medidas no ortodoxas o fuera de la bitácora establecida para la operación de la UE, especialmente en materia del BCE como prestamista de última instancia.
Finalmente, en la víspera de “la reunión” de la UE de la semana pasada, en El Semanario Sin Límites se arguyó que ante la visión pesimista de los mercados sobre el euro y de ciertos analistas de gran renombre en “en ese proceso (fallido de toma de decisiones y de falta de acciones) se sigue desperdiciando el capital de la UE y urgiendo por más recursos para la banca que al final saldrán de su propio cofre, o al menos así serán garantizados”. Los eventos económicos de esta semana que se terminó, por desgracia, parecen reconfirmar tal apreciación.
Sin embargo, tales acontecimientos se dieron en una situación institucional de tres vertientes adversas para la posible estabilidad europea y de la economía mundial. En primer lugar, el FMI, en voz de su economista en jefe, Olivier Blanchard, exteriorizó que los acuerdos alcanzados en la UE todavía no eran la solución, aunque reconoció el optimismo despertado sobre la mayor integración económica acordada (El País, 12 de diciembre). En el mismo sentido, la directora gerente de ese organismo financiero internacional, Christine Lagarde, el jueves 15 declaró que era insuficiente lo pactado para atender la crisis europea.
En segundo lugar, la percepción presidencial norteamericana fue adversa a los resultados de la reunión porque, se dijo, no se había atendido con prontitud y de manera focalizada el problema de la UE, que implica esencialmente un elevado costo de la deuda soberana, la necesidad de capitalización de los bancos y el interés de asegurar la sobrevivencia del Euro.
En tercer lugar, el mismo día 14, las calificadoras redujeron su apreciación sobre bancos, particularmente españoles, y el gobierno francés las confrontó ante la perspectiva de que su calificación sea reducida, señalándolas negativamente por actuar más políticamente que con fundamentos económicos y financieros. Sorprendentemente, se indicó que se debería degradar al Reino Unido antes que a Francia, argumentando su mayor nivel de deuda, déficit fiscal y crecimiento económico.
En esta ambiente, la posición del primer ministro británico, David Cameron, de vetar el acuerdo de mayor integración económica y fiscal de 26 de los 27 países de la UE, pareciera la antesala de la fractura institucional de esa organización. En esencia el rechazo británico, obviado por la prensa, fue pedir más atribuciones en materia financiera para prevenir una afectación fiscal y de regulación a la City, de Londres; uno de los mayores centros financieros del mundo. Además, el punto de vista francés de que primero se degrade de calificación del Reino Unido antes que el país galo, parece una opinión desesperada para evitar que el fuego de los mercados comience a llegar a los aparejos de esa economía estructuralmente tan rígida.
Pero ya es tarde para seguir confrontándose con las calificadoras, cuando éstas han amenazado degradar a la misma UE, o al menos a una de sus instituciones, el FEEF; mismo que debería tener todo el capital público y la credibilidad para mantener en buen resguardo la fortaleza monetaria del bloque.
Las acciones para el cambio estructural de la UE son válidas y necesarias, pero son medidas en lo general ya antes acordadas, como es el tope de 3% del déficit público, que Alemania y Francia reiteradamente violaron a mediados de la década del 2000. Igualmente, las acciones que se reiteraron son las mismas que no han funcionado, aunque con ellas se espere ingenuamente con insistencia lograr resultados diferentes. Europa necesita nuevas ideas y acciones más prontas. El 2012 será un año de elevados vencimientos de deuda, tanto para la banca europea como para la UE, esperamos que haya las fuentes, los recursos y la confianza para que lo transitemos objetiva y optimistamente de la mejor manera. Allá y acá.
Ojala no se llegue al límite de reconocer que donde hay humo fuego hubo. Lo positivo de la crisis europea es que parece haber llegado al límite de la tensión social y económica para cambiar de rumbo, o que el resto del mundo pueda haber ya aprendido que no se puede apagar un incendio con más combustible. Mientras tanto, Europa va
y va.